El director firma un luminoso drama biográfico sobre el médico, profesor universitario y activista por los derechos sociales colombiano Héctor Abad Gómez
VALÈNCIA. Cuando Fernando Trueba estrenó en septiembre del año pasado El olvido que seremos en el Festival de San Sebastián, su homenaje a la figura del médico colombiano Héctor Abad Gómez, el biopic había elevado su significado en el contexto de la pandemia. En oposición al negacionismo, la militancia del responsable de la primera vacunación masiva contra la poliomelitis en el mundo. Frente a la reivindicaciones de mejora de los agotados profesionales de la salud en España, el subrayado de un activista de la sanidad pública. Desgraciadamente, la vigencia del mensaje contenido en la película se ha incrementado en los últimos días con la represión policial en los principales capitales de Colombia a una ciudadanía que ha salido en masa a las calles para protestar contra un sistema lastrado por la desigualdad y la corrupción. Si Abad fue asesinado fue precisamente, por su militancia política en pos de justicia social y derechos civiles en el país sudamericano.
- Entre tu panteón de dioses están Billy Wilder, Diderot y Bebo Valdés. ¿Has integrado a Héctor?
- Sí, de hecho si estuviéramos en mi despacho, verías que tengo allí puesta una foto suya, a pesar de no haberlo conocido nunca.
- ¿Qué cualidades ha de tener una persona para que decidas glorificarla?
- Que le admire, que le quiera. Tengo fotos de gente a la que le tengo cariño, y otros, que me fascinan y me gusta tener cerca. En algunos coinciden ambas cosas y en otros, sólo una de ellas. Por ejemplo, admiro a Isaac Bashevis Singer a través de sus libros.
- ¿En qué medida sigue vigente el legado de Héctor Abad?
- Creo que más que nunca. Espero que tanto el libro como la película contribuyan a darle importancia a gente como él, a comunicar lo importante que son en la sociedad y en el momento que vivimos. La salud pública y la gente que vive y lucha por ella son un tesoro que tenemos y debemos cuidar. Deberíamos de clonarle. Si además hay directores de cine, gente que toca la guitarra y chóferes, estupendo, pero ellos son fundamentales.
- ¿Qué te dio más vértigo al aceptar este proyecto, que la gente que conoció y quiso a este referente de la libertad y la justicia en Colombia esté viva, o el hecho de ser español?
- No pasé vértigo. Me sentí muy halagado y honrado de que el autor y el productor del libro me propusieran este proyecto. Lo que sí sentí es que del libro homónimo escrito por su hijo, Héctor Abad Fanciole, no podía salir una película. Me parecía un libro maravilloso, pero no cinematográfico. Sin embargo, cambié de idea.
- ¿Cuánto pesó que conocieras a Javier Cámara de proyectos anteriores para darle un papel para el que iba a tener que aprender el acento paisa?
- Javier fue la primera opción, tanto mía como de Héctor hijo. Al principio, dijimos “qué pena que no sea colombiano”. Incluso empezamos a buscar a actores. En Colombia hay buenísimos, pero necesitábamos un actor para Héctor Abad Gómez. Hubo un momento en el que concluimos que estábamos haciendo el idiota, perdiendo el tiempo, porque ya teníamos al Héctor perfecto, Javier. Obviamente no era de allí, pero haría el trabajo para aprender el acento. A los colombianos les ha encantado.
- La música tiene mucho peso. Como melómano que eres, a la hora de elegir los temas que suenan, ¿qué peso ha tenido tu gusto musical y qué los recuerdos familiares?
- Ha pesado mi gusto musical. No me obsesionaba tanto reproducir la realidad como hacer la película que quería. La música tiene tres partes: la partitura de Zbigniew Preisner, música de la época que todo el mundo conoce -Carole King, Rolling Stones y, en concreto, Ruby Tuesday, que me di cuenta de que no podía ser otra, tanto por la letra como por la música y por poder hacerla en dos estilos, alegre y triste y desgarradora-, y una tercera que descubrí gracias a un amigo profesor de filosofía en Medellín, la música chucu chucu, que es el rock de Medellín de los años sesenta. Es flipante. Hay, por ejemplo, un guitarrista tipo Jimi Hendrix colombiano, con unos solos de guitarra tremendos.
- Héctor Abad Gómez llevó a sus hijos a visitar los barrios más empobrecidos, y Jonás te ha acompañado a ti en rodajes. ¿Has sentido una conexión especial en esa relación filial?
- Sí, mi hijo ha crecido en los rodajes. Con dos estaba en el rodaje de Sal gorda (1983); con cuatro, en El año de las luces (1986); y en Belle Époque (1992) decidió ser del equipo. Le dimos un walkie talkie y anduvo por allí muy serio, de un lado a otro, ayudando. También le gustaba ver cada montaje, yo le advertía de que lo viera cuando la película estuviera acabada, pero él quería ver los cambios que iba haciendo. Y lo mismo con los guiones: con 13 años, Jonás se leía todas las versiones.
- ¿A qué llamas tú familia?
- En la vida hay dos, la que te toca, la que no eliges y te viene dada, y la que tú te haces, y uno vive entre las dos. Mi casa era lo contrario de la de los Abad: todo hombres y una chica, pero ambas eran casas alegres, llenas de gritos, risas, ruidos, peleas y discusiones. Ha sido muy bonito para mí descubrir a la familia de Héctor. Quiero mucho a sus hijas. Son tan majas, tan distintas: Mariluz, la mayor, es un personaje de gran vitalidad, fuma, bebe, y tiene una humanidad que es la hostia; Clara es todo energía y alegría de vivir; Vicky se pone a hablar y se le saltan las lágrimas a la segunda palabra; y la pequeña, Sol, es médico y aparentemente la dura de la familia, la que siguió la carrera del padre, pero luego es súper entrañable. Por encima de todas está la madre, Cecilia, una mujer espectacular. A sus 95 años me dijo que no se iba a morir hasta que no viera la película. Cuando la vio, me abrazó, me besó, y me dijo que no se iba a morir hasta verla 25 veces, porque así eran las comidas en su casa. He recordado que me comentó algo muy bonito: “Me he pasado toda la película riendo tanto… y de repente me he quedado parada y me he dicho: ¿de qué te ríes, si sabes lo que va a ocurrir?” Es tremendo eso, pero me encanta saber que se ríe con la película. Me hace feliz.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz