El actor malagueño estrena este viernes ‘Que Dios nos perdone’, la nueva película del joven cineasta Rodrigo Sorogoyen (‘Stockholm’); con ocho nominaciones a los Goya en la última década, Valenciaplaza habla con quien es para muchos el mejor actor español del momento
VALENCIA. El dato es espectacular y habla por sí solo. En los últimos 10 años una personalidad del cine español ha sido nominado ocho veces a los Goya. Se trata de Antonio de la Torre (Málaga, 1968). Paradójicamente sólo ganó en su primera nominación, Azuloscurocasinegro (Daniel Sánchez Arévalo, 2006); en las otras nueve se fue de vacío y eso que hubo años en los que estuvo nominado en dos categorías (actor principal y actor de reparto). Obviamente, pese a ese resultado, De la Torre no se siente menospreciado por la profesión. Al contrario, hace ver esas diez nominaciones como lo que son: la demostración de cuánto afecto recibe por parte de sus compañeros.
Convertido en una de las referencias inexcusables del cine nacional, cada película que estrena es un acontecimiento; si hay un star system patrio, él forma parte. En este caso se trata de Que Dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen, 2016), la nueva película del autor de Stockholm (2013) que está coprotagonizada por otro gran actor, Roberto Álamo, ganador del Goya al mejor actor de reparto por La gran familia española (2013, Sánchez Arévalo), donde coincidieron ambos. De la Torre y Álamo interpretan en Que Dios nos perdone a dos inspectores de policía que deben encontrar a lo que parece ser un asesino en serie en una carrera contrarreloj.
Ambientada en el verano de 2011 en Madrid, la película muestra a la ciudad bajo los efectos de la crisis económica, convulsionada por la aparición del movimiento 15-M y a la espera de la llegada de millón y medio de peregrinos por la visita del Papa Benedicto XVI. En ese contexto se desarrolla un argumento que adopta con eficacia situaciones narrativas habituales en el cine estadounidense. El resultado es un thriller llamado a hacerse un hueco en la taquilla, hijo reconocible de clásicos recientes como Seven (David Fincher, 1995) y hermano de productos tan incontestables como la primera temporada de la serie True detective, al tiempo que proporciona a De la Torre una nueva ocasión para lucirse.
La película consolida su imagen como uno de los intérpretes con más personalidad de la última década. Y es que pese a su versatilidad De la Torre se ha convertido en el duro del cine español, el actor que mejor encarna este tipo de papeles, un sambenito que se ha intensificado este otoño en el que se ha convertido en el protagonista de la cartelera nacional con esta Que Dios nos perdone y la hasta hace bien poco presente en los cines Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016). Con todo, como se apresura a puntualizar el propio actor en conversación con ValenciaPlaza, son papeles bien diferentes. En concreto, el inspector Velarde que interpreta en Que Dios nos perdones es un tartamudo, un disfémico, un tipo de personaje poco habitual en el cine patrio. “Ya he visto por ahí eso del hombre duro”, ríe al otro lado del teléfono, “pero tiene matices. Yo de hecho me la doy de camaleónico”, ríe de nuevo.
Su respuesta se corrobora al repasar su filmografía vasta, extensa, que incluye filmes tan dispares como Balada triste de trompeta, Caníbal o Felices 140. Cabría pues calificarle como mucho más que un tipo duro. En total ha participado en más de medio centenar de películas, muy diversas entre sí como es lógico. La disparidad empero no ha afectado a la coherencia de su carrera, una de las más sólidas de la escena nacional. Con todo, De la Torre advierte que en ella no ha existido nada premeditado. “Me resulta difícil saber cómo se logra hacer una buena carrera”, reconoce.
¿Su secreto? Quizá creerse los personajes pero no despegar los pies de la realidad. Basta con escucharle cuándo habla de su método de trabajo. “Uno cuando hace un papel tiene en cuenta eso de convertirte en otro pero después, cuando veo las películas, me veo a mí. Con el tiempo he ido aceptando que el que está en la pantalla soy yo y que tú lo que intentas es ir a otro sitio, ser otro pero, aún con esa ambición de transformarte, de ser otro, al final el que se ve soy yo”.
Fruto de su laboriosidad, De la Torre ha colaborado con prácticamente todos los nombres propios de la industria española, desde el gran cineasta andaluz del momento, Alberto Rodríguez, al valenciano Daniel Monzón, del manchego Pedro Almodóvar al vasco Álex de la Iglesia o la madrileña Icíar Bollaín, por citar algunos, si bien con quien se ha prodigado en más ocasiones es con su amigo Sánchez Arévalo, con el que ha colaborado en los cuatro largometrajes del madrileño. Prácticamente con todos ellos ha repetido, algo que quiere decir mucho.
Intérprete carnal, de los que viven los personajes, De la Torre es de los que sostiene que “la mejor escuela de interpretación para un actor está en la vida”. Algo que se puede comprobar viendo sus personajes, que siempre transmiten una sensación de verdad. No en vano antes de hacer cada película el malagueño se documenta y se entrevista con personas reales que le puedan servir de inspiración para el personaje que va interpretar (presidarios, policías, disfémicos), y así alcanzar una mayor comprensión del material con el que trabaja.
Una rutina productiva heredada posiblemente de lo mejor de su formación como periodista (llegó a trabajar en Canal Sur), y que él considera perentoria, una obligación y no un mérito. “Es lo suyo. A mi como espectador cuando veo una película lo que me mola es creerme al actor; no verle a él sino a una persona real. El mejor piropo que he recibido es cuando me han dicho que pensaban que era alguien de la calle a quien habían puesto ahí”, comenta.
Esta profesionalidad se ha traducido en el respeto de los actores españoles y muy especialmente de la Academia española que le tiene como prácticamente un fijo. Como ya se ha señalado, se acaba antes diciendo las galas de los Goya en los últimos diez años en las que no ha estado nominado. Han sido cuatro. En las otras seis ha tenido hasta dos candidaturas en un par de ocasiones. Una circunstancia que impresiona pero que él, con su naturalidad y simpatía habitual, contextualiza y humaniza.
“Primero los premios tienen algo injusto porque no es como una carrera de los 100 metros, en el que gana quien la corre en menos tiempo. Decir si está mejor Pepe Sacristán en su papel en Magical girl o yo haciendo el mío, o el otro haciendo el otro, es que es absurdo. Incluso aunque los cuatro hiciéramos el mismo personaje sería opinable. Es algo subjetivo. Por eso yo creo que lo mejor es disfrutarlo mucho cuando lo ganas y tomártelo con deportividad cuándo no; eso es lo ideal”, recomienda.
E igualmente recuerda que “hay mucha serie de factores que influyen”. “A veces se dan porque piensas que un actor se lo ha ganado por toda su carrera. Mira cuando DiCaprio ganó el Óscar por El renacido. No es que no tuviera mérito el tío ahí metido en la nieve dos meses, pero a lo mejor piensas que se lo podría haber llevado mejor por otro papel”. Así que en su caso lo mira por el lado positivo. “Me han nominado un montón y eso también es en sí un premio; en diez años ocho veces, es una pasada”, comenta. Y recuerda que cuando era chaval no soñaba con ello o si lo hacía era “como cuando soñaba con besar a Michelle Pfeiffer”, ríe.
El film que estrena este viernes Que Dios nos perdone es una película muy pegada a la actualidad pero, matiza De la Torre, no tanto. Es más, desde su punto de vista es igual de interesante el cómo muestra como una ciudad “se ha puesto muy bonita y está llena de gente, y al mismo tiempo es solitaria”. “Me consta que era la idea tanto de Rodrigo Sorogoyen, como del productor Gerardo Herrero o Isabel Peña [la coguionista]. Se trataba de generar un contexto, una atmósfera… Me atrajo mucho eso y el personaje de Velarde, porque me pareció un reto interpretar un disfémico, un tipo de papel que no he hecho nunca”.
Consagrado y reconocible, pese a no ser un habitual de las pantallas televisivas donde no se prodiga, De la Torre, que se califica como “extrovertido”, reconoce que no lleva bien del todo lo de ser famoso y que la gente le reconozca por la calle. “Cuando era más joven quería ser famoso a toda costa pero ahora, que he conseguido una cierta notoriedad y he logrado vivir de lo que me gusta, me pasa lo contrario: busco cierta intimidad. Entre otras cosas por mi calidad de vida, la de mi familia, y después porque para ser actor lo ideal es ser anónimo”.
Porque es ahí, desde el anonimato, donde se puede uno transformarse en cada personaje, piensa. Y ése es su objetivo, su meta: ser lo más veraz posible. Cómo él mismo dice: “Sólo llega a la verdad quien quiere llegar a ella”. Y él es evidente que lo está intentando, con muy buenos resultados hasta la fecha.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz