VALÈNCIA. ¿Quién era Matilde Ras? ¿Y por qué nos llega ahora su Diario repleto de sensatez y belleza? El caso de esta pionera de la grafología científica que vivió un romance oculto con la escritora Elena Fortún es uno de los muchos que se vivieron en nuestro país en el último medio siglo. Se trata de mujeres talentosas cuyo genio fue ocultado. Matilde Ras nació en Tarragona en 1881 y murió en Madrid en 1969. Fue una mujer erudita que cultivó todo tipo de géneros: narrativa, ensayo, poesía, teatro… Mantuvo durante algún tiempo un famoso consultorio grafológico en las revistas Estampa o Blanco y Negro donde se encargaba de interpretar todo tipo de letras.
Tal y como explica José Luís García Martín, prologuista de este Diario publicado en Renacimiento, la grafología para muchos “no era sino un divertimento no muy lejano a la astrología y al horóscopo”. Matilde fue pionera de la grafología en España después de haber estudiado en París –en la Societé Technique des Experts en Écritures- becada por la Junta para la Ampliación de Estudios.
El diario que ahora se publica pertenece al tiempo que Ras pasó en Portugal entre 1941 y 1943 y que fue publicado tres años después gracias a su amigo Ricardo Serra, un escritor enigmático que fue “contrabandista, director de empresas, cajero, conserje de hotel, profesor, trabajador de banca, turista, capataz, trotamundos, etc.” Sin embargo, fue su condición de poeta la que conquistó a Matilde. En una carta a su hermano Aurelio Ras, le comenta que las traducciones de los poemas que está realizando le consumen todo su tiempo: “De todo lo que conozco de la literatura contemporánea, y conozco bastante, esa poesía es lo más fuerte e intenso que he leído. La antigua lírica era la expresión del sentimiento del individuo, pero en Serra se eleva a la expresión del alma colectiva. Es la conciencia de la masa”.
El diario comienza con una dedicatoria a Elena Fortún:
Creadora de un mundo de pequeños personajes, /que ha encantado por igual a chicos y a mayores, dedicada este Diario en homenaje de gratitud, / de admiración y cariño.
La primera entrada la escribe ya en Lisboa, el 22 de junio de 1941. Matilde da la bienvenida al verano en Lisboa y se aloja en un hotel donde “un criado” le conduce a una espaciosa habitación donde hay “una cama anchísima, cuadrada, con vastos almohadones”. Matilde llega a Lisboa después de vivir en una especie de “desierto”, en Madrid que está “poblado de recuerdos y de tumbas”. En Portugal nota su soledad pero no la lamenta. Se dedica a contemplar una ciudad y a analizar cada detalle:
El sentido del humor tan particular de Matilde se deja traslucir en la mayoría de sus entradas cuando, por ejemplo, dice que “hay más gaviotas que personas” en la plaza del Comercio. Otra de las cualidades del diario, aquella que hace que el lector entre completamente en la rutina de su vida:
Para comer me arreglo divinamente. Aquí en una granja próxima, donde hay una encargada española que se llama Mercedes, compro judías verdes, patatas, huevos y fresones recién recogidos de sus matas, fresones riquísimos y fríos aún por el rocío matinal.
Acompañamos a Matilde en todo momento y esta prosa tan sensitiva recorrerá todo el diario, acompañada de reflexiones sensatas y tranquilas de una mente brillante:
Cuando se es muy joven, se piensa en felicidades suntuosas; amor, gloria, poder, riqueza… Más tarde, se contenta uno con felicidades modestas; más tarde aún, ni a la felicidad se aspira y se da uno por satisfecho con menudos gustos: un buen sueño, una lectura grata que nadie nos interrumpe, algún diálogo a tono. Soñamos con ser fabulosos argonautas; y acabamos por contentarnos con el agua del botijo.
Y de lecturas está también lleno el libro: Homero, Huxley, Cocteau, Wilde, Cervantes, Larreta… Con todos ellos empieza el “vicio de la lectura”:
(…)Llamo vicio a sentir una especie de terror ante la perspectiva forzosa de pasarnos una semana sin libros en un sitio apartado, a sufrir como el fumador sin su tabaco, o sin su opio. A que no podamos ver un libro a nuestro alcance sin echarle la zarpa.
Ras muestra su pasión por el cine y el ajedrez (juega a menudo con un tipo indostánico en su pensión) y, aunque pasa días amargos, no se queja: “Las gentes quejumbrosas acaban por aburrir a todo el mundo: no las imitemos”. Sin embargo, Matilde se quejará por el genio desaprovechado su amiga Fortún: “¡Que una mujer del talento de Elena Fortún esté sometida ocho horas de oficina!”.
El Diario también recoge las cartas que Elena y ella se intercambian. El amor entre ambas casi puede percibirse si no es como profunda amistad. Juntas reivindicaron un nuevo papel de la mujer en la sociedad y se enfrentaron a figuras como Ramón y Cajal, Gregorio Marañón o Pilar Primo de Rivera. Sin embargo, el exilio de Elena las separó durante la mayor parte de su tiempo. Siguió a su marido, el militar y escritor Eusebio de Gorbea Lemmi a Argentina. Allí él se suicidaría y, al poco tiempo moriría uno de sus hijos. La tragedia le acompañó pero Matilde siempre fue su apoyo más leal.
En una de las últimas entradas del Diario, Matilde se muestra fascinada con el Diario que André Gide. Y allí dice algo que puede hablarnos sucintamente de lo que para ella es el amor:
Amo, a veces, un libro, como se ama a un amante; no es pura metáfora: es una analogía.
Así debió amar a Elena, como a todos esos libros que llevaba bajo el brazo. El mejor refugio.
Este Diario es uno de los más bellos jamás publicados. Hagan caso al prólogo de José Luís García Martín:
Lector: abres las primeras páginas de este diario y el telón se alza “sobre un inmenso y fantástico escenario”, el destartalado laberinto de los tejados de Alfama, el azul deslumbrante del río que quiere convertirse en mar. Acomódate bien en tu asiento, despreocúpate de todo, la función va a empezar.