VALÈNCIA. Dimite el conseller de Educación. Pero, ¿y Cultura?¿acaso nadie va a pensar en la Cultura? Los titulares de las últimas horas anuncian la marcha de Vicent Marzà del gobierno autonómico como titular del área de Educación, sin duda la más potente que gestiona en términos económicos, pero a su cargo le acompañan otros apellidos no poco importantes, entre ellos el que aquí nos atañe, como capitán de Cultura de la Generalitat. En cierta medida, este titular es sintomático de una gestión cultural que ha sido opacada por el área educativa y que, en última instancia, ha recaído -también en términos de presencia pública- en otros perfiles, como el de la hasta ahora secretaria autonómica Raquel Tamarit, que de un tiempo para acá se ha convertido en la cara visible para el sector y en su principal interlocutor. No en vano, en los corrillos artísticos se comentaba esto mismo, que Marzà era, efectivamente, el conseller de Educación y mucho Educación. Con todo, su labor al frente de Cultura no es menor y con él, y el cambio de gobierno en 2015, se ha llevado a cabo una profunda transformación que ha moldeado lo que hoy conocemos como Cultura en la Generalitat.
Aunque el hasta ahora conseller citó a la prensa a las 11:30 para dar a conocer su marcha, la noticia fue filtrada poco antes de su comparecencia en la sede de Compromís, una noticia que pilló por sorpresa a los agentes culturales y, también, a aquellos que dan forma a la Conselleria, quienes, tal y como ha podido saber este diario, se enteraban de su salida por lo publicado en prensa. Tras el shock inicial llega la necesaria revisión a siete años clave en la cultura valenciana. Marzà llegó con un objetivo claro, el de dar un giro de 180º a una gestión capitaneada por los populares durante hace años, una ambiciosa tarea que pasaba por repensar las propias bases de la casa. “No había un proyecto ni a corto ni a medio ni a largo plazo. No había estrategia y eso ha deshecho buena parte de la estructura cultural valenciana, pese a lo mucho que ha hecho la sociedad civil frente a ello”, reflejaba en una entrevista con Culturplaza en el año 2016, en la que, por cierto, también ponía negro sobre blanco su intención de luchar contra el “clientelismo” en la cultura: “Aquí se buscaba el espacio idóneo para colocar a personas determinadas. Era el mundo al revés. Los instrumentos deben estar a favor de los objetivos y no al contrario”.
Los primeros pasos tenían que ver con aquello de la “herencia recibida”, una primera etapa de mandato en la que gran parte de la acción –y la retórica- iba encaminada a un término: reparación. Y es que la llegada del Botànic supuso un terremoto en los despachos, sí, pero también en los escenarios, una suerte de reconciliación con la cultura valenciana que volvía a conquistar los espacios que hasta el momento le habían sido limitados, con ejemplos como Raimon o el reciente concierto homenaje a Ovidi Montllor. Lejos queda esa imagen de 2005 en la que numerosos músicos valencianos se plantaron en el Palau de la Música contra la marginación de las instituciones.
La fotografía de 2022 es bien distinta a la de esos primeros pasos, una realidad cultural marcada por un contexto social y económico que hace una década uno no podría imaginar. Con la marcha Marzà la conselleria entra en transición en un momento clave para la gestión cultural, no solo porque quede un año de legislatura, que también, sino porque supone el de reconstrucción tras una una crisis pandémica que ha empobrecido de manera notable a los sectores culturales. En este sentido, cabe destacar que las líneas a seguir están marcadas desde el pasado mes de septiembre, cuando se presentó el nuevo plan estratégico que sustituye a ‘Fes Cultura’. El texto fija algunos objetivos claros para este año, algunos de ellos ya iniciados, como el impulso a una oficina de internacionalización o un plan de públicos, un proyecto que también tiene muy en cuenta esos fondos europeos que las industrias esperan como agua de mayo.
Una de las claves de la gestión de Marzà en estos años ha sido la batalla por la descentralización en términos de programación, un objetivo que ha canalizado a través de proyectos como el Circuit Cultural Valencià, el programa musical Sonora o los premios a Capital Cultural Valenciana, que cada año conceden a dos localidades (una de mayor y otra de menos tamaño) a las que destinan un goloso presupuesto, además del impulso de espacios como la subsede del IVAM en Alcoy, en colaboración con el Ayuntamiento de la localidad y la Fundación CAM. En este sentido, el gran símbolo de la gestión cultural de Marzà ha sido el impulso a un renovado Consorci de Museus. El organismo, antaño dirigido por Felipe Garín, sufrió una profunda transformación con el cambio de gobierno, pasando el Centre del Carme -su sede- a ser un centro de cultura contemporánea y a potenciarse de la mano de su nuevo gerente, José Luis Pérez Pont, multiplicando su actividad.
La cuenta pendiente más sangrante que deja el conseller es, sin duda, la de no haber conseguido paliar la falta de trabajadores en los organismos culturales valencianos, un mal que afecta a espacios tan diversos como el Museo de Bellas Artes, la Filmoteca o el Consorci de Museus y que ha sido causa de gran parte de los conflictos internos con los espacios que dependen de la Conselleria. También es muy destacado el conflicto que ha protagonizado con el sector de las artes escénicas, una bronca que ha marcado los últimos dos años de gestión y en la que los profesionales del sector llegaron a anunciar una “ruptura de diálogo” con Marzà. Queda pendiente otro de los sueños del conseller al inicio de la primera legislatura, un soñado corredor cultural de la mano de Catalunya y Baleares que no ha terminado de despegar, con algunos casos contados más vinculados a la televisión pública.
Bajo su mandato se ha dado prácticamente un cambio de caras total en la administración cultural, con salidas polémicas como la se José Miguel G. Cortés o Davide Livermore, exdirectores del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) y Les Arts respectivamente, centros ahora liderados por Nuria Enguita y Jesús Iglesias Noriega. Los primeros grandes nombres asociados al nuevo gobierno, en cualquier caso, fueron los de los gerentes del Consorci de Museus y del Institut Valencià de Cultura (IVC), José Luis Pérez Pont y Abel Guarinos, que recientemente renovaron su cargo y que fueron símbolo de la construcción de la nueva política cultural bajo el sello de Botànic. También han cambiado la práctica totalidad de directores de festivales, pasando por Cinema Jove (de Rafa Maluena a Carlos Madrid) o un Dansa Valencia recuperado por la nueva administración que ahora lidera María José Mora, así como el Espai d’Art Contemporàni de Castelló (EACC), ahora liderado por Carles Àngel Saurí. La mayor parte de estos nombramientos se han dado bajo el ala de un publicitado Código de Buenas Prácticas, una fórmula abierta con resultados desiguales y en la que la ambición internacional quedó diluida, aunque ha conseguido ordenar los procesos de selección.
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