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22 de noviembre

Arte contemporáneo lejos de la metrópoli, o cuando la innovación habita la periferia

El Museo del Ruso de Alarcón, la galería Aural de Alicante y la feria Marte de Castelló, tres proyectos que reivindican la creatividad vanguardista más allá de las grandes capitales

17/11/2019 - 

VALÈNCIA. Para empezar, una constatación obvia: la aplastante agenda cultural de las grandes urbes opaca a menudo la ebullición que brota en sus periferias. Si no sucede en la capital parece que no haya existido. ¿El resultado? Un espejismo tan peligroso como falso: la idea de que más allá de esos núcleos sobrepoblados no hay espacio para la creación contemporánea ni interés en la innovación artística y la vanguardia. Una percepción de brocha gorda que, al ser interiorizada por instituciones y ciudadanos, corre el riesgo de convertirse en profecía autocumplida. Es hora de hacer añicos un buen puñado de prejuicios. Con esa voluntad, el próximo 22 de noviembre la Fundación Mainel acoge la charla En las periferias: otros espacios para el arte contemporáneo, que forma parte de la 24ª edición de sus Coloquios de Cultura Visual Contemporánea.

Moderado por la consultora de arte Amparela Benlliure, el encuentro contará con Joan Feliu, responsable de la feria de arte contemporáneo Marte de Castelló; Marisa Giménez, del Museo del Ruso de Alarcón, y Begoña Martínez, de la galería Aural de Alicante. Tres proyectos que apuestan por habitar la periferia, por revindicar el derecho a la cultura más vanguardista sin importar las coordenadas en las que te ubica Google Maps. “Estos espacios que se desarrollan lejos de los grandes centros culturales aportan algo genuino y ayudan a despertar el interés de la ciudadanía, son proyectos muy singulares. Sin embargo, a menudo encuentran problemas para visibilizar su trabajo en los medios de comunicación, para dar a conocer sus propuestas más allá del lugar en el que están ubicados, pues las miradas suelen centrarse en la actividad de las grandes capitales”, indica Benlliure.

El Museo del Ruso

140 habitantes y una galería que aspira a marcar la diferencia

Aproximadamente 140 personas constituyen el censo de Alarcón, un pueblo declarado Conjunto Histórico. Y es en este punto de la geografía conquense donde Marisa Giménez lleva cinco años siendo responsable y alma del Museo del Ruso de Alarcón, un edificio del siglo XVI reconvertido en galería de arte contemporáneo. Tras su imponente portada renacentista se encuentra una diminuta pero prolífica madriguera para amantes de la creación de nuevo cuño que juega al trato cercano, casi familiar, con los visitantes. Para esta galerista y comisaria, un proyecto así “plantea todos los retos del mundo. Es un espacio muy pequeño y, además, está en un municipio también muy pequeño y alejado de grandes urbes, aunque recibe bastante turismo. Estas circunstancias lo hacen muy especial: la gente que se acerca viene con la idea de ver algo novedoso y sorprendente”.

Giménez llevaba dos décadas trabajando en la órbita del arte contemporáneo, por ello, cuando le ofrecieron hacerse cargo de este espacio -que hasta entonces se encontraba cerrado a la espera de hallar una nueva ocupación- no dudó en apostar por los creadores del ahora. “Al principio pensaba que iba a ser complicado hacer que vinieran aquí los artistas, pero no ha sido así para nada, muchísima gente con gran talento nos manda su dossier porque están interesados en exponer con nosotros”, explica. Tras un lustro en marcha, su directora considera que “se ha demostrado que es un nuevo modelo que funciona. Y lo hace de una forma completamente diferente al de una galería de una gran ciudad: el público viene a visitarnos de una manera mucho más tranquila, pasan aquí el fin de semana, conocen a los vecinos, a veces nos vamos a cenar juntos… No se trata sólo de ver una exposición, sino de vivir una experiencia. Resulta muy reconfortante ver cómo sale adelante”.

Vecinos, amantes del arte y viajeros se entremezclan en este espacio de alma vanguardista. Y es que, aunque desde el elitismo urbanita se observe a menudo con cierta condescendencia las inquietudes culturales que puedan albergar los habitantes de esa España vaciada, Giménez defiende que la pasión por las nuevas propuestas expositiva no entiende de códigos postales: “Alarcón recibe un turismo muy culto porque tienes varias propuestas de gran calidad, así que siempre tenemos visitantes. Pero también recibimos a gente de este municipio o de otros de alrededor que vienen buscando este tipo de muestras porque realmente les interesa el arte contemporáneo. Y hay muchos jóvenes de la zona que están creciendo con la posibilidad de conocer a artistas a los que de otra manera no tendrían acceso. De hecho, tanto el Ayuntamiento como los residentes nos han apoyado muchísimo en este lustro”. En este timpo, han expuesto allí su trabajao creadores como Vicente Talens, Fernando García del Real, Clément Montolio, Alicia Martínez, José F. Megías Flórez, Rosa Padilla, Marisa Casalduero, Xavier Monsalvatje o Silvia Mercé.

“Se habla mucho de despoblamiento y creo que una manera de frenarlo debería ser apoyar este tipo de propuestas que hacen que un pueblo tenga vida”, sentencia la responsable del Museo del Ruso. “Hay quien dice que las instituciones de las ciudades pequeñas tienen que promover un arte más relacionado con su entorno, pero ¿por qué en esos lugares no se pueden programar exposiciones de primer nivel con artistas internacionales? ¿Por qué sus habitantes tienen que viajar a las grandes capitales para disfrutar de ellas?”, plantea Amparela Benlliure, directora de eventos como Abierto València.

Pep Agut, 'Habitaciones exactas'. Cortesía de la Galería Aural

Crear contexto para sobrevivir

Para Begoña Martínez, responsable de la galería Aural de Alicante, las claves para sobrevivir son “la permanencia, la constancia y creer en lo que uno hace. Eso es lo primero. También es necesario crear un contexto en tu propia ciudad que te permita mantenerte al margen de si hay o no una red de coleccionismo y que le dé un valor añadido a tu trabajo. Y otra cuestión esencial es ser una galería global, es decir, poder generar proyectos fuera del ámbito local. En general, hay que arriesgarse, pero sin caer en un riesgo excesivo”. ¿Y cómo se construye ese contexto, cómo se logra activar y mantener el interés por este tipo de creaciones? “Generando un usuario habitual, un aficionado habitual que asista a los eventos y conozca a los artistas y su obre. También atrayendo a estudiantes (desde el colegio a la Universidad) o propiciando sinergias con otros museos de la ciudad, hay muchas fórmulas”, explica la impulsora de un espacio que ha acogido obras de Pep Agut, Ingrid Wildi Merino, Judith Egger, Juan Carlos Nadal, Ángeles Agrela, Anna Bella Geiger o Luis Gordillo, entre otros.

En cuanto a las ventas (el maldito parné), ese caballo de batalla al que se enfrentan muchos espacios expositivos, la galerista lamenta que en lugares como Alicante “no ha habido una costumbre, una tradición de acudir a las galerías y una educación en la compra de piezas. Además, hay coleccionistas que, por una cuestión de cierto provincianismo, prefieren comprar fuera porque creen que lo que se ofrece en otros lugares es siempre mejor, que tiene más prestigio. Existe una falta de confianza en lo que tienen en su propia tierra. Y respecto a los compraderos extranjeros, suelen ser compras casuales”. Así, subraya que, a pesar de las iniciativas que brotan en diversos rincones de la geografía patria, “todavía hay mucho centralismo” en lo que al mercado del arte se refiere. De hecho, ella misma se dispone a abrir una galería en Madrid, “pero sin abandonar la de Alicante”. “Tal y como está estructurado el entorno artístico actual, necesitamos estar presentes también en la capital, tenemos que dar el paso o morir en el intento”, sentencia.

Marte

El arte contemporáneo como necesidad social

En ocasiones la razón de ser del proyecto es precisamente su vinculación con el territorio, su reivindicación de unas coordenadas concretas. Así sucede en la Feria de Arte Contemporáneo Marte, que el pasado 14 de noviembre inauguró su VI edición. “Cuando nos planteamos hacer una feria en Castelló partíamos de la necesidad social de ofrecer arte contemporáneo de calidad en una ciudad donde no había un circuito de galerías y salas de exposiciones que lo pudieran ofrecer. Para nosotros se trata de una forma de reclamar un derecho ciudadano de poder acceder a la cultura de calidad”, apunta Joan Feliu, impulsor de este evento ‘marciano’. En ese sentido, reclama la “responsabilidad institucional y política” de acercar las propuestas artísticas a toda la ciudadanía, más allá del lugar en el que habiten.

En ese sentido, y “con los pies en el suelo”, reconoce que Marte “ha encontrado un hueco en el grupo de ferias de España precisamente porque está en Castelló, si el proyecto hubiera surgido en Madrid quizás seríamos una feria comercial más; no contaríamos con un discurso tan fuerte, con ese trabajo previo que hacemos con artistas emergentes porque allí ya existen propuestas similares para la ciudadanía, pero en nuestra ciudad no existían”. Eso sí, llegar a convertirse en una cita obligada en el calendario no ha sido una misión precisamente fácil: “nos ha costado varios años que nos tomen en serio. Al principio cuesta mucho que te crean y que confíen en ti, especialmente si vienes de un lugar en el que no existe una experiencia previa similar, como era nuestro caso”.

La capital de La Plana se encuentra así en el alma misma de Marte, es una parte indisoluble de su identidad, también la apuesta por nuevos talentos y la voluntad de llegar al gran público: “hacemos un gran esfuerzo por normalizar un mercado básico del arte contemporáneo que no atienda a grandes coleccionistas, sino a personas normales que de vez en cuando puedan adquirir una obra de arte e incorporarla a su vida”, señala Feliu. Precisamente por ese deseo de introducir el arte en los espacios de la cotidianeidad, señala que aquí “el protagonismo absoluto es del público. Una obra de arte se convierte realmente en tal cuando el público establece una relación con ella y la valora, cuando se produce esa comunicación. Y eso es lo que queremos que la gente entienda”. De acuerdo, ¿y cómo conseguirlo? “Pues dándoles la oportunidad de que se acerquen a las piezas y sientan cómo les remueven las entrañas. A partir de ahí se van a dar cuenta de que el arte es algo que necesitas para vivir mejor y que el acceso a la cultura es un derecho”.

Estos casos de éxitos en la periferia contrastan con el panorama de ciudades como València donde en los últimos meses se ha observado cómo echaban la persiana espacios expositivos como Galería 9, Espai Visor, Pepita Lumier o PazyComedias. A este respecto, Joan Feliu señala que “el modelo de galería tiene que reinventarse. El coleccionismo especulativo fuera de los grandes circuitos es muy complicado. Tenemos que crear un mercado normalizado y accesible, que, por ejemplo, igual que un año te cambies las cortinas o pintas el salón, con la misma naturalidad en otro momento te compres una obra de arte porque quieras tenerla en tu casa y te haga feliz verla en tu casa. Debemos trabajar todos en esa línea”. “La galería de arte es un negocio y, por tanto, tiene que funcionar y ser rentable. Y en València parece que no hay esa actividad de compraventa, no hay esa tradición de adquirir arte contemporáneo”, señala Amparela.

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