VALÈNCIA. “Ese disco me decía que puedes hablar desde ti. Al final el tío hace un viaje por su experiencia. Te lleva por su vida en el West Side Compton: los problemas que ha tenido con pandillas, drogas, alcohol. Es muy orgánico el uso de los sonidos, como mete el sonido de balas, del telediario informando de los tiroteos, el toc toc de la encargada de la limpieza del hotel diciéndote que se va a hacer tarde y tal. Eso me gusta mucho, es muy orgánico en ese sentido. Pero llegó un momento en el que dejé de escucharlo”.
A cinco minutos para acabar la entrevista Carlos Correcher Merlos da una de las claves para entender su obra. En ese momento Carlos hablaba del disco “To Pimp a Butterfly” de Kendrick Lammar publicado en 2015. Uno de los álbumes más importantes de la discografía del rapero del Compton, Los Ángeles. La producción del disco es delicada en el uso de los sonidos extradiagéticos insertados dentro de las canciones. Cuando escuchas temas del LP como Institutionalized hay una serie de sonidos que consiguen romper la cuarta pared y te llevan a otros lugares como un telenoticias, la calle o un anuncio publicitario. Cualquier sonido parece tener lugar en ese pastiche sonoro con el que Lammar narra su vida en la ciudad de la costa oeste.
Originalmente el disco se iba a llamar To Pimp a Caterpillar, que construiría las siglas Tu. P. A. C, en homenaje a Tupac Shakur, una de las figuras más importantes de la historia del rap estadounidense. Sin embargo, Kendrick Lammar prefirió utilizar la imagen de una mariposa. “To Pimp a Butterfly” habla de como una persona del barrio crece y trata de escapar de él pero no puede porque siempre quedará algo de ella atrapada en el barrio, y eso es algo positivo. A riesgo de parecer grandilocuente la comparación, eso es lo que le pasa a Carlos Correcher Merlos con la pintura: ha crecido con ella, a veces quiere escapar de ella y al final se acaba dando cuenta de que la pintura está en él.
Click! (Sonido de activación de una grabadora).
“Mi nombre es Carlos Correcher Merlos, hay que mencionar a la madre siempre. Nací aquí en València, estudié aquí en València, y no me quiero mover de València. Me gusta mucho València, se vive muy bien. Soy artista visual aunque hace dos años quería dejar de serlo. Pero al final esto es algo que llevas dentro. He estudiado Bellas Artes, porque aunque suene muy casposo, es algo vital para mí. Pinto porque necesito hacer y eso me imagino que hasta que tenga que ser, así será.”
"Al final la institución es una burbuja. Un mundo ficticio que cuando estás dentro de él te sientes protegido pero es una sensación de protección falsa"
Carlos se metió en la universidad para ser pintor. La proyección plástica se sembró un día en casa su tía cuando tenía ocho años después de que ella le animase a pintar y le plantease que debía estudiar Bellas Artes. No volvió a ponerse frente a un lienzo hasta que llegó a la facultad. Durante su periodo universitario trató de buscar su estilo, siguiendo la carrera académica, hizo el máster de Producción Artística.
“Luego vino un vacío. Un vacío brutal al salir de ahí. Al final la institución es una burbuja. Un mundo ficticio que cuando estás dentro de él te sientes protegido pero es una sensación de protección falsa. Cuando sales a currar con tu padre no hay ninguna protección, vas a pelo frente al mundo y es lo que me pasó. De querer comerme el mundo del arte a casi odiarlo, pero lo digo porque lo quiero.
En su principio, la pintura de Correcher quería mancharse y dejarse llevar. Por aquel entonces hacia una abstracción “algo conceptual aunque no tenía ni idea de lo que era la abstracción”, recuerda con una sonrisa. En ese punto fue importante que se encontrase con Javier Claramunt, el profesor de pintura que le cuestionó la posición desde la que abordaba el proceso plástico. Le dijo algo así como se real, le hizo ver que no estaba viviendo lo que pintaba. A partir de ese punto de inflexión su proceso empezó a cuestionar de dónde venían las formas, los colores y los gestos que proyectaba en el lienzo.
“Mi obra empieza con el uso de imágenes digitales. Algo muy del típico tío de Tumblr y Forocoches. A mediados de cuarto de carrera empecé a coleccionar imágenes digitales de todo tipo. Si había algo de la imagen que inconscientemente me llamase la atención me la guardaba en carpetas. La imagen la imprimía tal cual y luego la calcaba con tintas planas”. El proceso se repetía hasta el punto de volverse un proceso automático, propio de una linea de producción que empezaba con la recolección de imágenes, su digestión y posterior volcado en el soporte.
En esta primera etapa Carlos consumía mucha cultura visual. Igual miraba una película de Herzog que un capítulo de Big Bang Theory. No le interesaba el contenido de la imagen, le atraía entender porque la imagen formalmente conectaba con la gente. Todavía hoy se siente fascinado por desentrañar cómo algo técnico, como una imagen, pasa a ser un objeto que genera deseo por su contemplación. Su mirada descomponía los elementos de un plano de una serie para analizar su potencial estético. Todos estos elementos descompuestos, los absorbía y alguno de ellos acababa pintado en sus obras.
Las imágenes que elegía tenían una calidad y una textura parecida. Anuncios publicitarios, cómics mainstream de los sesenta, telenovelas, películas de serie B…Material que procede de sistemas de producción acelerados, masivos y con cierta textura industrial. Objetos visuales que desprenden una sensación de dejadez en su producción, más creados para lo masivo que para su belleza formal. Imágenes hechas sin dedicación, productos de una cultura basada en la difusión y la rapidez y que comporta la explotación de los cuerpos que las producen. Unos cuerpos alienados por el trabajo que no empatizan con la imagen que construyen y que lo toman como un proceso automático laboral.
Poco a poco la obra de Carlos fue dejando de trabajar con imágenes apropiadas o extraídas de la cultura visual y su obra empezó a utilizar el texto de manera irónica. Si bien su obra siempre había tenido un componente humorístico, el uso del texto le ayudaba a apelar de manera más directa a los espectadores. “Have Fun and Say Nothing” es una pieza de después de acabar el máster y encontrarse con ese vacío “postuniversitario”.
En este punto, el artista, empezó a utilizar recursos y materiales que tenía cerca. Había una cuestión de comodidad pero también de cercanía y empatía con lo recursos utilizados. “Fui dejando el lienzo para empezar a trabajar con recursos como los folios, los tickets de la compra o usar un mechero para quemar el borde del lienzo”. Una búsqueda de la sostenibilidad material que también le ayudaba a seguir pintando sin pretensiones y que le permitía ser un poco más coherente con su crítica al sistema artístico, sus dinámicas y recursos.
Y luego vino el desencanto. “Aquí intenté hacer un Frankestein de todo lo que había hecho. Estaba perdido. Me desilusioné con pintar. Dejé de pintar para… Yo me seguía planteando seguir haciendo obra porque en algún momento alguien llamaría a mi puerta, alguien me diría algo. Pero me di cuenta de que eso no iba a pasar, de que no debía contar con ello. Me busqué un trabajo y me independicé. Empecé a fijarme más en lo rutinario, fue un momento de establecerme y de pensar ya no entorno el arte, sino en cuanto a la vida. Al final fue una época de hacerse y dejé de pintar para x y empecé a pintar para mí”.
"No hace falta hacer un viaje al Serengueti para encontrar tu alma. Creo que está todo ahí en lo cotidiano"
En ese momento el espectro artístico de Carlos dejó de limitarse a la pintura y empezó a trabajar con el dibujo, la fotografía y a utilizar Instagram como soporte. La aparición de estas fugas le dio pie a acercar su práctica a las rutinas del día a día. Si bien al principio Internet era tan solo un espacio de recolección de imágenes, el pensar Instagram como soporte cerró un circulo con el que Carlos acabó produciendo imágenes para el soporte, que como millenial habitaba gran parte de su tiempo.
“Empecé a valorar ese tipo de cosas que para mí son rutina. No hace falta hacer un viaje al Serengueti para encontrar tu alma. Creo que está todo ahí en lo cotidiano. Esa época de desencanto me ayudó mucho a posicionarme. Luego pillé el 3D y empecé a trabajar digitalmente porque siempre había querido explorar esa manera de producir imágenes. El espacio físico y artístico también se me quedaban cortos. Plantear poder hacer lo que quieras en un programa de ordenador me permitía tener la libertad de hacerlo desde el escritorio de mi cuarto”.
Pese a que el soporte cambió, la digitalización de su proceso creativo no transformó el mensaje. “Para mí es otra forma de plasmar lo mismo. En toda mi obra hay temas transversales: el humor, la construcción de la imagen, el dibujo… Y siempre está el punto de hablar de la necesidad de pintar. Para mí era algo necesario el salir de lo que se supone que debo hacer y hacer algo que no se espera de mí, pero siempre manteniendo los códigos que me han hecho crecer”.
Click! (Sonido de final de grabación)
Cuando hablas con Carlos Correcher te das cuenta de como su lenguaje bebe del consumo acelerado de imágenes y sonidos. Carlos tiene ese punto de recolector que pasa por el grinder o el tamiz las imágenes que encuentra, luego las mezcla con otros materiales y en algún momento les prende fuego con spray y mechero. En su obra hay muchos elementos que remiten a la cultura Hip Hop. Su proceso también está muy ligado a la metodología del sampleado de los Dj’s: coger un cacho de canción de Duke Ellington, añadirle un ritmo acelerado de otro disco y sacar con ello la instrumental para que el rapero fluya. En cierto momento de la entrevista Correcher también contaba como le gustaba hacer pintura rápida y esa es una frase que podría haber dicho perfectamente un “graffitero”. Hay algo de acumulación en su estética de todas estas imágenes que provienen de la cultura Hip Hop: samplers, spays, rapidez, humor, apropiación. Una acumulación de referencias que de manera orgánica, Carlos va ensamblando para acabar preguntándose cómo se construyen las imágenes.
La artista, que actualmente forma parte de una exposición colectiva en el IVAM, ha sido la ganadora del Beca Velázquez 2024/2025