Somos 2 millones. Destacamos como la quinta provincia de España en muchos aspectos. ¿Somos conscientes verdaderamente los alicantinos de nuestra importancia, de lo importante que es nuestra Terreta? Creo que la respuesta es sencillamente no.
Normalmente no nos pensamos como un todo, no nos concebimos como un conjunto. Es este un déficit constitutivo evidente que hunde sus raíces en nuestro pasado, en nuestra particular historia de tierra plural y de frontera.
Comprender este problema y hacer un buen diagnóstico pasa por saber de dónde venimos. Entender nuestra historia nos permitirá crear las condiciones de posibilidad que nos permitan superar las dificultades, unirnos e ir a más.
Los alicantinos, creo que no me equivocaré al afirmarlo, no queremos ser más que nadie pero tampoco menos que nadie.
¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para tejer la Terreta, para mejorar nuestra cohesión como comunidad política y potenciar nuestra unión, la unión de esos 2 millones de ciudadanos que mencionaba al principio de este artículo?
Yo soy historiador y quiero aportar mi grano de arena ayudando a los alicantinos a pensar nuestro pasado. Tratando de cumplir con este rol de manera concreta hoy os quiero explicar un proceso interesante: la lucha que se dio en las centurias pretéritas en la Terreta por nuestra capitalidad.
Nuestra capital histórica, el centro de aquel primigenio “alicantinismo”, fue la excelsa ciudad de Orihuela. Desde la incorporación al Reino de Valencia en 1304 de las contradas del actual Alicante-Sur, el territorio que va aproximadamente desde la ciudad de Alicante hasta nuestro límite meridional con Murcia, nuestra ciudad-clave fue la villa orcelitana.
Orihuela fue la capital de la procuración/gobernación de Orihuela, territorio que quedó dentro del Reino de Valencia pero que por decisión propia del Rey Jaime II el justo no dependió de la Gobernación de Valencia, teniendo un gobernador propio y una relación directa con el monarca.
La ciudad de Miguel Hernández fue foral, agrícola y tradicional y tuvo una vida cultural destacada y muy marcada por su potencia eclesial. Fue capital de la Terreta hasta 1707, año en que despareció el Reino de Valencia a raíz de la aprobación de los Decretos de nuevo planta.
No obstante, y tras quedar casi totalmente destruida tras la llamada guerra de los dos pedros (1356-69) entre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, Alicante pronto mostró su fortaleza.
Partiendo casi de la nada la urbe del Benacantil supo renacer sin embargo y rápidamente, gracias a su particular combinación de puerto+castillo+huerta, fue ganando importancia.
Si Orihuela obtuvo su título de ciudad en 1437 Alicante lo consiguió en 1490. Poco a poco nuestra urbe portuaria fue creciendo en población. Su excelente y natural rada la impulsaba, la llevaba más allá, la acercaba a la modernidad y a la hegemonía.
En el siglo XVI podemos decir que la situación era de empate técnico aunque Orihuela retenía la capitalidad política, seguía siendo la cabeza de la gobernación. Todo cambió ya en el siglo XVII, Alicante empezó a ser claramente más importante.
Pero será el XVIII, la centuria de oro de la ciudad del Benacantil, el que corone a Alicante de forma definitiva como urbe-líder de la Terreta.
Fue en el XIX cuando la actual capital de nuestra provincia vio su relevancia poblacional y económica reconocida con la primacía política, al crearse la Diputación que llevaría el nombre de Alicante.
Vayamos concluyendo, retomando las ideas con que inicié el artículo. Alicante fue, no cabe duda, una capital tardía. ¿Cómo ha influido este hecho en nuestro actual déficit de articulación intra-alicantino?, ¿cómo fueron moldeando las luchas de poder entre nuestras principales ciudades nuestra espacio político?
Queda mucho por investigar y pensar. Vertebrar nuestras comarcas pasa por comprender nuestro pasado. Pongámonos manos a la obra. Adelante Terreta, Adelante Alicante.
Antonio Adsuar es fundador del proyecto-blog www.alicantinismo.com