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TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO

El amor y los cortes de pelo

5/09/2018 - 

VALÈNCIA. (Tras escuchar miles de veces este verano El anillo de Jennifer López, me he visto obligado a escribir este artículo: otro tipo de amor menos casposo es posible).

El AMOR se parece más a los cortes de pelo de lo que nos gustaría. Sigue las modas como cualquier otra creación cultural. Así, simplificando, en la antigua Grecia el amor era la relación entre un maestro y su joven discípulo. Las mujeres servían solo para reproducirse, pues como Aristóteles decía, eran inferiores por naturaleza al hombre: sus esclavas naturales cuya mayor virtud era el silencio. Como a la mayoría de los griegos no les gustaba la zoofilia, ni tenían sexo con cabras ni con mujeres. Si querían tener una experiencia sexual plena y satisfactoria, pues se buscaban otro hombre. El maestro situaba su sexo entre los tiernos muslos de su pupilo y así se daba placer. Sexo anal ni pensarlo: estaba penado por la ley y era cosa de “maricas”. Pero frotarse contra unos muslos apretaditos era muy de machos. De hecho, los varoniles guerreros solían tener relaciones homosexuales entre ellos para subir la moral y fomentar el compañerismo en la tropa. Hay algunas parejas masculinas griegas muy conocidas: Alejandro Magno y Hefestión, Aquiles y Patroclo…

Después llegó Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, y condenó Sodoma, llena de sodomitas invertidos. A partir de aquí el amor empieza a ser cosa de hombres y mujeres. O mejor dicho, de hombres con mujeres. O mejor dicho, de penes y vaginas (lo del clítoris es muy reciente, de la era digital). Porque el amor cristiano se manifiesta, igual que Cristo en un trozo de galleta, en la cópula. En ese momento Amor se hace Carne. Carne sudorosa y trémula. O no muy sudorosa, que igual entonces hay pecado, pues todo lo que da placer es visto con suspicacia por los cristianos, que creen que el dolor los acerca a Dios (y de hecho han cogido como logotipo un hombre siendo torturado en una cruz, por si la cosa no quedaba clara). Por todo esto, la Edad Media en occidente –profundamente cristiana- no tuvo mucho de eso que se llama amor. El matrimonio era un contrato comercial: entre los pobres servía para tener hijos que currasen y repartirse las tareas del día al día. Entre los ricos, para ganar tierras y poder (por eso muchos se casaban con sus primos y hermanos, y así las posesiones se quedaban en familia). Ni siquiera el sexo era enteramente satisfactorio pues estaba mal visto que la mujer disfrutase. Un orgasmo femenino a la japonesa -agudo y sobreactuado- escuchado por los vecinos podía convertir al amante en el hazmerreír de la taberna: ¡Ché, será flojo que su mujer disfruta!

Con los trovadores —ya saliendo de ese largo túnel que fue la Edad Media— empezó de alguna forma el amor tal y como lo entendemos hoy día. En sus poemas, la dama —casada, pues el amor y el matrimonio iban por lados distintos— se convierte en objeto de deseo (sexual) y se crean los protocolos para conseguir su flor. El flirteo queda reglamentado en una serie de pasos que, de no cumplirse, dejarán a dos velas al trovador. Y ellos se quejan en sus versos de lo mala que es la dama (mala mujer, me han dejado cicatrices por todo mi cuerpo tus uñas de gel), de esa crueldad que los obliga a esperar (siempre es a tu manera, yo te quiero aunque no quieras), a hacer un esfuerzo para conseguir el preciado tesoro: invitarlas a cubatas, hacerlas reír, acompañarlas a casa, que te hagan la cobra… Y de vuelta a la casilla de comienzo…

Unos siglos después, llegan los escritores románticos del XIX con sus aspavientos y sus conversaciones de borracho solitario que se sienta a tu lado en la barra de un bar: que si el amor es una locura, que si mira lo que hizo el joven Werther, que se pegó un tiro porque ella no le quería, ese sí que era listo y qué tranquilo se quedó, que si mi amada me está trastornando y por eso sé que la quiero (A mí me vuelve loco esa forma que tienes tú de mirarme… de tocarme… de sentirme, que me mata, me quema, me encanta y me vuelve medio loco). El amor se convierte entonces en eso que las leyes llaman “enajenación mental transitoria”. Unido inseparablemente (para ser amor de buena calidad, no esas imitaciones que te venden en los bazares chinos) a la muerte: a la del amante despechado que se pega un tiro o a la del amante traicionado que le pega un tiro a su amada, así en plan reggaetón (si antes era un hijoputa ahora soy peor por ti)

El amor hoy día

Nosotros, de alguna forma, somos herederos de todo esto. Pero sobre todo de los productos culturales que consumimos. Ya decía Oscar Wilde que la realidad imita al arte. Somos las canciones que escuchamos, los libros que leemos y las películas que nos marcaron. Hemos aprendido de los trovadores, de los curas, de Daddy Yankee y de Fernando Esteso que el amor se manifiesta en el sexo y que, así a grandes rasgos, son todos esos protocolos que anteceden a la penetración y todos esos que consiguen repetirla tantas veces como sea posible. Tu pareja puede hacer cualquier cosa con otras personas, menos sexo. Puede, de hecho, pensar en otras personas mientras tiene sexo contigo, sin que importe demasiado, porque Amor –si nos fijamos en la práctica, no en la teoría- solo pide una cosa: fidelidad sexual. Todo lo demás es secundario, incluso que no te quiera o te trate mal es menos importante que la fidelidad sexual. El amor se entiende como el alquiler del sexo de la pareja de por vida. Con monopolio de usufructo. Con el resto del cuerpo puede hacer lo que quiera. ¡Qué tendrá que ver el resto del cuerpo con el Amor, con la transmutación del Amor en carne! El sexo, sin embargo, es personal e intransferible. Nos lo han enseñado las canciones latinas, las telenovelas sudamericanas, las películas norteamericanas y hasta las novelas, con lo cultas que son las novelas. Hemos aprendido de Crepúsculo y de Disney que la mujer debe tener un papel pasivo frente al hombre y que su destino es el matrimonio. Hemos aprendido que los gays no suelen pasar del papel de secundarios porque los grandes Amores, con mayúsculas, son entre un hombre (en primer lugar) y una mujer, como Dios manda. También hemos aprendido que quien mucho ama se vuelve loco, ya lo dicen las obras de Calderón de la Barca, las telenovelas venezolanas y las letras de Rihanna, que como te vea con otro te voy a poner el ojo bonito.

Las comedias americanas más comerciales nos enseñan, por ejemplo, que mojarse con agua y pringarse la cara con algún tipo de pastel son protocolos adecuados para el flirteo. No falla: quieren mostrar dos personas que se están enamorando y siempre acaban mojándose con una manguera o poniéndose harina en la punta de la nariz (risas enlatadas). También nos enseñan que jamás seremos felices si no nos casamos —y si no preguntadle a Monica de Friends— porque firmar un papel, elegir las flores y tirar el ramo hacia detrás es la máxima aspiración de todo ser humano —sobre todo si es mujer— que se precie... Por ello, arrodillarse y dar un anillo es imprescindible si realmente hay amor, sea en medio de un centro comercial o poniéndolo dentro de la copa de cava en un restaurante caro (ya lo tengo todo pero… el anillo pa’ cuando?). Y si es amor de los de verdad, la petición debe hacerse sobre la Torre Eiffel o en la terraza del Empire State Building. En cualquier otro caso es un bluff que solo se puede llamar “calentón”.

Por suerte, nos hemos dado cuenta de que la influencia de los productos culturales no es baladí y cada vez hay más reggaetón y cumbia feminista (Ms, Nina, Tremenda jauría…), comedias románticas que no acaban en boda (500 days of summer, Closer) o que muestran mujeres fuertes (Girls, Juego de Tronos) series normalizando las relaciones homosexuales (Modern Family, Sense8…), la transexualidad (Transparent, The OA), la bisexualidad (Orange is the new black), el poliamor (You Me Her) y hasta Disney muestra últimamente un modelo de mujer que no depende de los hombres ni busca en una buena boda su realización personal.

Si la realidad imita al arte, parece que al amor le esperan tiempos de mayor igualdad y libertad, pues los modelos con los que se están educando las nuevas generaciones son mucho más variados, tanto en lo que se refiere a identidad de género y sexual como a los diferentes tipos de relaciones posibles. Le guste más o menos a Jennifer López, si nada se tuerce: ¡nos esperan tiempos fluidos!

 

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