VALÈNCIA. En marzo de 1982 se publicó Bailando, la canción que hizo populares a Alaska y los Pegamoides. Compuesta por dos músicos de raíces valencianas, Carlos Berlanga y Nacho Canut, se convirtió en la canción alternativa del verano de 1982, el año del Mundial español y de Naranjito. Su éxito propició una intensa gira que hizo que el grupo actuara en la Comunidad Valenciana en más de 10 ocasiones en menos de siete meses.
La primera vez que escuché Bailando dije, “no puede ser”. Miraba la portada del single, que acababa de llegar a Harmony –cuando la tienda estaba detrás de Santa Catalina- y luego miraba el vinilo dando vueltas en el plato junto al mostrador. No podía ser cierto. La imagen perfectamente compuesta del grupo, espectacular. Heterodoxa pero agresiva. Ellas, Alaska y Ana Curra, vestidas, peinadas y maquilladas como nadie más en cientos de kilómetros a la redonda. Ellos, Eduardo Benavente, Nacho Canut y Carlos Berlanga, hieráticos, parecidos pero diferentes. Por los altavoces se derramaban unos vientos festivos, un bajo haciendo rebotar el ritmo. Bailando era espectacular por su efectividad, pero también por su descaro, por ser exactamente lo último que un grupo como Alaska y los Pegamoides esperábamos que fuera. Los modelos afterpunk y luego aquella canción que recordaba tanto al Cuba de Gibson Brothers, del mismo modo que algunas canciones de los primeros Rolling Stones recordaban a las de Chuck Berry o Bo Diddley. La imagen diciendo “aquí estamos y nos importa un bledo lo que penséis”, esa adorable arrogancia heredada de los grupos ingleses. Bailando en todo su esplendor.
Bailando era una osadía y por supuesto, dividió a la afición. Estaban quienes opinaban que vaya jeta la de los Pegamoides, unos vendidos haciendo música hortera. Después estaban los que veían aquello como una consecuencia más de su filosofía artística. A los componentes del grupo les gustaban muchas cosas distintas así que, ¿por qué privarse de recrear algunas de ellas para no molestar a los que preferían las otras? El álbum al que pertenecía la canción, Grandes éxitos, predicaba ese eclecticismo por aquel entonces tan raro d ever aquí. Además, estaba el guiño conceptual, warholiano, la broma que sintetizaba todo aquello que ya he dicho. Los Pegamoides llevaban ya un año sin su compositor principal, Berlanga, que se fue por diferencias artísticas irreconciliables con casi todos ellos. Ahora el grupo se jugaba una última baza para llegar al gran público, y dejar de ser un objeto de culto madrileño. Bailando cumplió esa función. La ironía es que el grupo se pasó las más de 80 actuaciones que realizó ese verano tocando una canción que en realidad apenas soportaba.
Una de las primeras veces que vi a los Pegamoides fue en mayo de 1982, en la discoteca Éxtasis, en una serie de conciertos que ofrecieron durante tres días en València, Meliana y Llombay. Me impresionó mucho verlos sobre el escenario. Eran mucho más fieros y secos de lo que cabía esperar. Cuando llegó el momento de tocar Bailando, ésta dejó de sonar a Chic y se convirtió en una pieza de rock bailable de las que podrían estar haciendo entonces The Clash. Desde ese momento fui a verlos cada vez que pasaban por València o por algún pueblo cercano. Como había empezado a hacer el fanzine Estricnina, me las apañé para entrevistarles. A mis 18 años y cegado por la pasión de haber encontrado almas gemelas que vivían solo a 350 kilómetros de mi casa (todas las demás eran de Nueva, York, Londres, Los Ángeles…), veían la misma televisión que yo y hablaban mi mismo idioma, entrevistarles implicaba la excusa para perseguirles grabadora en mano cada vez que se ponían a tiro. Entrevistaba a Alaska y a Nacho por los Pegamoides. Entrevistaba a Ana Curra y a Eduardo Benavente por los Pegamoides y por Parálisis Permanente. Entrevistaba a Nacho por Dinarama. Ahora, cuando veo las entrevistas tal cual las publiqué me da casi más vergüenza que cuando me veo vestido de fallero a los 10 años.
El verano de 1982 fue el verano de Bailando. También el de los fanzines y el de la música independiente. Creo que en aquel momento usábamos más ese término. Lo de la movida sólo se institucionalizó unos años después y sonaba ya igual de feo que ahora. Aunque lo de música independiente también sonaba un poco tonto, como casi todas las etiquetas. Derribos Arias y Siniestro Total grababan en sellos independientes, pero Zombies y Pegamoides pertenecían a sellos multinacionales. Bueno, el caso era entenderse. El de 1982 fue el verano de Alaska y los Pegamoides pateándose docenas de pueblos aprovechando el tirón comercial de la canción, que al fin les había llevado a sonar en las radios comerciales.
En junio tocaron con Glamour en Gandía; en julio en Antella y Pobla de Vallbona. A finales de agosto fueron a tocar a Bunyol coincidiendo con las fiestas de la tomatina. El contacto para cerrar las entrevistas o saludar al grupo era Pito, el alias de Ignacio Cubillas. Era su mánager aunque bien podía pasar por otro pegamoide más, era tan artista y tan personaje como ellos. Recuerdo ese día estar esperando al grupo en la puerta del hotel donde se hospedaban y verlos salir apuradísimos, corriendo hacia el recibidor. Fue Pito quien me explicó que tenían prisa por llegar a sus habitaciones para no perderse el siguiente capítulo de Dallas. La música pregrabada que servía como presentación al grupo inmediatamente antes de cada concierto era la sintonía de la serie. Esa tarde tocaron en Bunyol y después se largaron corriendo aterrados ante la posibilidad de que pudiera alcanzarles la batalla de tomates que se cernía sobre el pueblo.
No volví a verlos hasta otoño, cuando actuaron en el NCC, en pleno Eixample de la ciudad. Ese día creo que acudí también al Hotel Londres para hacerles alguna entrevista más. El Hotel Londres, que estaba en la Plaza del Ayuntamiento haciendo esquina con la calle de la Sangre, era propiedad de la familia Berlanga y allí era donde los Pegamoides, y después Dinarama se hospedaban cuando estaban en la ciudad. Durante el tiempo que estuvo dirigiendo la Mostra, Jorge Berlanga, también se hospedó allí. El verano de Bailando dio paso al otoño de Parálisis Permanente, Laberinto de pasiones y Branquias bajo el agua. Durante todos esos meses, acompañando a Glamour durante muchos fines de semana en sus conciertos, descubriendo y conociendo a nuevos artistas, saliendo casi cada noche, haciendo mi fanzine, mi mundo cambiaba a la vez que cambiaba yo también. Fue muy bueno poder hacerlo al ritmo de Bailando.