ALICANTE. El 25 de mayo de 2018 se conmemoraban los 80 años del bombardeo sobre población civil más sangriento, antes de la Segunda Gurra Mundial. Los aledaños del Mercado Central de Alicante se convirtieron en el campo de pruebas de la aviación fascista italiana, aliados de la rebelión militar contra la República Española. Alicante había dejado de ser retaguardia y se iba a convertir en la última resistencia. Entre los actos que se celebraron ocupó un lugar importante la presentación de la nueva Editorial Mankell, un proyecto surgido en la propia ciudad, ya que el primer título de su catálogo es la novela del escritor y abogado Enrique Botella (Alicante, 1960), El silencio y el mar, en la que el citado bombardeo ocupa un lugar central en la narración.
La presentación se produjo en la Casa Mediterráneo, una institución que poco a poco está empezando a ocupar el lugar que le corresponde en la vida cultural de la ciudad. En medio de un inmenso espacio ocupado por la memoria de los viajeros, lo que sería el hall de la antigua Estación de Benalúa, que conectaba con Murcia y el sur, haciendo un hueco entre la intensa programación cultural del día, mantuvimos una charla con el autor. “Hemos pasado muchos años de desierto cultural, así es que la coincidencia de tanta actividad en un solo día es un regalo”, empieza fuerte Enrique Botella.
Formalmente, la novela se asemeja a la artesanía de entretejer esparto, una serie de historias que se entrecruzan y corren en paralelo. ¿Desde el principio tuviste claro que iba a ser así, que esa iba a ser la estructura de la novela?
Normalmente, cuando me pongo a escribir, lo primero que decido es la estructura de la narración, y aquí tuve claro que debía ser así. No es la primera vez que la utilizo, en Escarcha en el pelo, mi anterior novela, ya hice uso de ella, un poco de otra manera, pero es una manera de trabajar en la que me manejo con facilidad.
Y a la hora de escribirla, ¿lo has hecho de manera lineal, o has escrito cada historia por separado y luego has ido montando el puzzle?
He ido escribiendo tal cual están en la novela, de manera lineal, como si formaran parte de un solo cronograma. Porque si no, yo tengo mucha tendencia a dispersarme.
A veces da la sensación de que el teatro es el arte que se ha mantenido a pesar de todos los pesares. Durante gran parte del siglo XX, en Alicante, por ejemplo, no tenía una vida literaria, musical, cinematográfica, pero el teatro seguía estando ahí. La importancia del teatro en tu novela es mucha, los personajes principales forman parte de la farándula.
Sí, es verdad, siempre ha habido teatro. No ha sido gratuito que los personajes de mi novela formen parte de ese mundo. Ha habido dos razones para ello, por la integración de la figura de Federico García Lorca y Bodas de Sangre en la trama y porque yo he estado muy vinculado con el teatro durante toda mi vida. Pero también por la referencia que se hace a ese teatro ambulante que se hacía durante la República, identificado en la figura de uno de los personajes, teatro como el de La Barraca, didáctico, El retablillo de Don Cristóbal, ese enseñar, intentar culturizar a través del teatro está muy presente en El silencio y el mar. Que la enseñanza sea algo más que la mera enseñanza, enseñar divirtiento, que es lo que pretendía Lorca con La Barraca. O las Milicias de la Cultura durante la guerra. Cómo a pesar de las condiciones deplorables en que se encontraban, siempre había un grupo de gente que pretendía mantener la llama viva de la cultura. En el proceso de documentación para la novela, estas es una de las cosas que me quedaron claras, que estas gentes debían tener un protagonismo importante en la novela.
Hay dos grandes excusas argumentales en la novela, la primera es ejercer de archivo de la memoria del bombardeo fascista del 25 de mayo sobre Alicante y la otra es la Isla de Tabarca. ¿Tabarca es un polo de atracción literario difícil de eludir?
Sí, es cierto, es un polo de atracción intenso. Yo vivo frente al mar y cada día la veo, la tengo ahí, sobre el horizonte. Y, a pesar de que la he visitado muchas veces, Tabarca es un sitio muy olvidado por los alicantinos (“Tabarca está en el horizonte físico de Alicante, pero más cerca del horizonte emocional de Elche o Santa Pola”, Enrique está totalmente de acuerdo con esta afirmación). Uno de los personajes de la novela dice que “Tabarca es un sitio donde cualquier leyenda es posible”, y es verdad. Tabarca es silencio y mar. Hasta el año 84 la isla no tenía electricidad, y ahora mismo, a pesar de que aumentado la contaminación lumínica (el progreso tiene sus inconvenientes) la noche en Tabarca es mágica, el silencio, las estrellas, el rumor del mar. Si pudiera iría sólo de noche, el día se me hace más pesado, pero para eso está Elena, mi mujer, que es una enamorada de la isla y me ha ido transmitiendo su amor y su cariño por ella.
Y ese mapa que trazas, en el que está Tabarca, en el que está el recuerdo del bombardeo, se concreta en la recuperación de una ciudad de Alicante que durante demasiado tiempo ha transmitido la sensación de no tener historia, de no tener identidad.
Claro, es una ciudad que siempre ha tenido un peso específico, ya sin remontarnos más allá de los hechos narrados, Alicante es la última ciudad republicana, la ciudad donde se produce el bombardeo más sangriento de toda la Guerra Civil, una de las ciudades más bombardeadas durante la guerra, a pesar de encontrarse en la retaguardia (antes del bombardeo sobre el Mercado Central, la ciudad ya había sufrido, entre otros, un bombardeo continuado de ocho horas, también reflejado en la narración de Botella), una de las ciudades en las que más represión hubo después de la guerra. Y todo eso se ha silenciado, porque no interesaba, porque solo interesaba el sol y la playa. Y cuando escuchas a algún testimonio directo de ello, como por ejemplo mi madre, lo hacen con miedo de que los escucharan, como si hubiera sido culpa de las propias víctimas.
Se ha producido una culpabilización de las víctimas.
Sí, totalmente. El otro día Elena y yo hicimos un recorrido por algunos de los escenarios de la novela. Primero fuimos al campo de concentración de los Almendros (sobre los terrenos que ocupaba este campo de concentración se sitúa ahora mismo uno de los centros comerciales más visitados de la ciudad, así como varios complejos hospitalarios privados), y la zona donde está el monolito conmemorativo ya es marginal con respecto al espacio que ocupaba realmente el campo. Ahora mismo hay un proyecto para convertir el cine Ideal en una tienda de ropa… pues ahí, en esas instalaciones, es donde metieron a las mujeres que salieron del puerto, las que no pudieron huir en los últimos barcos de ayuda que llegaron. Durante meses estuvieron allí hacinadas, mientras decidían qué hacían con ellas. LUego estuvimos en el cementerio, en la fosa del sector 12, donde están enterradas las víctimas del 25 de mayo, y me llamó mucho la atención que la fecha de la lápida que la identifica es de 1995. ¡Hasta 1995 ni siquiera se sabía que estaban allí enterrados los muertos del bombardeo! La efeméride del 25 de mayo no aparece en ningún libro de historia. “El silencio y el mar” es una novela contra el olvido. Y la recuperación de espacios de memoria personal, como por ejemplo Villena, también presente en la novela, donde pasé muchos años y me sentí totalmente integrado.
Para que no parezca que Alicante continua en una retaguardia permanente a la que no llegó la barbarie. Tardó en llegar unos meses, tras el estallido del conflicto, pero la intensidad posterior parece que ha sido relegado en la memoria colectiva.
Hay como un bombardeo de cemento en la postguerra que lo va tapando todo.
Por eso está bien que se conozca esa historia, que se rellenen los huecos de la memoria. Por eso la novela está dedicada a Elena, mi mujer, y sobre todo a mi madre, en representación de todos esos testimonios que me han llegado de primera mano, de gente que estuvo en el puerto y no pudo huir, de gente que estuvo en el campo de Los Almendros, o en la Plaza de Toros...
¿Y cómo ha sido la experiencia de apostar por la Editorial Mankell en su nacimiento, de ser el primer nombre de su catálogo, en la que se espera una larga lista de escritores y escritoras?
Pues una maravilla, yo estoy encantado de ser el “primer Mankell”. Marina Vicente era mi agente literaria, cuando me propuso que editara con ellos, porque querían dar un paso más allá de la agencia Mankell, y convertirla también en editorial. Me dijo algo así como “te atreves a ser nuestro primer escritor”, a lo que le respondí “¿tú te atreves a publicarla?”. El mundo editorial es muy caníbal, la novela ya había sido finalista del premio Azorín, y aún así no encontraba un camino claro en la selva editorial. Yo creo que he tomado la mejor decisión, Mankell es una maravilla. Su trabajo editorial, de promoción, el cuidado que tienen sobre el producto, sobre el autor, es algo que es difícil encontrar en otras editoriales, y con muchísima ilusión. Te hacen sentirte parte de una familia y eso hace que como autor te impliques mucho más.