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La nave de los locos / OPINIÓN

España no tiene quien le escriba

España carece hoy de lo que más necesita para fortalecerse como país: unas élites culturales que construyan un relato que seduzca a la población, especialmente a los jóvenes. Es lo que han hecho los independentistas en Cataluña, y con éxito. Tomemos nota de ellos. Ese nuevo patriotismo debería empezar por la escuela  

15/01/2018 - 

Ando roto y un poco mustio estos días porque me cierran el Interviú y, por si esto no fuera poco, Zinedine Zidane, el entrenador al que le pediría el matrimonio si yo fuera gay, tiene menos futuro en el Madrid que El Fary en un local de ambiente.

Pero he de sobreponerme, como cada semana, a los contratiempos de la existencia porque, de no ser así, carecería de la energía y la lucidez suficientes para escribir este artículo.

Como no se me viene nada mejor a la cabeza, he escogido el siempre espinoso tema de España o las Españas. Bien es cierto que a casi nadie —y menos a los que nos gobiernan— le importa un comino este país avejentado, que va tirando con más pena que gloria, en el que los pocos niños que nacen quieren ser futbolistas o cocineros mentecatos (atrás quedó lo de ser toreros, ay) y todo aquel que ha cumplido 60 años busca jubilarse antes de la debacle de las pensiones.

Hubo un tiempo, allá por el comienzo del siglo XX, en que a algunos intelectuales les dolía España, que ellos, cortos de miras, identificaban con Castilla. Hoy a nadie le duele España porque hemos dejado de conocerla y amarla. Esto es normal porque en los institutos apenas se estudia su historia y geografía por decisión de unos políticos ignorantes o, tal vez algo peor, abiertamente hostiles a que los adolescentes valencianos adquieran conocimientos que refuercen sus lazos con el resto de españoles y les lleve a comprometerse con la suerte de su país.

España es sólo una palabra hueca en boca de los políticos conservadores, tan dados a abrazar los símbolos nacionales como a olvidar las necesidades de las clases menesterosas. A uno le gustaría encontrar un gobierno conservador o socialdemócrata con una cierta idea de España, a la manera del general De Gaulle en Francia. Pero no la hay. Si miramos a cierta izquierda (Podemos) no sólo no existe una idea de España sino que el mismo nombre del país les produce urticaria, les repele. De ahí lo de “Estado español”, una expresión de uso muy frecuente por el franquismo. Sólo los de Ciudadanos parecen tener un proyecto para el país, pero está por ver que dispongan del suficiente coraje para desarrollarlo.

Envidia de los independentistas

El embrollo catalán, cansino donde los haya, ha demostrado que España necesita algo más que jueces y fiscales para defender su continuidad como nación. Los españoles, aunque nos pese, deberíamos envidiar a los independentistas catalanes por su capacidad para haber construido una historia (relato al decir de los cursis) que ha movilizado a dos millones de personas, no todas ellas fanáticas. Intelectuales, cantantes, actores, escritores y periodistas han puesto lo mejor de sí mismos en la construcción de la idea de la independencia.

Para ello han contado con la escuela y los medios de comunicación públicos y subvencionados (La Vanguardia, de ilustre pasado franquista, entre otros). Por muy poco los independentistas no han conseguido su objetivo, pero no cabe duda de que España perderá Cataluña en una generación si el Gobierno no adopta medidas urgentes como la recuperación de la competencia de la educación para el Estado y el cierre de medios xenófobos como TV3 que alientan el odio a lo español.

España perderá Cataluña en una generación si la enseñanza se mantiene en manos de la Generalitat y no se cierra TV3, un altavoz de odio contra todo lo español

Pero esta terapia de choque será insuficiente si no va acompañada de un relato que sirva de contrapeso a las mentiras de los independentistas. Para ello se necesitan también intelectuales, artistas y escritores, una nueva generación de clérigos, gente con la suficiente inteligencia y laboriosidad para levantar un proyecto de país que parta del conocimiento y el reconocimiento de su historia, geografía, cultura y lengua común, lo que requiere, además, una revolución educativa, improbable a todas luces. Una idea de país comienza a forjarse en la escuela, como saben Pujol y Macron. Esto no tiene por qué ser malo. El patriotismo no siempre es el último refugio de los canallas sino que a veces es un sentimiento noble, como nos enseñan los clásicos. Un poco de patriotismo, un poco de amor crítico hacia nuestro país, no vendría mal.

 Sin embargo, no puedo ser optimista. Este nuevo patriotismo, para hacerse realidad, debería ser defendido por unas élites que no ven más allá de su ombligo, ocupadas como están en defender sus intereses. Tenemos, como mucho, a un Savater o a un Azúa, pero ni de lejos oteamos a un Ortega o a un Unamuno. Si nadie lo remedia, estamos condenados a que España siga siendo, en el mejor de los casos, una marca. La marca España, como Gallina Blanca o Casa Tarradellas.

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