DE BUENA FE / OPINIÓN

Yo soy del Hércules

5/09/2020 - 

ALICANTE. Comparto este honorable sufrimiento con muchos de los que me están leyendo y, como la mayoría, no me resigno a que esta agonía se convierta en crónica.

Yo ya fui a ver algún partido, siendo niño, al campo de La Viña, cuando el ascenso a primera división, allá por 1973.

Desde el ascenso fuí socio durante años y presencié el histórico marcaje del ilicitano Juan a Cruyff, en el mejor de sus momentos.

Estuve en el campo el día que el Hércules se colocó provisionalmente segundo en la clasificación, por detrás del Real Madrid, para acabar quinto al finalizar la Liga de ese año.

Vi el gol olímpico de Kempes al Atlético de Madrid. Vi el 3-0 del Hércules al Real Madrid en un partido de Copa, con un fenomenal gol de falta ejecutada por Charles.

Como los alicantinos somos así, también disfruté con nuestra típica socarronería de los alucinantes fichajes de un islandés pálido como el que se lleva un susto, que se llamaba Petturson (más conocido por "Petarduson"), que vino del frío Norte para sufrir lipotimias de calor, o de aquél peruano Velásquez, que corrió unos dos kilómetros completos durante todos los partidos de la Liga juntos.

Los de por aquí tenemos muchas virtudes, pero para esto del fútbol debe ser que no tenemos mucha gracia. Hace demasiado calor.

Pero, sin saber cómo ni por qué, anhelo que vuelvan los tiempos de Giuliano y Saccardi, de Carcelén y Aracil, de Albadalejo (que lo fichó el Barça), de Barrios y tantos otros que ilusionaban las tardes domingueras de los aficionados al noble arte del balompié.

Yo no me resigno.

No sé cuál es el camino ni la solución para que nuestro equipo vuelva a Primera, pero os aseguro que cada vez que paso por Santa Faz unos instantes de mi pensamiento vén, otra vez, a los herculanos en la Plaza de los Luceros celebrando un ascenso que, sin duda alguna, nos llevará a otra interminable temporada de sufrimiento.

Y llego, por tanto, a la conclusión de que ser herculano es un sentimiento heroico y suicida, destinado para muy pocos elegidos, pero que en ese padecimiento debe estar nuestra eterna redención.

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