Son una plaga. Allá donde vayas te los encuentras con su monserga del lenguaje inclusivo. Hombres y mujeres sin distinción, siguiendo el catecismo laico de lo políticamente correcto, te dan la tabarra desdoblando el género de las palabras hasta caer en el ridículo. El Gobierno presiona a la RAE para que dé carta de naturaleza a este desatino. Esperemos que los académicos se mantengan en su sitio
Plácida y calurosa noche en el Carmen de València. Alegría impostada de verano, felicidad accidental. Una riada de turistas baja y sube por Caballeros. Algunos pedigüeños los asaltan educadamente, y estos se niegan a complacerlos dándoles una limosna. No hay compasión para los mendigos, sean falsos o auténticos, ni siquiera en una época que invita a la generosidad.
Vladímir y yo, junto a nuestras señoras, tomamos una copa en la terraza del Infanta, en la plaza del Tossal. Hablamos de ir al concierto de Maluma si la Conselleria de Igualdad no lo ha prohibido antes. ¿Quedarán entradas? Vladímir, más ducho que yo en el uso de cacharritos, mira el móvil para comprobarlo. Estamos esperando a una pareja amiga suya. Llegan con retraso, cuando ya nos hemos pedido la segunda copa. Son de la Andalucía oriental, de la zona de Almería. Su acento andaluz tiene un deje murciano. Nos presentamos.
—Disculpad el retraso —dice él, que se llama Paco—, pero no encontrábamos un aparcamiento donde dejar el coche. Nosotras y nosotros somos siempre muy puntuales.
Me chocó lo de “nosotras y nosotros”. Creí habérselo oído a alguna diputada de Podemos o del PSOE. Pensé que había sido un desliz sin importancia pero me equivoqué. Ese día, como casi todos los días de este verano, más de doscientos africanos habían llegado en pateras a la costa andaluza. Este hecho fue pretexto suficiente para que Lola, la pareja de Paco, nos aclarara su posición sobre tan espinoso asunto.
—Las ciudadanas y los ciudadanos —dijo mirándonos fijamente a los ojos— tenemos la obligación moral de atender a todos los migrantes que lleguen a este país. Ellas y ellos buscan una nueva oportunidad para sus vidas y no podemos negársela.
Nos quedamos en silencio. No sabíamos qué decir. “Nosotras y nosotros”, “ciudadanas y ciudadanos”, “ellas y ellos”. Aquello olía a raro. Nunca había conocido a un desdoblador o desdobladora. Por tal se conoce a la persona (o persono) que desdobla el género de las palabras para “visibilizar” a la mujer. Lo llaman lenguaje inclusivo. Su fin es combatir el supuesto machismo en el uso de la lengua.
Como me enseñaron a ser prudente con desconocidos, apenas abrí la boca en toda la noche. Luego empecé a encajar las piezas y todo cuadraba. Paco y Lola eran funcionarios de la Junta de Andalucía. Él era técnico en diversidad afectivo-sexual y ella agente de igualdad. La velada fue muy aburrida. Nuestra conversación siguió girando sobre asuntos pretendidamente serios que a ninguno nos importaba, excepción hecha de la pareja andaluza. A estas alturas, ¿a quién le puede interesar lo que hagan con el controvertido Franco o lo que le suceda al joven Casado con su endemoniado máster?
En la plaza de la Virgen nos despedimos, no sin cierta ironía por mi parte.
—Todas y todos hemos pasado una noche fenomenal —dije.
Paco y Lola, Lola y Paco, no captaron la doble intención de mi frase y se marcharon por donde habían venido. Me imagino que aprovechan sus vacaciones de agosto para arreglar el mundo y ponerle alguna tirita a sus enormes problemas.
Después de conocer a aquella pareja andaluza me he hecho sensible a todo lo concerniente a la lengua. Allá donde voy permanezco atento por si identifico a un desdoblador. Doy fe de que cada vez son más, una verdadera plaga que tiene, entre sus más destacados promotores, al actual presidente del Gobierno. Esta muestra de estulticia colectiva no es de ahora pero nunca había alcanzado niveles tan preocupantes. Cuando la diputada Carmen Romero se refirió, en un acto público, a los “jóvenes” y “jóvenas”, la gente se lo tomó a chufla. Años después una ministra, también andaluza, Bibiana Aído, distinguía entre “miembros” y “miembras”. La semilla estaba puesta. Sólo faltaba tiempo y voluntad de corrección política para que germinara, como así ha sucedido.
A mí todo esto me parece un dislate. Hasta donde me alcanza lo vivido y lo leído, la lengua en sí no es sexista; sexista es el uso que algunos hablantes hacen de ella. La Real Academia Española ha insistido, en innumerables ocasiones, que el uso del masculino genérico es inclusivo en su contenido ya que incluye a la mujer, y responde a la economía del lenguaje. Y si hay alguna duda sobre el género de una palabra, los artículos y los adjetivos están para aclararlo. (Léase, por su clarividencia, el documento Sexo lingüístico y visibilidad de la mujer del académico Ignacio Bosque).
La RAE insiste en que el uso del masculino genérico es inclusivo en su contenido ya que incluye a la mujer, y responde además a la economía del lenguaje
Desgraciadamente llueve sobre mojado. Los defensores de la ideología de género han elegido la lengua como otro campo de batalla. Empiezan a ganarla, lo que amenaza la continuidad del idioma castellano tal como lo hemos conocido. El Gobierno, siempre predispuesto a entretenerse en bagatelas, le ha pedido a la RAE un estudio sobre la adecuación de la Constitución a un lenguaje inclusivo. “Tenemos una Constitución en masculino”, ha argumentado la vicepresidenta Carmen Calvo.
Los académicos, que hacen de la prudencia una virtud, recelan de las intenciones del Ejecutivo. El director de la RAE, Darío Villanueva, ha mostrado su disconformidad en términos muy educados. Pero yo no estaría tranquilo si fuese él porque es conocido que la Academia atraviesa una situación económica muy difícil, lo que la coloca en una posición de debilidad frente a la pretensión (¿chantaje?) del Gobierno de Pedro Sánchez. ¿Cederán por un plato de lentejas? Si así fuese, habrían perdido el prestigio acumulado durante más de tres siglos de historia. Esperemos que se imponga el criterio valiente y macho del señor Pérez-Reverte, escritor y hombre sin complejos. A él nos encomendamos como última esperanza para remediar un tremendo desatino.