del derecho y del revés / OPINIÓN

Veinte años del 11-S

12/09/2021 - 

Y pasó el verano como quien no quiere la cosa, con sus altibajos, su calor asfixiante que aún perdura, sus días más largos, los baños en la playa, los paseos, las noches dando vueltas y más vueltas en la cama y el deseo de relax, no siempre conseguido, por compañero de viaje.

Hoy que ya estamos retomando la actividad, el día que escribo esta columna, es 11 de septiembre y no me es posible pasar por encima de este aniversario tan destacado sin hacer ningún comentario, dejando aparte los demás temas de actualidad con rango suficiente para formar parte de estas líneas. Hay tantas noticias que comentar que un espacio como este, por más que sea extensible por obra y gracia de la digitalización, no da para tratar acerca de todos los asuntos que me asaltan, lo del masoca de la denuncia falsa y el patinazo de Marlaska, que Sánchez ha querido aprovechar a su favor; el turbio tema de la paliza a un recluso en la cárcel de Villena y posterior asalto y agresión a la subdirectora del mismo centro penitenciario; lo del histriónico obispo de Solsona, o lo de la visita de Calviño esta semana a València, que hubo de someterse a las incómodas preguntas de los empresarios, acerca de la infrafinanciación de la Comunidad Valenciana. En cada uno de ellos me extendería. Sin embargo, hoy quiero hablar de esta importante efeméride y de las consecuencias que se derivaron de aquello. Hay quien dice que el 11-S cambió el mundo y sin duda ahora, a la luz de lo ocurrido con la pandemia de la Covid-19, podemos decir que con el nuevo milenio empezaron a sucederse situaciones inesperadas, que alteraron nuestra apacible vida de aquellos años de fin de siglo, tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia. Como decía mi tío Giuseppe, Pino, “éramos felices, pero no lo sabíamos”.

Han pasado veinte años de los terribles atentados de Nueva York, pero a mí se me ha hecho muy corto. Fue un momento tan terrible que todos recordamos con exactitud dónde estábamos en el momento del asalto a las Torres Gemelas. El día del atentado yo estaba en Torrevieja, en el despacho de economistas con el que colaboraba por entonces. Iba yo preñada, con una prominente barriga de cinco meses que ya apuntaba maneras, anunciando el mascarón de proa que presentaría en las etapas finales del embarazo. Camiseta de flores en tonos verde manzana. Ese día tuve miedo, mucho miedo de lo que pudiera pasarnos y de estar a punto de traer un hijo a ese mundo tan inestable y peligroso. En ese momento pensábamos que, si unos terroristas habían sido capaces de llevar a cabo aquel atentado en la zona más emblemática de la Gran Manzana, eso significaba necesariamente que la seguridad de todo el mundo estaba en franco vilipendio

Desde entonces han sucedido muchas otras cosas y aquel nasciturus ya estudia segundo curso en la Universidad. El ser humano tiene una increíble capacidad para superar las adversidades. Y, si bien es cierto que el 11-S cambió nuestro concepto de viajar por el mundo, al cabo de un tiempo olvidamos por qué no podemos llevar una botella de agua en el equipaje de mano, al pasar el control de acceso a la zona de embarque. Y nos volvieron a sacudir, pero esta vez en suelo patrio, otro día 11 de un mes de marzo de 2004. Más cerca significa más angustia aún. Otra vez nos descubrimos vulnerables y sufrimos el zarpazo del terror, lo que para el común de los mortales es algo incomprensible, porque no podemos entender el motivo de que alguien quiera hacer daño a los demás de manera gratuita. No existe justificación para lo injustificable.

Lo cierto es que en el siglo XXI las guerras son bien diferentes del concepto que tradicionalmente teníamos. En el fondo siguen estando regidas por los mismos motivos de siempre, esto es, por el poder, pero ya no hace falta mandar a un montón de gente armada hasta los dientes para luchar contra otro montón de gente igualmente pertrechada. Ahora basta con lanzar un misil debidamente orientado al sitio preciso tras la exploración de un dron, con secuestrar un avión lleno de pasajeros para estamparlo después, con poner unas bombas accionadas por control remoto, o con dejar escapar un virus mortal de un laboratorio para dejar KO a media humanidad. Lo sé, no está probado, pero creo firmemente que lo del dichoso virus es una forma de guerra biológica y puede llegar a ser el mayor genocidio de la Historia. Y es que las cosas han cambiado, pero en el fondo no tanto. La realidad es que la inmensa mayoría de la gente solo pretende llevar una vida normal, mientras unos pocos se dedican a pensar cómo hacer daño a esa inmensa mayoría, en su propio beneficio, utilizando cualquier medio para ello. Si admitimos que, como decía Jean-Paul Sartre, “lo más aburrido del mal es que uno se acostumbra”, estaremos reconociendo que es algo que convive con nosotros y que al final no nos resulta ni interesante como temática. Lo damos por hecho, pues malos siempre ha habido y siempre habrá.

Habrá quien pretenda justificar estos actos. Sin embargo, insisto, la guerra es siempre un sinsentido del que unos cuantos sacan provecho y que a la mayor parte de la gente perjudica sin paliativos. Un aniversario como este del 11-S nos tiene que aportar, al menos, la certidumbre de que la gente buena, común y corriente, quiere la paz y no desea el mal ajeno. Hemos de buscar la unión entre las personas de bien, para combatir los ataques indiscriminados de los enemigos del género humano.

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