La conocida como la Perla del Adriático es una joya escondida entre murallas medievales, bañada por un mar de color zafiro y rodeada por montañas
VALÈNCIA.-Lo confieso, Juego de Tronos me puso en el mapa a Dubrovnik, así que en mi viaje por Croacia la última parada debía ser la conocida como la Perla del Adriático o la Atenas Eslava. Necesitaba descubrir qué tenía de especial para ser la localización donde está el gran Trono de Hierro y que cada año atrae a millones de turistas. No se trataba de recrear todos los escenarios como una fanática sino de conocerla más allá de la popular serie.
Nada más acercarme hasta las inmediaciones de la ciudad entendí por qué Dubrovnik se convirtió en la capital de los Siete Reinos. Incluso me vi viajando al medievo a medida que pasaba el puente y cruzaba la recia Puerta Pile, con su bastión defensivo semicircular, dejando atrás el bullicio de los taxis y autobuses. Yo libré mi propia batalla, la de esquivar a los turistas. ¿Mi estrategia? Ir a contracorriente.
Por ello, mientras el resto de personas hacía cola para recorrer la muralla, yo decidí visitar la ciudad. Antes, llené mi cantimplora en la Fuente de Onofrio —las provisiones son importantes— y me enfilé por la calle Stradun (también conocida como Placa), que divide el casco antiguo en dos. Según me contaron, originalmente fue un canal (desecado en el siglo XIII) y tras el terremoto de 1667, Dubrovnik comenzó a reconstruirse alrededor de ella. De ahí que sea la más animada y haya edificaciones barrocas. No fue la única reconstrucción, pues Dubrovnik fue bombardeada en los noventa con más de dos mil proyectiles que causaron muertes y numerosos desperfectos —el 68% de los edificios del centro histórico resultaron afectados—. Hoy, por suerte, la ciudad luce tanto como ese suelo de mármol brillante que estaba pisando.
Mi idea era visitar el palacio del Rector pero, al ver esas callejuelas que se enfilan hacia lo alto, decidí perderme por ellas, descubriendo rincones mágicos, con la ropa tendida en patios donde las puertas de las casas siempre están cerradas. Claro, solo las pueden abrir cuando los turistas y viajeros nos vamos... Mis piernas empezaron a notar el cansancio de tantos escalones así que volví a esa calle principal para ver el Palacio Sponza, en el que hay una exposición permanente de fotografías sobre el bombardeo. Realmente se te ponen los pelos de punta al ver la Stradun completamente destruida.
* Lea el artículo completo en el número de octubre de la revista Plaza
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