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Altea, tres veces el mismo error

18/04/2021 - 

Si una persona pregunta a cualquier ciudadano de la provincia de Alicante o de la Comunitat Valenciana por Altea, posiblemente lo sitúe como unos de los municipios de mayor encanto. Lo es, y, además, posiblemente, la gente valore la calidad de vida, en parte porque ha sabido mantener su identidad, pese al urbanismo desaforado de algunas zonas, y ha optado por atraer un turismo de alto poder adquisitivo. Además, ha sabido articular una oferta gastronómica, muy apreciada, como complemento a aquellos que han querido huir del turismo de masas. Podríamos decir que, como muchos municipios, ha sabido desarrollar un modelo con cierta sostenibilidad, con el equilibrio entre el turista propietario de vivienda que pasa varios meses del año en su residencia y con el inquilino de vivienda para el verano. A todo ello, se le han sumado atractivos que con el tiempo han mejorado la oferta: buena oferta cultural, formativa, con el campus de la UMH y algo que se ha puesto en valor en esta pandemia como el paisaje, otro de sus elementos de atracción.

Sin embargo, a lo largo de estos últimos años, cuando el municipio ha querido dar un salto más allá de sus posibilidades; es decir, cuando ha intentado romper ese equilibrio entre paisaje y turismo; oferta y demanda; ingresos y gastos, la experiencia no le ha salido bien. Cito tres ejemplos, que han acabado siendo tres errores. También ha habido aciertos, pero si uno cuantifica -en dinero- los tres errores suponen más que la mejora de las prestaciones.

Todo comenzó con el plan urbanístico de Los Puentes del Algar para convertir el cauce del río y sus aledaños en un gran residencial del lujo, que iba atraer a más bolsillos pudientes y, además, a enriquecer a los pequeños propietarios (de suelo) que se sumaran al proyecto. No dudo de la originalidad del plan y de sus beneficios (desde luego, haberlos, los había), pero suponía, como se demostró, romper con el equilibrio paisajístico de Altea. Eran 5.000 vivienda, campos de golf y varios hoteles. Los tribunales corrigieron esa decisión que no tuvieron nunca contrapeso político, y si lo tuvieron, fue cegada por la quimera que iba a hacer realidad todo aquello. El TSJ anuló el plan por el impacto. Con posterioridad, otro tribunal obligó al consistorio a devolver los 7 millones de euros -y no 12-que el promotor había entregado al consistorio en contraprestación por las plusvalías y por los gastos del proyecto.

Entre medias de todo este contencioso, se produjo la desaparición del Club Balonmano Altea, que era, junto al Palau Altea, el estandarte del progreso del deporte y la cultural local: un club con casi 40 años de historia tuvo que dejar de competir al no poder hacer frente el ayuntamiento a los gastos que suponía tener el equipo de la primera categoría del handball nacional. En 2007, sí que comenzaron darse los primeros contrapesos y la consecuencia fue tener que echar al traste toda una trayectoria. ¿La razón? No medir el equilibrio entre lo posible y lo permitible.

Y por último, el cierre de la Cooperativa Agrícola de Altea, otro proyecto de muchos años que tuvo que bajar la persiana en febrero de 2020, despedir a los 134 trabajadores en el municipios (y otros 43 en Sevilla, de su filial) y acabar con el sueño de muchas familias que era copartícipes o conseguían reunir unos ahorros cada año con la venta de sus productos. No es que les hiciera ricos, pero empleaba a muchos vecinos y seguro que ajustada rentas para pagar estudios o permitirse (remarco la palabra permitirse) algún capricho o urgencia familiar.

Esta semana hemos sabido que el agujero de la cooperativa agrícola es de 28 millones de euros; los puentes del Algar dejaron 7 millones de resaca y desconozco la deuda con la que se despidió el equipo de Balonmano. Insisto, no creo que sea los tres los grandes males de Altea. El municipio ha sabido salir (y saldrá) adelante por una razón muy sencilla: su modelo ha dado muestras de sostenibilidad y es indiscutible que su calidad de vida ha mejorado en los últimos años. Y cuando se ha excedido, o bien los vecinos o bien los tribunales lo han corregido. Ahora bien, el precio de romper de ese equilibrio ha sido muy elevado económicamente. Y pese a ello, no ha lastrado tanto como hacía prever las posibilidades del municipio, aunque haya tenido que pasar momentos complicados. De los errores se aprende. Yo siempre defiendo que se aprende más con los errores que con el éxito inmediato, pero a veces hay que medir los proyectos, sobre todo, si son colectivos. Porque de no detenerse a tiempo, las consecuencias pueden ser peores. Y en el caso de Altea, han estado a punto.

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