VALÈNCIA. Sabemos más de Estados Unidos que de nuestro propio país. Dudamos sobre el aspecto de la barretina de los países catalanes pero tenemos
clarísimo cómo es un sombrero tejano. Sabemos qué es un quarterback y sin embargo apenas conocemos las reglas de la pelota valenciana. Probablemente la mayoría de los que están leyendo este artículo son capaces de nombrar más estilos de música afroamericana (soul, blues, rock, gospel...) que palos de flamenco (seguidilla, bulería, fandango...). Así que, ¿por qué no ir ya a conocer ese país en el que, gracias al cine (y ahora a las series) hemos pasado gran parte de nuestra vida? Porque según numerosos estudios, lo vivido y lo imaginado apenas son diferenciados por nuestro cerebro: ambos se convierten en impulsos eléctricos. Pasamos casi todo el día trabajando en España, pero por la noche, frente a la pantalla, damos una vuelta por las calles de Nueva York, paseamos por alguna urbanización pija de California o resolvemos un asesinato entre luces de neón y máquinas tragaperras en Las Vegas. Creo que ha llegado el momento de dar el salto y cambiar los píxeles por paisajes reales. ¿Nos vamos a Estados Unidos? Pues perfecto: aquí unas cuantas series que muestran su variada geografía. No están todas, pero nos servirán como aperitivo para elegir el mejor destino.
Supongo que es inevitable comenzar por Nueva York, la ciudad más televisiva del mundo. Es el lugar donde la pandilla de amigos más famosa del celuloide (sí, hablo de Ross, Monica, Phoebe, Joey, Chandler y Rachel) salían de fiesta, ligaban, conseguían sus primeros empleos, se divertían y temporada tras temporada iban convirtiéndose en adultos: se casaban, asumían responsabilidades, tenían niños... Lo más curioso de todo es que no fue grabada en Nueva York, salvo algunas imágenes de relleno de la ciudad, sino en un set de Los Ángeles. Lo que no es algo tan extraño... Así a bote pronto seguro que os han salido más títulos donde la gran manzana sirve de escenario: Sexo en Nueva York, Gossip Girl, Mad Men, Girls, Master of None... gracias a estas series sabemos de lo aburrido que es Long Island o Poughkeepsie (estuve, puedo corroborarlo: una de las ciudades más horribles que me he encontrado), que la gente cool compra en la Quinta Avenida, que el mejor taco de la ciudad se vende en un puesto callejero, que los verdaderos neoyorquinos salen a correr por Central Park (ay, qué bonito está nevado) y que la gente progre va a galerías de arte en Brooklyn, a diminutos teatros alternativos del East Side y a fiestas en terrazas. También que en los restaurantes buenos hay que reservar con mucha mucha antelación... Casi podríamos decir que las series sobre esta ciudad se han convertido en un género serial con muchas similitudes entre unos y otros títulos: todos hablan del urbanitas, de la vida en la gran urbe. Nueva York es el paradigma de La Ciudad.
Pero no solo de Nueva York viven las series americanas. ¿Qué sería de Breaking Bad sin el árido paisaje de Nuevo Méjico? La frontera mejicana, el gris Albuquerque, los desiertos, el calor,... y por tanto el tedio y el carácter impulsivo de las zonas cálidas, que explican tanto a Walter White como a su abogado Saul Godman, el protagonista de Better Call Saul, probablemente el mejor spin off de la historia de las series, donde su creador Vince Gilligan apostó por un cambio en el tono, más lento y sosegado, que sorprendió al principio a los seguidores de Breaking Bad (sobre todo porque la personalidad de Saul parecía pedir lo contrario, mucha acción) pero poco a poco se ha convertido en una serie de culto, en una tragedia profunda cocinada a fuego lento.
Fargo es otra de esas series que deben gran parte de su personalidad al paisaje. Es difícil imaginar sus historias de pueblerinos paletos enfrentados a su mala suerte (y peor gestión de ella) y las investigaciones de tranquilos policías envueltos sin querer con sicarios y asesinos loquísimos en otro lugar que en el nevado Minnesota. De la misma forma que sería imposible imaginar otra localización diferente que Alaska para los curiosos personajes que pueblan Doctor en Alaska... Curiosamente ninguna de las dos se grabó en esos lugares que son su rasgo más característico. Fargo se grabó en Canadá y Doctor en Alaska cerca de Seattle (en el mismo pueblo que se rodó Twin peaks, aunque sus atmósferas sean totalmente distintas).
El sur de Estados Unidos también ha sido retratado por varias series. El estado de Luisiana es tal vez el que mejor representa el espíritu sureño, una cultura criolla cuyo epicentro es Nueva Orleans. En esta ciudad las creencias y la cultura africana se mezclaron con las europeas y las nativoamericanas. De este choque cultural surgió el blues, el jazz y otras músicas cuya raíz eran los ritmos llevados al nuevo continente por los esclavos. Y es esa música precisamente el centro de la serie Tremé, donde unos vecinos intentan reconstruir sus vidas tras el huracán Katrina que destrozó la ciudad. Pero no solo se fusionaron los ritmos y la comida (cajún, criolla...) sino también sus mitologías: vudú y vampirismo, brujos, sanadores, hombres lobo y hadas... ¿Imposible mezclarlo todo en una serie? Pues no, está True Blood, muy entretenida si no te la tomas demasiado en serio. Y, con un tono más oscuro y existencial, la primera temporada de True Detective, una serie policiaca donde los protagonistas están más rato dentro del coche divagando sobre la vida que resolviendo el caso...
En el sur también, aunque otro sur: el del calor húmedo, los cuerpos perfectos y los jubilados, se ambienta Dexter, otra serie de policías y asesinos en serie, aunque en este caso hay una vuelta de tuerca: ambos son la misma persona. La atmósfera tropical y tórrida de la ciudad, muy diferente a la que muestra la clásica Miami Vice, también se respira en sus capítulos.
En este recorrido no puede faltar California, escenario de muchísimas series. Ganan en número las que muestran personajes guapos y de alto nivel adquisitivo. Recordemos Sensación de vivir, Melrose Place o Los Vigilantes de la playa. Mucho más interesantes son los problemas de las madres de Big Little Lies, serie que escenifica en la vida real las movidas de un whatsapp del cole llevado al límite. O los problemas económicos de los pijos suburbiales de Weeds que deciden traficar con marihuana para sobrevivir. Californication, Modern Family... La lista es interminable y, en casi todas, la California mostrada suele ser un lugar de ensueño. Con series así no hace falta invertir en publicidad. Ni un solo mendigo de todos los que podemos encontrar en las calles de San Francisco o Los Ángeles tiene un papel secundario en estas series. ¡Y son legión como sabrá cualquiera que haya visitado estas ciudades!
Otras series con aroma del lugar en el que se ambientan son, por ejemplo, Big Love. Es la típica serie que nos cuenta los problemas de una familia, solo que esta familia consta de un marido, tres esposas y nueve hijos. ¿Dónde sino en el estado de Utah, cuna de los mormones, podemos encontrar algo así? Similar relación guardan House of Cards o El ala oeste de la Casa Blanca con Washington D.C., ciudad inevitable para dos series que giran alrededor de la política y sus entresijos... Tampoco puedo imaginar la serie de ciencia ficción Fringe en otro lugar que no sea Maine, escenario de la mayoría de las novelas del escritor de terror Stephen King y, por tanto, estado perfecto para los extraños retos a las que se enfrenta la división científica fringe, ayudando al FBI a resolver todo tipo de casos sobrenaturales.
No puedo acabar sin hacer una mención, aunque sea superficial a otras zonas importantes para la mitología serial: el New Jersey de Los Soprano y, sobre todo, el Baltimore de The Wire, que David Simon ha convertido, de alguna forma, en metáfora de Estados Unidos y, si me apuran, del mundo entero.
¿Ya se han decidido? ¿Visitarán New York, la ciudad por excelencia? ¿La California soleada donde todos son guapos y felices? ¿La misteriosa Luisiana? ¿La fría Washington D.C. o se perderán entres las gentes convencionales y conservadoras de Minesota? Seguramente los lugares reales no se parecen mucho a la representación que los productos culturales ha hecho de ellas. Igual ni en Miami son tan guapos ni en Maine hay monstruos dignos de Stephen King...
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos