Mi esteticista de cabecera me acaba de pintar las uñas de los pies de color nude. Dice que la pedicura francesa ya no está de moda y que el nude (sin acento agudo en la e porque es un vocablo inglés) es tendencia este año. Y como una es analfabeta en esos asuntos, se deja hacer. Soy así de facilona. El nude, realmente, es el típico color visón de toda la vida, un rosa palo subidito de tono. Se le cambia el nombre y parece que es nuevo pero es más de lo mismo. Me pongo a investigar y descubro que el estilismo y la política parecen caminar cogidos de la mano. Volver es el verbo de moda. Vuelven la censura y la autocensura, los pichis de mi adolescencia, los delitos de terrorismo sin terrorismo, las lluvias en primavera y la guerra fría. Ya tenemos otra vez aquí la batalla de la lengua que el Partido Popular desentierra periódicamente cada vez que quiere acceder a la Generalitat por la vía rápida. “La reconquista ha comenzado por el sur”, gritaba desmelenada Isabel Bonig el otro día en un mitin en Alicante. Y no andaba desencaminada porque el ayuntamiento de la ciudad ha vuelto a caer en sus manos sin más esfuerzo que esperar a que se despellejen vivos los del tripartito. Esperar para que todo vuelva a ser como antes. Es la estrategia mariana del “fare niente” que tan buenos resultados le ha dado hasta ahora al presidente. Ponerse debajo del árbol a esperar que la ley de la gravedad haga caer la manzana. Él lo llama sentido común. De aquí al “puta Valencia” de los noventa quedan dos suspiros. Las modas siempre vuelven, aunque sea con la frente marchita.
Vuelve la España oscura, gritona y faltona que teníamos dormida en el fondo del armario hasta que llegaran otros tiempos en los que pudiéramos desempolvar ese pasado sin apestar a nafatalina. Tenemos los armarios llenos de reliquias, siempre por si acaso. Tiempos de banderas en balcones, de vestidos estampados, de faldas midi y sombreros de paja. Vuelven los supermercados de barrio, los tomates con sabor a tomate, las hombreras, la moda blanca ibicenca y los vinilos, aunque ya no tengamos ni donde escucharlos. La moda es caprichosa. Parece que el color naranja va a colonizar los escaparates. Lo dice el Vogue. Y el CIS. Albert Rivera, experto en cazar tendencias, ya está preparando su colección para la próxima temporada otoño-invierno en la que nos deslumbrará con un desfile de “pin ups” de estilo retro i vintage. Al fin y al cabo, el nuevo siglo está a punto de estrenar otra vez sus años 20. Miedo me da que también se pongan de moda los años 30 y los 40. Los “coolhunters” son los asesores más cotizados en un mundo extremadamente banalizado donde el márquetin político tiene mucho más porvenir que los principios y las ideologías. Y si no que se lo digan a Trump que hace sus pinitos para que le den el Nobel de la Paz un día de estos.
Pero la moda va por barrios. Vuelve el naranja pero también el amarillo. Y no es una metáfora. Sin embargo, hay que ser valiente para vestirse hoy en España con ese color maldito entre la farándula y el facherío. Te arriesgas a que te corten el traje por la calle y que Rufián te saque en su tuiter o a que un juez se niegue a casarte si llevas flores amarillas o lazos en la solapa. Sus señorías no solo tienen que reciclarse en estudios de género. También en moda. Y los tonos violetas han llegado para quedarse.