LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Aviador Dro y el futuro que no pudo ser 

21/07/2019 - 

VALÈNCIA. Los vi por primera vez en la revista Star, en el número que salió a la calle en marzo de 1980. El texto que firmaba Jose Antonio Maillo comenzaba así (transcribo tal cual fue publicado): “CBS los rechaza porque “esas cosas no venden”, a mi amigo Eduardo Haro le causan pavor y a mí me tiene en vilo desde que hablé con ellos tras verlos actuar. No sé, a ciencia cierta, a qué atenerme. Si reír, llorar o llevarles al juzgado de guardia por todo lo que  me dijeron  (entre otras cosas, “QUEREMOS DESTRUIR AL SER HUMANO”). Reconozco que a mí me pasaba como a Haro, me inquietaban bastante aquellas declaraciones que, dichas en mi propio idioma, sonaban inquietantes. Devo venían a decir cosas más o menos parecidas pero eran de Ohio y hacían el ganso. Los Residents eran más siniestros pero estaban tan tan lejanos, en su propio laboratorio en el fondo de alguna caverna, que ni siquiera daban entrevistas. Pero Aviador Dro y sus Obreros Especializados estaban ahí al lado, en Madrid. “Nuestra droga es el electroshock”, le decían a Maillo, quien reproducían en su texto parte de la letra de Nuclear sí. Era la canción estrella de un grupo nuevo difícil de escuchar por aquel entonces. Eran provocadores, aterradores y fascinantes a partes iguales.

La culpa de que esta vez haya retrocedido casi cuatro décadas en el tiempo la tiene Patricia Godes. En aquella época de la que hablo, Patricia era un oasis en el periodismo musical. Una de las poquísimas mujeres que escribían sobre música en las revistas especializadas del momento. Pero sobre todo, la recuerdo porque hablaba de música negra y otros temas que no solían ser los evidentes para unos lectores ávidos de rock y todo el segregacionismo que eso conllevaba. A Patricia le leí un artículo sobre la Fania y el primer texto en castellano sobre Prince que recuerdo, incluso diría que el primer texto sobre Prince que leí en mi vida. Es de Castellón, pero vivía en Madrid, lo cual la llevó a ser juez y parte de la nueva ola madrileña, corriente popularmente rebautizada como la movida. Ha escrito toneladas de artículos, varios libros, ha hecho radio y televisión. Y ahora es la responsable de un libro espectacular llamado Anarquía científica, dedicado al Aviador Dro y sus Obreros Especializados, lijosa y exquisitamente editado por la editorial La Felguera.

El libro es una especie de rompecabezas donde varias firmas autorizadas aportan su pieza para que el lector la encaje y vaya construyendo su propio fresco del grupo. Hay textos de la propia Godes, que es además la editora del proyecto, pero también hay testimonios en primera persona –de miembros y exmiembros del grupo-, entrevistas, ensayos, cronologías y biografías. Un trabajo que se reparte entre escritoras y periodistas como Elena Cabrera –que hace una estupenda reconstrucción de la génesis de la banda y de sus orígenes en el Madrid inmediatamente posterior la dictadura-, Silvia Grijalba o Sol Alonso. Y gracias a eso, y a los cómics de firmas como Mauro Entrialgo, Borja González o David Rubia- revivo aquel chocante primer encuentro con un grupo que, como dice el periodista y locutor Carlos Tena en un breve texto escrito también para el libro, “eran una computadora tecnopunki, dotada de un disco duro anarquista con claves marxistas sintetizadas en temas robotizados”. Chocante porque los veía con sus brillantes monos negros y sus gafas de científico en las fotos que ilustraban el artículo y no tenían nada que ver con la alegría nuevaolera de otras bandas de la ciudad. Y porque leía sus alegatos a favor de las centrales nucleares en pleno apogeo de la militancia antinuclear y me pasaba como al autor del artículo de Star, no sabía sin aplaudirles y ponerme u mono yo también o esconderme debajo de la cama.

Aviador Dro, que nunca ha dejado de estar en activo, no ha de ser recordada únicamente como banda. Su máximo responsable, Servando Carballar, tenía una visión global que iba más allá de la música y el cómic. Veía aquella actividad como una vía revolucionaria que debía hacer frente a lo establecido desde todos los ángulos posibles. Inspirados en los dadaístas y los futuristas, organizaron  simposios en los que la ciencia ficción era una línea narrativa y filosófica a estudiar –al fin y al cabo, estábamos hablando de un futuro inminente en el que el hombre tendría a las máquinas como aliadas- y fundaron un sello discográfico independiente. Discos Radiactivos Independientes (DRO) puede que técnicamente no fuera el primer sello que sacó discos de manera autónoma y al margen de los grandes conglomerados discográficos, pero sí fue la más importante por todo lo que inició. DRO sacó los primeros discos de Aviador Dro, y a la vez dio cabida a una serie de música que en aquel momento, 1981, no tenían sitio tal y como estaba estructurada entonces la industria discográfica. DRO hizo visibles a grupos como Glutamato Yeyé y, sobre todo a Siniestro Total, que en 1982 sacaron lo que se puede describir como el primer single de éxito independiente. Lo cual no dejaba de ser todo un corte de mangas a un sistema que, a partir  de ahí, dejó de expresar desprecio (“esas cosas no venden”) y manifestó un inusitado interés por la nueva música que se hacía en España.

Anarquía científica explica muy bien y de manera variada, documentada y amena las diversas gestas protagonizadas por Aviador Dro. No es solamente un objeto hermoso de tener entre las manos, es también un arma filosófica que ayuda a comprender cómo vimos el futuro y como soñamos que podría llegar a ser. Ese futuro que, en las palabras del añorado periodista José Manuel Costa que hacen de prólogo al libro, pudo haber sido un cambio y al final se ha convertido en una utopía robada. Porque hubo un tiempo en que las máquinas se perfilaban como el mejor aliado para que el hombre construyera al fin una sociedad mejor, más justa. Hoy sabemos que las máquinas que hemos construido no son herramientas de mejora social e intelectual, son aparatos que nos espían y nos distraen para que hagamos el idiota en lugar de pensar, leer o sentir. Anarquía científica nos recuerda que esto tenía que haber sido de otra manera, o al menos hubo quien soñó con que así fuera.

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