Ninguna ciudad en el mundo concentra tanto arte por metro cuadrado como la cuna del Renacimiento
VALÈNCIA.- La Florencia de hoy en día no es muy distinta de aquella donde el Renacimiento floreció al calor del mecenazgo de poderosas familias de banqueros como los Médici o los Strozzi. Palacios, piazzas de hermosa factura e iglesias repletas de obras de arte se suceden de forma abrumadora en un centro urbano compacto e ideal para perderse. Tamaña concentración de arte, historia, cultura y deliciosa gastronomía hacen de la capital toscana una superpotencia turística que cada año recibe más de nueve millones de visitantes, lo que obliga a planificar con antelación ciertas visitas y estar dispuesto a soportar algunas colas.
Si se toma como referencia el río Arno, todos los imprescindibles para viajeros primerizos se encuentran en la mitad norte, con la excepción del Palacio Pitti y los Jardines de Boboli, situados en la zona conocida como Oltrarno —al otro lado del Arno— muy cerca del icónico Ponte Vecchio. El Baptisterio de San Giovanni es uno de los edificios más antiguos de la ciudad y un buen punto de partida. Levantado sobre un antiguo templo del siglo V, de planta octogonal y revestido de mármol verde y blanco, destaca sobre todo por sus tres impresionantes puertas de bronce, réplicas de las que originalmente esculpieron Andrea Pisano y Lorenzo Ghiberti con escenas del Antiguo Testamento. El interior está decorado con increíbles mosaicos de oro como el del Juicio Final.
El conjunto que forman el Baptisterio, el Campanille de Giotto (s. XIV) y la catedral de Santa Maria del Fiore emerge de manera imponente sobre una trama urbana irregular y abigarrada. Es imposible no sobrecogerse ante la tercera catedral más grande del mundo después de las de San Pedro (Roma), y San Pablo (Londres). Al margen de su exterior de mármol blanco y los frescos y vidrieras que decoran el interior, el imán principal del Duomo es la cúpula iniciada en 1418 por Filippo Brunelleschi, que aportó una innovadora solución de ingeniería consistente en una cúpula doble.
Descendiendo por la vía Calzaiuoli, en pocos minutos se alcanza la inmensa Piazza de la Signoria. La mirada se dirige inevitablemente hacia el Palacio Vecchio, con aspecto de fortaleza de la que surge una espigada torre. De su interior sobresalen los salones pintados con frescos de Ghirlandaio, Bronzino y Vasari, sobre todo el conocido como Sala de los Quinientos, y algunas de las obras maestras escultóricas del Renacimiento, como la Victoria de Miguel Ángel o el grupo de bronce de Donatello que representa a Judith y Holofernes.
Delante del edificio, construido a principios del siglo XIV como sede del gobierno civil, se levanta una réplica de la escultura del David de Miguel Ángel. Aunque inicialmente el artista eligió esta ubicación para simbolizar cómo el pueblo, encarnado en la escultura que representa la quintaesencia del Renacimiento, se situaba por delante del poder de los Medici, el David original se encuentra en la Galería de la Academia, uno de los dos museos de visita absolutamente imperdible junto a la Galería de los Uffizi. Cuando en 1504 lo talló a partir de un único bloque de mármol, Miguel Ángel se permitió decir que su trabajo solo había consistido en liberar la figura de dentro de la piedra.
Justo enfrente del Palacio Vecchio, la estatua de bronce que representa al Perseo que sostiene la cabeza a la Medusa parece actuar como recordatorio al pueblo del poder de la dinastía dirigente. Antes de dejar la plaza, conviene detenerse en dos detalles curiosos. Uno es la fuente de doble caño de la que sale agua con gas. El otro es el conocido como Importuno, un rostro de perfil tallado sobre la misma fachada del Palacio Vecchio, en su esquina inferior derecha, que se atribuye a Miguel Ángel y que pasa inadvertido para la mayoría de visitantes. Muy cerca de allí, la ostrera All’Antico Vinaio es toda una institución para degustar las típicas schiacciatas, la versión florentina de la focaccia.
Un poco más al sur, tras pasar junto al edificio que alberga la Galería de los Uffizi, se llega hasta la ribera norte del Arno y el famoso Corredor Vasariano. Este pasillo elevado y cubierto que discurre sobre el Ponte Vecchio y el resto de la trama urbana fue encargado por los Médicis en 1564 para poder ir desde el Palacio Vecchio al Palacio Pitti sin necesidad de exponerse a los peligros de la calle. A ambos lados del Ponte Vecchio, el único que los nazis dejaron en pie cuando abandonaron la ciudad en 1944, los antiguos comercios han sido sustituidos por lujosas joyerías. Para tener una visión de conjunto, conviene caminar un poco más hasta el siguiente puente, el de la Trinita, para atravesar hasta el Ostrarno y dejar atrás los grupos de turistas que deambulan por el centro.
Esta orilla del Arno, mucho más tranquila, auténtica y económica, es la zona ideal para elegir una trattoria o mezclarse con los toscanos a la hora del popular aperitivo o apericena. La zona más animada es la Plaza de Santo Spirito, fácilmente reconocible por la acumulación de jóvenes que se concentran frente a la basílica del mismo nombre para beber y charlar. Pese a su aspecto adusto, este templo diseñado por Brunelleschi es uno de los grandes monumentos religiosos de la ciudad, aunque como las de Salvatore in Ognissanti o la Basílica de la Santísima Anunciación, a menudo resulta eclipsado por otras tres de visita ineludible: la de Santa Maria Novella, la de San Lorenzo y, sobre todo, la bellísima Santa Croce, diseñada también por Brunelleschi a finales del siglo XV y cuyo interior decorado con frescos de Giotto alberga tumbas de ilustres como Miguel Ángel, Maquiavelo o Galileo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 44 de la revista Plaza
Madrid como capricho y necesidad. Me siento hijo adoptivo de la capital, donde pasé los mejores años de mi vida. Se lo agradezco visitándola cada cierto tiempo, y paseando por sus calles entre recuerdos y olvidos.
Después de dos años de confinamiento y vacaciones 'en casa', parece que la gente está deseando subirse a un avión para volar a cualquier lugar