VALÈNCIA. ¿Cuándo fue la última vez que dibujaste? ¿Cuándo fue la última vez que dibujaste con alguien? ¿Puede generar el dibujo un vínculo social? Martín López Lam recoge en la publicación Palabra/Dibujo ocho entrevistas con dibujantes profesionales y aficionados que transitan los bordes del acto de dibujar.
De pequeño dibujaba muchísimo. Era uno de eso niños que podían mantenerse en silencio varias horas sólo con un papel y un lápiz. Muchas veces venía a casa otro niño y pasábamos la mañana dibujando personajes que luego recortábamos y usábamos para batallar; desenlace que duraba poco ya que lo más divertido era el proceso de creación de los luchadores. Mi abuela Esperanza alentaba ese pasatiempo y siempre tenía una palabra amable sobre los dibujos que habíamos hecho aunque estos fueran, en más de un sentido, monstruosos. A veces, cuando llegaba la hora de que mi amigo se fuera a comer a su casa, enseñábamos a mi abuela nuestros dibujos y, tras alabarlos, nos daba una moneda a cada uno lo cual no me parecía del todo justo: yo dibujaba mejor que él.
—“Cuando doy talleres me pongo una coraza, una estructura muy grande de que el dibujo no está mal, que no se puede dibujar mal, pero bueno, al final todos tenemos nuestros fantasmas”. (Andrea Ganuza).
Supongo que, para mí, dibujar mejor significaba tener más recursos gráficos —recuerdo, como una gran gesta, el logro aprendido de cortar la línea del horizonte para pasar por detrás de un árbol—; supongo también que estaba en edad escolar y que alguien me había inoculado ya el veneno autófago de la competitividad. «Los dos lo hacéis muy bien», decía mi abuela zanjando el asunto, acostumbrada a ese papel mediador que ejercía también entre mi abuelo y su hermano, ambos pintores diletantes en parecida pugna a la de los dos niños. Lo que mi abuela nos enseñaba era que no había un buen o mal resultado, que lo importante era el proceso, el compartir aquella afición, el aprender deleitándonos juntos, mi amigo y yo. Tuve esa suerte, como también la de que mis padres no censuraran nunca mi afición por el dibujo —a día de hoy continúan apareciendo en sus cajones entre las cosas importantes— sino que la potenciaran reconociendo mi total libertad, tal como hacen ahora con mis sobrinos.
—“Cuando empiezan a decirte que te sales del círculo, que no te sale bien eso, entonces tú ya dices que no quieres hacer más eso porque no te sale bien. Como te obligan a escribir, acabas escribiendo, pero como no te obligan a dibujar acabas dejándolo”. (Don Rogelio J.).
A mí dibujar me permitió vencer al aburrimiento y mantener la cordura durante una larga estancia en el hospital infantil, como años después volvería a suceder durante el confinamiento impuesto en los primeros meses de la pandemia. Y estoy seguro de que este simple divertimento cotidiano influyó de manera decisiva en la configuración de mi personalidad, de mi curiosidad, de mi apetito por las distintas manifestaciones culturales. Por estas y otras razones, muchos de los que nunca dejamos de dibujar, vemos con estupor y cierta tristeza cómo otros dejasteis de hacerlo.
Y es que, del mismo modo en que el acto de verbalizar nuestras ideas nos permite conocer cuáles son nuestras opiniones sobre un tema, algo parecido ocurre al dibujar. “Dibujar es descubrir”, señala John Berger en su célebre Sobre el dibujo (Gustavo Gili, 2014); “un dibujo es un documento autobiográfico que da cuenta del descubrimiento de un suceso, ya sea visto, recordado o imaginado”. Será especialmente en este último caso, el de dibujar de memoria, en el que el artista, —y también el individuo común— ahonda en ella “hasta encontrar el contenido de su propio almacén de observaciones pasadas”. Y, sin embargo, aunque nadie dice no saber escribir por no tener una magnífica caligrafía, sois muchos quienes no dibujáis tal vez por no verle una utilidad práctica o quizás por miedo a no saber hacerlo.
—“Dibujar bien o mal, como si fuera tocar un instrumento, no te obliga a trabajar de eso. Es algo que está muy bien en sí mismo, y es algo que a veces se nos olvida”. (Carlos Maiques).
A principios de 2020 —como ya recogimos en esta sección— el dibujante y editor Martín López Lam (Lima, 1981) organizó en Las Naves la exposición participativa Páginas amigas con toda una serie de charlas y talleres que tomaban el dibujo como espacio de encuentro y de diálogo. Aquel ciclo formaba parte de su investigación acerca de la práctica del dibujo y su potencial social y pedagógico, en el marco del máster PERMEA - Programa experimental de Mediació i Educació a través de l’Art, del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana y la Universitat de València. Ahora, a modo de anexo, López Lam publica el e-zine Palabra/Dibujo que recoge ocho entrevistas alrededor del acto de dibujar, de descarga gratuita a través de su página web.
—“Siempre intento buscar algún pequeño proyecto que sea solo diversión, fanzines o cosas a las que no les dé mucha importancia, porque cuando es todo obligación al final parece que dejas de disfrutar, como que ya sólo dibujas cuando tienes que trabajar”. (Roberto Massó).
Hace unos días hablaba con los compañeros de APIV de la dificultad de encontrar bibliografía teórica sobre la ilustración gráfica. No es abundante y menos aún en castellano o valenciano; y la mayoría de las veces queda en forma de tesis doctoral o trabajo de fin de máster, sin llegar a alcanzar una distribución que trascienda los muros de lo académico y favorezca el acceso al conocimiento. Asimismo, fantaseábamos con la existencia de un centro de documentación que recogiera la literatura artística alrededor de la ilustración gráfica; que pusiera a disposición del público las notas, procesos, entrevistas, conferencias y estudios de los autores e investigadores, con el fin de favorecer su estudio y su divulgación. Por eso, tal como hablamos anteriormente de las publicaciones autorreflexivas de Elías Taño o Isidro Ferrer, resulta importantísimo cuando todo ese conocimiento de primera mano, esa experiencia de los autores, queda fijada en una publicación como Palabra/Dibujo o en esos hipnóticos vídeos de autores dibujando frente a la cámara.
—“Un niño o una niña hace un cómic y va avanzando, no se bloquea como nosotros. Pueden dibujar perspectivas imposibles, cualquier imagen, no hay ningún miedo. Eso es alucinante. Eso es algo que yo al menos perdí”. (HAZ).
Martín López Lam utiliza el método de la entrevista para extraer todo ese caudal de conocimiento directamente de las fuentes primarias, de quienes practican el dibujo como acto cotidiano, tomando como ejemplo las experiencias de la socióloga, historiadora y activista boliviana Silvia Rivera Cusucanqui: “a partir del trabajo que [ésta] realizó en el Taller de Historia Oral Andina (THOA) se ha dedicado a transcribir sus propias conversaciones y debates, en un gesto casi peripatético de compartir saberes. El THOA se encargó alrededor de 1983 de recolectar la tradición oral aymara que, por no haber sido registrada a través del texto, había empezado a dejarse de lado”, indica López Lam, al tiempo que reconoce su interés por la transmisión oral de conocimientos, una práctica que “permite una relación directa entre las partes; supone un ida y vuelta en el intercambio de saberes”.
Así, a través de ocho entrevistas con los dibujantes —profesionales y aficionados— Andrea Ganuza, Don Rogelio J, Carlos Maiques, Roberto Massó, Haz, Yeyei Gómez, Alba Feitó y Powerpaola, los conversadores coinciden en “la reivindicación por el dibujo inútil, un dibujo que no sigue una lógica productivista y utilitaria” y, sobre todo, en “superar el espectro del buen dibujo y mal dibujo”.
—“Se sabe que el dibujo estimula la creatividad, ayuda a la concentración y aumenta la autoestima por eso es retomado por los adultos. Hay actualmente un resurgir de terapias artísticas de todo tipo. La capacidad expresiva, pedagógica, didáctica del dibujo es enorme”. (Yeyei Gómez).
Citándose con cada uno de los dibujantes en diferentes ciudades o de manera online, cada entrevista se desarrolló mientras los interlocutores dibujaban sobre un mismo trozo de papel hasta finalizar al llenarlo por completo. Entretanto, y a partir de tres preguntas base —¿cuándo fue la última vez que dibujaste?, ¿cuándo fue la última vez que dibujaste con alguien? y ¿puede generar el dibujo un vínculo social?— una tras otra van apareciendo diferentes cuestiones que van desde los diferentes hábitos a la hora de dibujar, constricciones y ejercicios creativos, hasta experiencias personales en relación al dibujo o a las numerosas iniciativas de creación colectiva y comunidades de dibujantes, ya sean compuestas por profesionales o aficionados.
—“Quizá tenga que ver con sacar provecho de algo, de que sea un taller útil, que tiene que ver con lo productivista que está en cabeza de todos, en la mía también, quizá vaya a un taller y me digan ‘haz lo que quieras’ y diría ‘bah, vete a la mierda’”. (Alba Feito).
El miedo a la página en blanco, las dedicatorias delante del público, la competitividad, el acto de copiar, el bloqueo creativo… Un libro documental plagado de interesantes reflexiones y recursos que contribuye no sólo a enriquecer la literatura artística de la mano de algunos de sus protagonistas, sino también a regresar al dibujo de una manera desprejuiciada, como cuando éramos niños orgullosos de nuestros garabatos: “poder volver al dibujo y abrazarlo como una práctica doméstica, de juego, no artística, ni educativa; abrazar al dibujo inútil de manera personal y colectiva porque en su divertimento descubrimos/describimos el mundo y las relaciones que tenemos con todo lo que nos rodea”.
—“[…] la mayoría de las cosas es una búsqueda de la identidad, esa búsqueda uno la hace a través del pensamiento y, en este caso ya que tengo el recurso, del dibujo y el texto. […] Me interesa conocerme, porque a medida que me conozco también entiendo al mundo, porque una no está sola en el mundo”. (Powerpaola).