VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Verano sin añoranzas

12/08/2020 - 

Siempre he pensado que uno madura cuando aprende a desconfiar de los veranos. Ese momento en que se comprende que la única ventaja de esta estación del año es que no hay que doblar los calcetines. Es algo complicado de defender cuando vives en un sitio cuyo PIB depende de la añoranza del verano ideal. Pero se entiende mucho mejor en cuanto escuchas las ruedas de las maletas de los residentes nórdicos en cuanto llega abril. Ellos sí han aprendido que el sudor, los mosquitos y la factura de luz del aire acondicionado matan al amor fugaz, a la amistad inquebrantable y al recuerdo del primer día en que dejaste los manguitos en la orilla de la playa, junto a la toalla de mamá. El resto, los que están aguantando este año la bandera del turismo en la Costa Blanca como los soldados de Iwo Jima, creen todavía en el hechizo de las vacaciones, en la arena de la playa y en el precio de un arroz en una terraza con vistas al mar. No andamos sobrados de clientela, así que no seré yo quien les robe la ilusión. Al menos, hasta que acabe septiembre.

En cualquier caso, 2020 pasará a la Historia, pero no al álbum de nuestras historias. Lo recordaremos, por supuesto, como se recuerda cómo se nos cosió una cicatriz a la rodilla. Y lo contaremos, por supuesto, como se cuenta aquella vez que corrimos delante de los grises, incluso los que nacimos cuando ya no había grises. Lo magnificaremos, lo alteraremos, enseñaremos alguna fotografía que demuestre media verdad. Y, sin duda, nos lo habremos ganado, si al final cruzamos intactos el puente de la pandemia. Y se habrán ganado la memoria los que no lo consigan. Pero no lo añoraremos. El verano de 2020 es el hambre de quienes no hemos pasado nunca hambre, es la ciudad perdida de quienes nunca hemos tenido que mirar atrás, es la guerra de quienes no hemos combatido nunca en Vietnam. Las generaciones de la posguerra española, de la Caída del Muro, del atentado de las Torres Gemelas, del avance casi imparable de la emergencia climática y de la brecha digital ya tenemos nuestra historia en primera persona. Todas unidas por la mascarilla y la distancia social.

Los que nacemos en pleno verano boreal no podemos ser nostálgicos. Supongo que a los del verano austral les pasa lo mismo. Pero este año en que la realidad está logrando que hasta me muerda la lengua para no escribir de lo que no debo, nos merecemos ese recuerdo que sobreviva a los telediarios y a los comunicados institucionales y a la ausencia de verbenas. Contengan la respiración la primera vez que la vean bajar por su calle con un vestido blanco y vaporoso. Retengan el brillo de aquella caracola con la que sus hijos aprendieron el lenguaje de las olas. Capturen el aliento de la vez en que, por fin, hollaron la cima de aquella colina que se escondía tras un sendero infinito. Quédense con el sabor de las gambas a la plancha, con la risa de los nietos, con el impacto de la primera vez que desnudaron a la Vía Láctea desde un cabo sin turistas ni farolas.

Habrá mosquitos y sudor y facturas del aire acondicionado. Habrá vacaciones que siempre se repiten. Habrá desengaños y divorcios. Habrá noches tropicales y ruidos de madrugada. Pero no será lo que contaremos de este verano aciago. Así que conviene que nos pongamos a fabricar un asombro. Para que nos asalte cuando las únicas mascarillas que veamos sean las de las series de hospitales.

@Faroimpostor

Noticias relacionadas