MADRID. La moralidad y los límites de la misma aplicados a la literatura son algunos de los temas más reflexionados y debatidos en la historia de la literatura. Ahí están los casos del Marqués de Sade, de Guillaume Apollinaire o algunos de los textos de Henry Miller, Anaïs Nin, Petronio o D.H. Lawrence. En todos ellos, la sexualidad entendida como trauma y como herida es el eje vertebrador de la narración.
En esta estela de libros malditos, prohibidos y ciertamente sucios se inscribe ahora Diario de un incesto, publicado por la editorial Malpaso el pasado mes de septiembre y cuyo autor es anónimo. Esta obra supone una suerte de dietario escrito por una voz anónima que correspondería a una joven veinteañera que, a través de su relato, recuerda la relación incestuosa con su padre desde los tres años de edad.
Tengo, y siempre he tenido, la impresión de que en realidad mi padre quería matarme, y que yo le seduje para impedir que lo hiciera. Recurrí a la sensualidad para seguir con vida. Salvé mi vida dándole placer sexual. Y él se hizo adicto a nuestras relaciones sexuales, y a mí me ocurrió lo mismo.
¿Hasta qué punto puede nombrarse lo que en este libro sucede como ‘sensualidad’? ¿Hasta qué punto el fragmento anterior supone una justificación que se prolongó durante 19 años? Las palabras que han leído un poco más arriba son las más suaves y laxas de toda una narración repleta de violencia y sexo desbocado; la narración de una enfermedad netamente obsesiva que padecen los dos protagonistas: el padre y la hija.
La lectura de estos diarios de apenas 127 páginas se realiza con estupor, con pasmo, el mismo que rodea a uno de los tabúes más férreos de nuestra civilización: el incesto. Algunos de los pasajes de este libro son inaguantables, intolerables e insanos.
El sudor me humedece las manos cuando recuerdo a mi padre preguntándome de niña si quería follar. Me lo preguntaba con la lengua de trapo. Sí, le contestaba yo, follemos.
A veces leía los diarios de mi padre sin que se enterara. Cuando era adolescente, leí en una ocasión que no había nada que le resultara más agradable que estar desnudo cerca de mí. En otro momento, escribió que las niñas pequeñas son tan sexis porque te quieren y lo único que desean es que las tengas.
A lo mejor todo lo que escribo tiene que ver con el hecho de que mi padre me violara antes de que supiera leer y escribir.
Si prestan atención a este último fragmento comprenderán que los límites de la moralidad no están tanto en la relación incestuosa –que, sin duda, merece una notable reflexión-, sino fundamentalmente en la manifiesta pedofilia que representa, pues las relaciones sexuales se inician cuando la narradora apenas contaba con tres años de vida.
El estilo es seco y afilado, como el cuchillo con el que este padre daña los genitales de su hija en un arrebato de locura. ¿Por qué entonces publicar este libro que aloja tantos horrores?
Desde el psicoanalista Sigmund Freud en su Totem y tabú que hablaba del “horror al incesto” hasta el antropólogo Claude Lévi-Strauss –que creyó que “la diferencia entre los animales y seres humanos radica en la prohibición del incesto”- han hablado de este asuntos desde distintas perspectivas y miradas.
La revolución que supone la publicación de este libro estriba en dos cuestiones que no son menores: en primer lugar, no encontrarán en este libro velos ni eufemismos. Algunos párrafos serían impronunciables en voz alta por una dureza que pocas veces ha sido contemplada de este modo. En segundo lugar, la utilización de la primera persona dota al relato de una verosimilitud que hiere. Al mismo tiempo, el empleo de esta primera persona plantea una duda: ¿y si todo lo que estamos leyendo es pura ficción? ¿Restarían algo de brutalidad a lo relatado? Desde la editorial americana Farrar, Straus & Giroux afirman que no dudan de la veracidad del texto y confirmaban que el motivo de la publicación había sido estrictamente literario y la calificaron como “obra de arte”.
Si el lector se dispone a entrar en la página web de la editorial Malpaso para acceder a la información del libro, salta una “Carta del editor” firmada por Malcolm Otero Barral:
Diario de un incesto...
no es, como dicen los horteras, inspiracional. La autora no busca comprensión ni compasión. Ni siquiera tu empatía. Lo cuenta tal y como fue, en un ejercicio crudo de sinceridad, sin literatura, sin embellecimientos. Hechos, sentimientos y más hechos. No hay nada melifluo, solamente prosa seca, despojada. Es un retrato al natural de un ser humano roto por dentro. Una vida en la que la autora, la protagonista, toma las decisiones que seguramente nunca tomaríamos nosotros.
(…)
Un libro que no se parece a ningún otro. Un libro necesario.
De lo primero no cabe duda. No se me ocurre otro libro similar. De lo segundo, dudo. El fantasma del morbo planea –quizás involuntariamente- sobre el libro y la autoría anónima del mismo. Este último atributo acaba por coronar una obra repleta de misterio que, sin embargo, se muestra terriblemente directa.
Mi padre también se había convertido a sí mismo en un objeto sexual para mí. Lo cosificaba como me cosificaba a mí misma para él. Jamás en mis doce años de casada experimenté un orgasmo semejante.
La deriva de esta joven desemboca en una relación que reproduce algunas de las manías y gestos de la incestuosa. Carl es el segundo marido de la narradora que, tras dejar de mantener relaciones sexuales con su padre, se abre a las relaciones con otros hombres. Sin embargo, el recuerdo del padre siempre está ahí y es el nuevo marido el que adopta ese rol, el único con el que la protagonista logra excitarse. “Somos ante todo quienes somos en la cama”, afirma Carl al final de este libro. La pregunta se antoja necesaria: ¿qué clase de bestias, de animales, son estos que protagonizan Diario de un incesto?