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vals para hormigas  / OPINIÓN

La canción de este verano 

22/07/2020 - 

Este año de días enlatados y ventiscas de levante me ha servido para descubrir uno de los secretos que esconde la canción del verano. Generalmente tienen una estructura similar, una fórmula que percibe nuestro cerebro y llega a nuestras piernas reconvertida en impulsos eléctricos. No siempre es así. A veces se impone una composición bien trabajada, una melodía excelente o una letra más reflexiva de lo habitual. Pero nosotros tendemos a equipararla a todas las demás. Todas las canciones del verano son irresistibles, machaconas y de baja calidad. Da lo mismo que la haya puesto en el mercado Enrique Iglesias o la Filarmónica de Berlín. Para nuestros oídos, suenan todas igual. Y esta circunstancia sucede, aquí viene el secreto, revelado en este 2020 con el paso cambiado, porque en el fondo nos encanta la monotonía. Queremos que la canción del verano siempre sea la misma por la razón por la que nos gusta encontrar las tiritas en el cajón de las tiritas. Y no en la bolsa del pan.

Este verano no tendremos canción, sospecho. Lo sé porque en la radio de los vecinos sigue sonando el Sobreviviré de Mónica Naranjo y porque las noticias se empeñan en recordarme cada cinco minutos que se han suspendido sine die las verbenas y festejos populares. Y lo sé también porque en cada establecimiento en el que entras, el estanco, el supermercado, la ferretería, hay alguien que se queja del calor que dan las mascarillas. Un nuevo complemento de nuestro vestuario al que, una vez pase el primer impacto de su obligatoriedad, nos acostumbraremos como hacemos con todo. Es la base de nuestra expansión por el planeta como seres humanos. Nos amoldamos a cualquier cosa. Al frío extremo, a la humedad alicantina o a la economía de mercado. A lo que sea. Las mascarillas son el nuevo estribillo de Georgie Dann. Este verano nos hartaremos de ellas y el que viene, cuando se imponga otro ritmo fresco, otro baile con instrucciones de batallón militar y otra rima con eco, las evocaremos como si fueran el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven.

De ahí los rebrotes. No queremos un verano diferente. Y menos por imposición. Queremos despertar pronto para hacer silbar la olla exprés antes de irnos a la playa, para que después de sacudirnos las sal en la ducha solo tengamos que extender el mantel. Queremos encontrar ese punto ciego en la piscina en el que conversar tranquilas con nuestras amigas, a espaldas de nuestros padres. Queremos agotar la noche en un recinto cerrado y atronador para luego besar a nuestro último amor eterno, o vomitar nuestro fracaso, en cuanto amanezca. Queremos disfrutar de la tortilla de patatas de la tía Mati y jugar al chinchón hasta las tantas. 

Queremos visitar la casa del pueblo de nuestros abuelos para saludar a aquel amor de juventud que ya no se parece nada a nuestros recuerdos. Pero las playas están acuarteladas, las piscinas tienen más cloro de lo habitual, los espacios cerrados son una trinchera de virus, en el pueblo nos miran con recelo y el mes de vacaciones es un plazo demasiado largo para una economía que ha estado tres meses posando para un daguerrotipo que nadie pidió. Si la solución de todo esto radica en acortar los plazos de las vacunas, también tenemos que poner algo de nuestra parte. Tenemos que acortar los plazos de adecuación a las nuevas costumbres. Solo así conseguiremos quejarnos de la canción del verano de 2021. Y bailarla sin tregua hasta la extenuación.

 

@Faroimpostor

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