La planificación estratégica no está de moda. Desde la introducción de la gestión empresarial en la administración pública —el New Public Management— al desarrollo de la ciudad por (grandes) proyectos de los 2000, pasando por la obsolescencia de la planificación urbana tradicional plasmada en los PGOUs, se da una interesante discusión sobre cuáles son los instrumentos más adecuados para la gestión urbanística.
En 2014, Chema Segovia, David Estal y yo mismo publicamos un panfleto, La Ciutat Construïda: del Pla Urbanístic al Procès Ciutadà, editado por la Fundació Nexe, que señalaba dichas obsolescencia y planteaba algunas alternativas bastante naífs, inmediatas y participativas, basadas en el triángulo uso-diseño-gestión. Solo un año después reivindicaba en Y del proceso al plan (Revista Diagonal, 2015), junto a Chema Segovia, la importancia de la planificación con nuevos enfoques, que en realidad tenían muy poco de nuevos.
Los nuevos viejos instrumentos de planificación no pueden aspirar a ser una respuesta a todos los desafíos y problemas de las ciudades sino más bien una guía relativamente elástica para llevarnos a un camino de progreso; un camino definido y revisable colectivamente.
Planificación es precisamente una de las cosas de las que en general carecen los gobiernos municipales del cambio, posiblemente por centrarse demasiado en el importante pero limitado urbanismo folk, de la pequeña escala, urbanismo precario o, como lo definí provocativamente, homeopatía urbanística.
Pienso que las estrategias, esas guías elásticas, si cumplen algunas premisas, pueden ser instrumentos valiosos para canalizar la creatividad colectiva, gestionar mejor los recursos, definir futuros posibles, reforzar identidades y ofrecer claridad a los ciudadanos y los demás agentes que contribuyen a la construcción de la ciudad, desde las empresas a las instituciones públicas.
Sin entrar en metodologías concretas, que las hay muchas, presento aquí las premisas que me parecen imprescindibles, basadas en parte en la experiencia de La Marina de València, para diseñar una estrategia urbana.
Es importante diseñar la estrategia junto a los gestores implicados. Sea con la ayuda de empresas externas o simplemente con recursos propios, los trabajadores que se encargarán de la implementación de la estrategia deben formar parte activa del diseño de la misma. Los trabajos de los consultores externos, que aterrizan en las oficinas como una especie invasora, tienen demasiadas posibilidades de acabar en un cajón. Los gestores implicados tienen además un conocimiento específico del lugar que manejan que no puede ser desaprovechado.
En segundo lugar, es imprescindible analizar y observar el lugar. Sea a través del paseo, la observación directa, los datos estadísticos o los sensores inteligentes se debe plasmar el estado del territorio de la manera más amplia posible; teniendo en cuenta factores económicos, culturales y sociales.
En tercer lugar, también a pie de calle, se deben tender puentes para hablar, sea formalmente —a través de reuniones y procesos participativos— o informalmente —simplemente abriendo las puertas de las oficinas y creando mecanismo de escucha— con todas las personas y agentes posibles.
La cuarta premisa trata de identificar las necesidades principales. No es lo mismo la urgencia de transformar el modelo productivo, como hizo Bilbao al recuperar su ría, que el de atraer turistas o desarrollar espacios para la cultura. En el caso de La Marina, por ejemplo, las dos necesidades principales eran generar ingresos y atraer a la gente al espacio.
El quinto elemento es crear una visión compartida que sintetice las metas a largo plazo: ¿qué queremos ser de mayores? ¿a qué aspiramos?. Esa visión debe estar construida sobre las tres premisas anteriores: sobre el conocimiento del lugar, a través de la implicación de los agentes y una vez identificadas las necesidades a resolver.
La sexta premisa es definir los objetivos secundarios. El proceso de desarrollo puede servir para resolver otras cuestiones importantes compatibles con las principales. Por ejemplo puede ayudar a mejorar la accesibilidad entre barrios o utilizarse para ubicar infraestructuras necesarias.
Es necesario también construir sobre las cualidades existentes. Sean el patrimonio, la memoria, los usos o la identidad del lugar.
Y por último, todavía más importante, es clave aplicar un enfoque de planificación elástica. La guía que nos lleva adónde queremos llegar no debe tirar hasta hacer imposible el disfrute del camino. La estrategia debe ser lo suficientemente permeable para ir acogiendo ideas y proyectos imprevistos al inicio —no se puede prever todo— que sirvan para reforzar la visión y los objetivos principales.
Y todo ello sin olvidarnos de evaluar el desarrollo de la estrategia cada cierto tiempo y no tener miedo a cambiar líneas y objetivos. Que un plan evolucione no puede ser nunca un fracaso.