La actriz británica ha sido una de las estrellas invitadas en el Festival de Rotterdam
VALÈNCIA. El festival de cine de Rotterdam, el primero de la temporada en Europa, da este fin de semana sus últimos coletazos. Un certamen que nunca se ha distinguido por invertir en la alfombra roja, sino por su decidida apuesta por los talentos emergentes, aunque cada edición cuenta también con algunas visitas de prestigio. Una de las más destacadas de 2018 ha sido la de Charlotte Rampling, actriz británica de 71 años que siempre se ha distinguido por mantener una carrera llena de elecciones arriesgadas. Con más de cien películas en su haber, debutó como figurante en ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day’s Night, Richard Lester, 1964), en plena efervescencia del Swinging London, y desde entonces ha trabajado con directores del calibre de Luchino Visconti, François Ozon, Nagisa Oshima, Woody Allen, Alan Parker, Sidney Lumet, Liliana Cavani o John Boorman. Pasó por Rotterdam con motivo de la proyección de Hannah (Andrea Pallaoro, 2017), el retrato íntimo de una mujer que se tambalea entre la realidad y el rechazo tras quedarse sola después de que su marido sea encarcelado. Un personaje que le reportó la Copa Volpi a la mejor actriz en el festival de Venecia de 2017. Su estreno en España está previsto para el próximo 1 de junio.
En palabras de Rampling, “es una película sobre la condición humana, sobre cómo funciona la conciencia y cómo reponerse y seguir adelante. Pero de lo que trata en realidad es de introducirse en la cabeza y la personalidad de una mujer que está pasando por un estado muy particular. Es un film muy riguroso en sus formas, casi como una instalación artística, porque tiene muy poco diálogo, todo el sonido es natural, no hay una banda sonora que apele al espectador emocionalmente y le indique dónde debe estallar en lágrimas, como sucede en otros casos. Todo gira en torno al shock que supone acompañar a esta mujer en su particular viaje emocional”. Se trata de un papel complejo, uno más en una trayectoria en la que abundan los retos. “Este tipo de cine siempre me ha fascinado”, confiesa la actriz. “Desde que conocí a Visconti en 1969 e hice La caída de los dioses (La caduta degli dei/Götterdämmerung). No podía creer que existiera esa maravillosa belleza en el cine. Era operístico y grandioso en algunos aspectos, pero al mismo tiempo hablaba de la condición humana a través de personajes extraordinarios. No había visto cine así, yo entonces no poseía una gran cultura cinematográfica, tenía poco más de veinte años, pero me di cuenta de que era el tipo de películas que quería que fueran parte de mi vida. Películas que fueran capaces de afectar a la conciencia de la gente, de penetrar en el alma humana. Poco a poco, descubrí que podía hacerlo trabajando con algunos de los directores con los que me he ido encontrando”.
Su método interpretativo no consiste tanto en actuar según unas técnicas determinadas como en un proceso interno mediante el que se convierte en el personaje. “Sí, es lo que hago. No tengo recursos interpretativos, creo que como actriz debo ser un vehículo. Todos sentimos más o menos del mismo modo el dolor, la alegría y otras emociones humanas básicas. Como actores, lo que hacemos es canalizar eso, hacerlo interesante y creíble, de tal manera que el espectador pueda sentirse identificado, y lo hace porque nosotros también lo sentimos. Es mi única técnica”. Y no se aprende en ninguna escuela. “Es algo que crece contigo, se va desarrollando. Aprendí rápidamente que mucha actuación es falsa, y eso no me gusta. No quería dedicarme a algo así, que no reflejara lo que soy o lo que pienso. Por eso estuve mucho tiempo trabajando en Italia, donde siempre sentí que no estaba siendo falsa al interpretar. Es algo que pasa más en Hollywood. También he trabajado allí y me sentía insatisfecha porque no me identificaba con la manera en que representan la vida. Supone una gran responsabilidad hacerlo y convertirte en otra persona, y si trabajas en falso no va a funcionar. No digo que los personajes en el cine americano sean menos auténticos, simplemente los actores utilizan unos mecanismos que no encajan conmigo. En Italia, después de trabajar con Visconti, hice películas muy modestas, pero me gustaban porque el equipo estaba muy compenetrado, todo el mundo remaba en la misma dirección, era algo que tenía sentido para nosotros y, por tanto, podía tenerlo también para el público”.
Una de sus más celebradas interpretaciones recientes ha sido la de 45 años (Andrew Haig, 2015), otro estudio de un personaje que le valió una nominación al Oscar y los premios de interpretación en Berlín y Valladolid. En el film da vida a una mujer que está en plenos preparativos de celebración de su 45º aniversario de boda cuando recibe una carta dirigida a su marido, en la que se le notifica que ha aparecido el cadáver de su exesposa. “Me atrajo por lo mismo que Hannah, necesito poder estudiar a los personajes a través de las películas. 45 años, Hannah y otras me lo permiten y es cuando me siento más feliz, como un caballo entrenado, que con un film así puede saltar más alto que los demás (risas). Ella es una idiota, porque tiene celos de una mujer que ni siquiera existe, pero eso la consume, es un trauma que condiciona todo su comportamiento”. En la película interpreta a una mujer coherente con su edad real, que se manifiesta en los surcos de su rostro esculpido por el tiempo. Frances McDormand, a propósito de Tres anuncios en las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, Martin McDonagh, 2017) ha comentado recientemente que, para una actriz, modificar la apariencia física es como arruinar su herramienta de trabajo. “No es un tema del que me interese hablar”, ataja Rampling. “A mí me gusta ver el proceso mediante el que me he ido haciendo vieja a través de las películas. Hay gente que pasa por el quirófano, pero no es mi caso. Y Frances tampoco, está estupenda en esa película, es como un león rabioso. Pero, por otra parte, hay que entender los motivos por los que otras lo hacen”.
El cuerpo es uno de los principales instrumentos del actor para expresarse. En toda su extensión. Por eso la actriz británica nunca ha renunciado a usarlo, lo que ha llevado a calificar como valentía algo que simplemente forma parte de su trabajo profesional. “Bueno, creo que hay mucha gente que ni siquiera es capaz de quitarse la ropa delante de su pareja. Que se esconden debajo de las sábanas o se giran de espaldas porque tienen algún tipo de vergüenza. Es asunto suyo. Pero no puedo imaginar que haya quien considere valiente desnudarse ante la cámara. En Hannah, la protagonista se ducha y para hacerlo se quita la ropa, es lo normal. Sí es cierto que existe un problema con la edad. El paso del tiempo da miedo a la gente. Un cuerpo joven está bien, es hermoso, pero un cuerpo viejo parece asustarlos. Por eso es fantástico hacer películas como Hannah”. Algunas de sus decisiones, no obstante, han generado controversia, aunque no le afecta haberse sentido en el punto de mira de los medios durante varias décadas. “Todos tomamos decisiones que pueden generar críticas. Pero hacerlo es aceptar las consecuencias que conllevan, así que tampoco es tan grave. Si analizas las consecuencias de tus actos, a veces te arrepientes de algo, claro, pero es una manera inteligente de conducirse como ser humano, saber que lo que haces tiene un efecto. Y si te preocupa lo que van a decir, no lo hagas. Cuando eres joven te falta experiencia, y si tienes éxito y nadie te prepara para ello, es imposible saber lo que puede significar para tu vida, cada día. Debes tener el control y tomar la responsabilidad sobre tu vida, a la edad que sea. Si no, estás jodida”.
Ella lo sabe bien. A finales de los setenta se alejó voluntariamente de los focos. Entre 1977 y 1982, solo rodó Recuerdos (Stardust Memories, Woody Allen, 1980). “No podía soportarlo y abandoné por unos años, me dediqué a hacer otras cosas”, reconoce. “Entonces no era lo suficientemente fuerte como ahora para aceptar todas las consecuencias que conllevaba. Filmar me estaba haciendo daño”. Poco a poco fue aceptando algunos papeles, hasta que se encontró con François Ozon, que le planteó protagonizar Bajo la arena (Sous le sable, 2000). “Apareció de la nada y me hizo una proposición. Estaba preparada para él, fue la propuesta correcta. Me ofreció un papel que me permitía explorar la aflicción, que era un sentimiento con el que yo había lidiado personalmente. Me sedujo la historia, la idea de ese hombre desaparecido misteriosamente en el mar y nunca encontrado. Nadie quería financiarla, y finalmente Euro Space, una productora japonesa, aceptó invertir en la película. Y fue un gran éxito. Empezó lentamente en Francia y luego en el resto del mundo. Fue muy bonito. Me di cuenta que, de algún modo, la película me reconcilió con la pérdida de mi hermana Sarah, que se suicidó a los 23 años. No fue algo consciente, pero son cosas que suceden a medida que desarrollas tu trabajo, si estás abierta a ello. Si eres actriz, es la actitud que debes adoptar”.
La relación fue tan fructífera, que repitieron en Swimming Pool (2003). “La hicimos después de Bajo la arena, y yo misma decidí llamar Sarah a mi personaje, precisamente en homenaje a mi hermana. François escribió el papel de esa autora de novelas detectivescas pensando en mí. Las dos películas que hicimos juntos van muy unidas para mí. Y a los americanos les encantó, fue un gran éxito allí”. Años antes, había tenido problemas en Estados Unidos con la película que la lanzó a la fama, la polémica Portero de noche (Il portiere di notte, Liliana Cavani, 1974), ambientada en la Viena de 1957. Allí, una mujer judía reconoce en el portero del hotel donde se aloja al oficial nazi que, en un campo de concentración, la utilizó como objeto sexual en una tortuosa relación sadomasoquista. “Me preguntaba cuando iba a salir el tema”, comenta entre risas. “El guion me pareció increíble. Había trabajado con Dirk Bogarde en La caída de los dioses y fue él quien le dijo a Liliana Cavani que me lo enviara, porque llevaba mucho tiempo buscando a la actriz adecuada. Leerlo fue algo parecido a una iluminación, igual que cuando trabajé con Visconti. No podía creer que alguien quisiera hacer una historia así. Cuando encuentro algo que quiero hacer, lo hago. Y así fue con Portero de noche. Quisimos convertir la película en una historia de amor con Dirk. Tiene mucho que ver con la culpa, sucede varios años después de la guerra, y hay mucha belleza en la historia, pero al mismo tiempo lidia con cuestiones muy reales. Cuando se estrenó y se generó toda la polémica, con una campaña de promoción como nunca había vivido, me di cuenta de que las cosas estaban cambiando. En Newsweek me dedicaron una página y la titularon La reina perversa (risas). Pero los medios no eran como ahora, fue más o menos controlable y seguí adelante con mi carrera. El tema era difícil para mucha gente, no me sorprendió que tuviera muchos problemas en Estados Unidos o que en Italia inicialmente se prohibiera su estreno. Pero son cosas que es necesario ver”.
Su imagen permanece en la retina del espectador durante mucho tiempo, y Charlotte Rampling es consciente de que cambió su carrera para siempre. “Es la película que siento más cerca de mi corazón. No sé el motivo, pero lo es. Otras lo están también, pero Portero de noche fue como una iniciación. Pasaron muchas cosas mientras la hicimos. Fue muy duro. Como un rito de paso. Por eso la gente sigue hablando de ella hoy en día. Es un personaje que defenderé hasta que me muera”, asegura una actriz de gran personalidad y una fortaleza admirable, que mantiene unos principios inquebrantables. “Siempre he ido a contracorriente, es mi naturaleza, por eso tomo las decisiones que tomo. Trabajo por instinto. Entiendo el motivo por el que la gente prefiere ver películas ligeras, fáciles, donde la emociones son amables y no tienes que cuestionarte cosas, sino simplemente sentarte y dejarte llevar por la música, porque no te plantean retos. Eso está muy bien, pero lo bueno es que también hay sitio para otro tipo de películas, que son las que a mí me interesa hacer”.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz