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La nave de los locos / OPINIÓN

El desquite

La lucha contra la violencia machista está dando pie a una sutil caza de brujas contra los hombres. En nombre de una buena causa, las feministas radicales alientan la censura y el puritanismo. Combaten una injusticia, la histórica discriminación de las mujeres, con otra injusticia. Para ellas ha llegado el tiempo de la revancha     

22/01/2018 - 

Aún no repuesto del truculento, morboso y fascinante crimen del desdichado ingeniero a menos, supuestamente, de la esposa enfermera y el amante auxiliar de enfermería, me dedico a repasar los periódicos de las últimas semanas en los que hay una protagonista indiscutible: la mujer en todas sus vertientes y dimensiones.

He elaborado un breve resumen sobre las informaciones de este tenor, y paso a exponerlo:

En su alocución televisiva de Nochebuena, el jefe del Estado, presumiblemente asesorado por su inteligente y glacial esposa, animaba a luchar contra “la lacra inadmisible” de la violencia machista.

El día de Nochevieja la Guardia Civil descubre el cadáver de la joven Diana Quer. Conmoción y morbo.

El 8 de enero, la presentadora Oprah Winfrey emociona a los asistentes a la gala de los Globos de Oro con un discurso sobre el acoso sexual a las mujeres.

El 10 de enero se da a conocer un manifiesto de cien personalidades de la cultura francesa, encabezadas por la actriz Catherine Deneuve, que califica de “puritana” la estrategia del movimiento #MeToo.

Un día después, el manifiesto es convenientemente respondido por feministas del país vecino, quienes lamentan el imperdonable hecho de que mujeres ilustres hayan sucumbido a los cantos de sirena del odioso patriarcado.

Como puede apreciarse, cuando aún no hemos acabado enero, mes antipático donde los haya, queda claro que todo lo relativo a la mujer marcará la agenda de los medios este año. En 2018 leeremos muchas noticias sobre la despreciable violencia machista, la discriminación salarial de la mujer, la fuerza creativa de las narradoras femeninas (¡si hasta a Rosa Montero le han dado el Nacional de las Letras!), la escasa presencia de las mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas y el machismo cultural que impide una adecuada presentación de las mujeres en instituciones caducas como la Real Academia Española. Seremos ilustrados, por consiguiente, sobre todas y cada una de las virtudes de las mujeres en acusado contraste con el carácter primario y a menudo violento de muchos varones.

El siglo XXI será femenino o no será

Hace unos días leí que una intelectual importante, de cuyo nombre no me acuerdo ahora, aventuraba que 2018 será el año de las mujeres. Se quedó corta. Este siglo, o al menos su primera mitad, será femenino o no será. Es comprensible que después de estar sometidas a los hombres desde al menos el Neolítico, las mujeres consideren que ha llegado la hora para reclamar el poder que les había sido negado en el mundo. Ese asalto y posterior conquista de un poder monopolizado por los hombres será una venganza en toda regla.

De manera consciente o no, muchas mujeres creen que deben desquitarse de la humillación y el sufrimiento padecidos por sus antepasadas sin reparar en que ese desquite encubre también una injusticia histórica. Cualquier injusticia, sea cometida contra una mujer o un hombre, es una injusticia. Las nuevas generaciones de hombres serán los paganos de este ajuste de cuentas de las mujeres con su pasado.

Como en el nacionalcatolicismo, no faltan hoy jueces interesados en condenar a todo aquel que se desvía de la feroz corrección política, sin tener opción para defenderse

Este clima enrarecido comienza a manifestarse en pequeños detalles de la vida diaria. Con el pretexto de combatir la violencia machista, a cuyo freno hay que poner todos los medios posibles, las feministas radicales han puesto a todo hombre en el punto de mira por el mero hecho de serlo. Más se diría que lo que les mueve es la caza del varón que la defensa de sus compañeras. Esto se hace visible, por ejemplo, en el lenguaje verbal o corporal, sometido a una corrección política asfixiante que castiga cualquier manifestación de ironía o humor. Y no hablo, por supuesto, de groserías ni de insultos sino de comentarios distendidos que los hombres, cuando están con mujeres, evitan hacer para evitarse complicaciones. Lo peor que te pueden llamar hoy no es delincuente ni corrupto sino machista y fascista. 

Condenados de antemano por ser hombres

Esta feroz corrección política representa el regreso al puritanismo que Catherine Deneuve y otras mujeres francesas denunciaban en su manifiesto. Y al igual que sucedía en tiempos del nacionalcatolicismo no faltan hoy jueces severos que condenan a todo aquel que se desvía de la moral establecida (en este caso una moral laica) sin  opción a defenderse. Por ser hombre, uno ya está condenado de antemano, a juicio de este feminismo talibán que dispara contra todo varón que le lleva la contraria. Las redes sociales, la versión actualizada del Santo Oficio, se encargan de dictar sentencia. Hay, además, un pujante negocio en torno a esta cuestión: psicólogas, abogadas, asistentas sociales, escritoras y otras profesionales viven de ello. 

Las mujeres que hablan de una sociedad patriarcal en la que impera la violencia del hombre sobre la mujer, son, por suerte, una minoría. Pero es una minoría ruidosa que le ha ganado la partida al feminismo moderado y cabal. El feminismo que impera, fanático en el fondo y en las formas, desconoce, acaso por falta de experiencia, que la relación entre un hombre y una mujer es un asunto de suma complejidad, casi inextricable, que no puede ser explicado con las instrucciones de un manual para ser agente de igualdad.

En una relación, él y ella deciden libremente las reglas del juego: cómo comportarse, cómo hablar, qué papeles desempeñará cada uno de ellos, incluso cómo someter o ser sometido. Es algo íntimo e inviolable, no sujeto al código de una persona biempensante. La intimidad es el único espacio que nos va quedando para ser libres. Por eso nadie, bajo ningún pretexto, debería meter sus sucias narices dentro de nuestras cuatro paredes. Hacerlo sería una sutil manera de opresión.

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