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SOPRANO Y QUÍMICA

Barbara Hendricks: así es la química afroamericana con la ópera

La soprano norteamericana Barbara Hendricks, que actúa el 16 de diciembre en el Palau de les Arts, forma parte de la selecta saga de sopranos afroamericanas en la historia de la ópera

13/12/2018 - 

VALÈNCIA. “Estoy aquí, y sabrás que soy la mejor y me escucharás. Ni el color de mi piel, ni el rizo de mi pelo, ni el tamaño de mi boca tienen nada que ver con lo que estás escuchando”. Leontyne Price (1927) siempre ha demostrado un ego muy bien construido, un amor por sí misma y sus condiciones por encima de la media. Ella misma lo reconoció en alguna ocasión: “admito total y completamente, sin ningún reparo, mi egomanía, mi egoísmo, aparejados con una voz verdaderamente espléndida”. Lade Price era una estrategia que salía a relucir en cuanto se observaban el resto de características que marcaban su entorno: mujer negra nacida en la primera mitad del siglo XX en el sur de Mississippi, bastión supremacista de los Estados Unidos en los tiempos de los asesinatos de Emmett Till o Medgar Evers, entre muchos otros.

Price tenía 36 años cuando un miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos disparó por la espalda a Evers, justo cuando llegaba a su casa. Sus palabras, fortín necesario para sobrevivir en el campo de batalla de lo emocional, cobran aún más valor si reparamos en su exótica condición de soprano. Una cantante de ópera negra en los años 50 en Estados Unidos. No fue la primera, pero tras su estela sí se desarrolló una interesante cantera de intérpretes operísticas afroamericanas que siguieron tratando de normalizar -la necesaria- normalidad. Entre ellas está la también soprano Barbara Hendricks (Arkansas, 1948), que el próximo domingo 16 de diciembre presentará en el Palau de les Arts de València su espectáculo The Road To The Freedom.

Sopranos afroamericanas: un historial breve

La historia de Hendricks, estadounidense con pasaporte sueco, habla por sí sola, pero no deja de ser heredera de una saga de cantantes de ópera afroamericanas que, en su momento, señalaron el camino de lo que vendría después. Especialmente relevante es el caso de Elizabeth Taylor Greenfield. Su figura es considerada fundamental en la apertura del género operístico a intérpretes que no cumplían el caucásico requisito del color de piel. De hecho, Greenfield -hija de esclava liberada (también) en el Mississippi de principios del XIX- es la verdadera poseedora del título de The Black Swan, y no Natalie Portman. Experta en la interpretación de composiciones de Handel o Donizetti, Greenfield llegó a cantar para la reina de Inglaterra en 1854.

Marie Selika Williams (1849-1937) hizo lo propio en 1883 y se llevó el título de primera cantante negra en cantar en la Casa Blanca en 1878. La historia de las sopranos afroamericanas es, claro, la historia de las primeras veces. Sissieretta Jones (1868-1933) fue la primera soprano negra que actuó en el Carnegie Hall; Camilla Williams fue la primera en desbloquear el hito de la Opera House deViena; Mattiwilda Dobbs hizo lo mismo con La Scala de Milán, y Marian Anderson con la Metropolitan Opera. “Me facilitó mucho la vida tener a esa generación de cantantes negras”, explicaba la propia Barbara Hendricks en una entrevista de Dominique Searle en 2003; entonces, la intérprete reconocía la influencia de Leontyne Price en su carrera: “como yo no tenía el instrumento que sí tenía ella, mi repertorio era más Mozart y lieder, pero fue una influencia por su ejemplo porque abrió puertas a las que ni siquiera tuve que llamar, ya estaban abiertas para mí”.

Hendricks: ópera y química

Si la historia de las cantantes de ópera afroamericanas es la historia de las primeras veces, la de Barbara Hendricks no se sale del camino. Los grandes hitos musicales y raciales, los de abrir las puertas que ella misma mencionaba, habían sido clasificados ya fuera de concurso para cuando ella emergió como figura de la ópera. Su debut, fechado en 1974, se produjo en la San Francisco Opera, donde interpretó a Erisbe en L’Ormindo de Francesco Cavalli. Aquello era el fruto de sus clases con la mezzo-soprano Jennie Tourel, cuyo primer encuentro en Aspen está recogido en el libro de la soprano Lifting My Voice: A Memoire (2014, 

“Era evidente para mí que mi voz la había impresionado, aunque esta estuviera en un estado salvaje. Dijo: tienes un instrumento muy natural y estaría encantada de aceptarte como mi estudiante”, recuerda Hendricks sobre ese episodio de finales de los años 60, para terminar añadiendo: “no era capaz de analizar el significado de todo lo que estaba pasando en mi vida”. Nueve semanas después, Tourel le ofreció continuar su formación vocal en la Juilliard School of Music de Nueva York, uno de los conservatorios más prestigiosos del mundo; sin embargo, su formación -y, por ende, su carrera- musical fue interrumpida por otro de los elementos que hacen diferente a Barbara Hendricks: su licenciatura de ciencias en matemáticas y química.

Cómo aplicar las matemáticas en la ópera

“Siendo práctica por naturaleza, no quería echar a perder todo el estudio desde que cumplí los 5 años por salir corriendo sin tener un plan”. De esta manera, entre 1968 y 1969 -cuando finalmente se licenció en la Universidad de Nebraska-, Hendricks compaginó sus clases de química con la preparación de su audición para entrar en la Juilliard. Ambos caminos confluyeron en el verano de 1969, cuando viajaba a Nueva York con la licenciatura y la aprobación del conservatorio; en su maleta, tal y como recuerda en sus memorias, un libro de arte y otro de la historia del cine junto a su ejemplar sobre mecánica cuántica.

Sus dos facetas continuaron caminando de la mano de la forma tan particular que explica en Lifting My Voice: A Memoire. “Mi mente matemática me ayuda a descifrar el libreto y a traducirlo desde las dos dimensiones del papel hasta la multidimensional del sonido y las emociones; me permite ver la arquitectura musical de la pieza, la cual algunas veces entiendo como una fórmula matemática: esta habilidad analítica es de gran ayuda, tanto en la memorización, como en los primeros pasos para comprender de forma más profunda el sentido de la pieza”. Esto ha ayudado a Hendricks en sus papeles en óperas presentadas a lo largo de todo el mundo (Paris Opera, el MET de Nueva York, Covent Garden de Londres y La Scala de Milán), pero también en la interpretación de otros géneros; así es The Road To The Freedom,el espectáculo que llevará hasta el Palau de les Arts el 16 de diciembre, y en el que tienen cabida blues, gospel y elementos musicales que inspiran un montaje basado en los Estados Unidos de Martin Luther King y los derechos civiles.

El compromiso más allá del escenario

La propuesta de Hendricks está muy relacionada con su descarada implicación política y, sobre todo, social. Tras dos décadas de colaboración en materia de refugiados, fue nombrada Embajadora Honorífica del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, y ha dado conciertos en Dubrovnik y Sarajevo en plena desintegración violenta de la República Federal Socialista de Yugoslavia. Su desarrollo artístico y humanitario le ha granjeado sus propias primeras veces. Entre ellas, la de la orden de caballero de la Legión de honor francesa. También cantó en la ceremonia de independencia de Timor Oriental.

Hendricks lo explica con meridiana claridad en su libro. “Entendí que, dado que mi carrera iba a toda velocidad y estaba cantando para recintos completos en Europa, Norteamérica, Sudamérica y Asia, no necesitaba la publicidad para mí misma. Decidí que tenía que encontrar un mejorequilibrio entre promocionar mi propia carrera como cantante y la causa de los refugiados; y lo hice mencionando mis actuaciones y mis discos, pero dedicando la mayor parte de mi tiempo a promocionar mi compromiso humanitario. Prefiero que mi carrera sirva a esta importante causa, y no viceversa”.

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