VALÈNCIA. Muchos han bautizado Green Book como la nueva Paseando a Miss Daisy, pero al revés: en este caso, es un hombre blanco de clase humilde el que sirve de chófer a un hombre negro que es toda una institución como pianista.
Y puede que algo de ese apelativo sea cierto, porque la película de Peter Farrelly, al igual que el filme de Bruce Beresford, traza un itinerario amable sobre un tema tan complejo como es el odio y la discriminación racial en una época tan convulsa como los años sesenta. Además, ambas películas apuestan por la concordia y están protagonizadas por una pareja de intérpretes inolvidable, en este caso unos estupendos Viggo Mortensen y Mahersala Ali.
Mortensen, después de engordar unos veinte kilos, se mete en la piel de Tony Lip Vallelonga un italoamericano del Bronx que trabajaba en el Copacabana de matón de discoteca, rudo, pero con buen corazón, casado con una mujer a la que idolatra, Dolores (Linda Cardinelli) y con dos hijos que son su máxima preocupación. Justo cuando está a punto de aceptar una oferta de la mafia local, aparece un misterioso cliente que quiere contratarlo como chófer para hacer una gira musical que los llevará por todos los Estados del Sur durante algunos meses. Su nombre es Don Shirley (Mahersala Ali), un virtuoso del piano, concertista y compositor, empeñado en exhibir con orgullo, a modo de protesta pacífica, su condición de negro con clase y cultura para darles una lección moral a los blancos racistas de las zonas segregacionistas. Aunque no pueden ser más diferentes, entre ambos se irá fraguando una amistad que los llevará a protegerse mutuamente. El resultado, una road movie con un trasfondo de denuncia social que, si por algo se caracteriza, es por tener un gran corazón.
Green Book es la primera incursión que hace Peter Farrelly en un terreno más serio. Junto a su hermano Bobby Farrelly, a partir de su debut con Dos tontos muy tontos (1994), instauró un nuevo tipo de comedia cuyo reinado se extendió a lo largo del tiempo y que se caracterizó por la irreverencia y el gag soez. Con Algo pasa con Mary (1998) los hermanos Farrelly alcanzaron la cumbre de un éxito del que probablemente nunca se recuperarían a pesar de firmar algunas apreciables películas más. Ahora, Peter Farrelly ha vuelto inesperadamente a la actualidad cinematográfica gracias a la adaptación de unas memorias que demuestran de qué forma las diferencias de raza, de clase y los prejuicios, pueden derribarse a través del conocimiento y el respeto mutuo.
La película ganó en el pasado Festival de Toronto el Premio del Público, un galardón que ha catapultado en ediciones anteriores a películas como Tres anuncios en las afueras, La ciudad de las estrellas (La La Land), La habitación, 12 años de esclavitud o El lado bueno de las cosas. En los Globos de Oro fue la verdadera triunfadora con tres premios: Mejor película Comedia o Musical, Mejor Guion y Mejor Actor de Reparto para Mahersala Ali. Y, quizás, si no parte como favorita para los Oscar (tiene cinco candidaturas) quizás sea por la campaña de desprestigio a la que ha sido sometida a través de polémicas que no han hecho más que perjudicarla (entre ellas, palabras inadecuadas de Viggo Mortensen al referirse a los afroamericanos, un tuit rescatado de Nick Vallelonga antimusulmán de 2015 o acusaciones en contra de Peter Farrelly por haber enseñado los genitales en el pasado en los sets de rodaje).
Puede que Green Book haya perdido toda posibilidad de triunfar en los premios de la Academia de Hollywood, pero lo cierto es que Farrelly ha conseguido componer una de esas películas atemporales, cálidas y generosas en las que lo importante de verdad son los personajes. El director construye una road movie de resonancias clásicas donde cada parada sirve para conocer mejor a Nick y Don, para ir ahondando en su intimidad, en sus frustraciones, en su pasado y en sus secretos y cómo poco a poco irán trenzando lazos afectivos y emocionales que se materializarán a través de momentos tan cercanos y emotivos como la confección de las cartas que Nick escribe a su esposa con la prosa y el lirismo romántico de su compañero de viaje.
Al mismo tiempo, iremos descubriendo ese otro lado de Norteamérica que no sale en las guías turísticas a medida que nos adentremos en el Sur Profundo y comience a palparse la intolerancia y el miedo, y a los protagonistas no les quede más remedio que refugiarse en los lugares indicados por “The Negro Motorist Green Book”, es decir, la lista de hoteles, salones de belleza, sastrerías, farmacias y bares que podían utilizar las personas de color sin miedo a ser apaleadas y que garantizaba unas “vacaciones sin agravantes”.
Green Book puede ser fácilmente tachada de superficial a la hora de abordar muchos de los conflictos que plantea (como la homosexualidad de Shirley), de ser un poco sensiblera, arquetípica y añeja, aunque esto último termine convirtiéndose precisamente en uno de sus mayores encantos. Y es que nos encontramos ante un modelo de cine casi sacado del pasado, donde lo que importaban eran las historias sencillas, con un leve tono didáctico, los personajes y, sobre todo, los buenos sentimientos. En un momento en el que parece reinar el cinismo, la existencia de una película como Green Book podría ser considerada casi como un espejismo vintage.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz