Tras la caída del comunismo en Polonia, se abrieron los archivos del Estado de par en par a todos los ciudadanos, algo que no ha ocurrido en España. Esta medida sirvió para reconstruir su pasado, para escribir la Historia basándose en hechos no en tutelas. La película Varsovia 83 recoge un trabajo de documentación que realizó Cezary Lazarewicz en esos archivos sobre un caso que sobrecogió al país
VALÈNCIA. Conocí el caso de Grzegorz Przemyk en uno de los aniversarios de su muerte, cuando leí un teletipo de Efe. Pensaba que su situación sería la de un disidente del comunismo, pero la historia de que fue asesinado a patadas en una comisaría me llamó la atención porque era diferente. Hice una serie de preguntas a antiguos inmigrantes polacos ya asentados en España desde hacía años y recordaban lo sucedido perfectamente. El estudiante fue asesinado después de una fiesta. De aquellos testimonios, me quedé con que no era tan fácil como pudiera parecer conseguir alcohol en la Polonia comunista. Al menos en provincias. Los jóvenes tenían primero que conseguir información sobre qué tienda tendría suministro de bebidas y cuándo y luego ir a hacer cola. A veces lo único que tenían era vino en polvo. En las idas y venidas y, mientras bebían, podían ser hostigados por la policía. Algo así, más o menos, es lo que le pasó a Przemyk.
No fue en Polonia, sino en Liubliana, donde el fotógrafo Jože Suhadolnik, el gran retratista del punk en la Yugoslavia comunista, me explicó cómo era la policía en estos regímenes. En Eslovenia fue sonado el caso de un rockero, Igor Vidmar, que llevaba la famosa chapa de la esvástica tachada con la señal de prohibido y fue encarcelado por llevar un símbolo nazi. Era paradójico en su contexto, pero muy similar al espíritu de la policía de esa época en todas partes.
Para ellos, los chavales con el pelo largo o después con cortes punk no eran más que unos vagos y unos cantamañanas. Iban a por ellos en la fascista y postfascista España tanto como en las repúblicas socialistas. Esta animadversión llegó al punto de que, según me contó Suhadolnik, a veces había connivencia con los primeros skinheads que aparecieron allí, nazis de verdad, para que siguieran cobrando los de siempre, los desarrapados.
En los años 80 y 90, el autoritarismo tras el Telón de Acero, manifestado en detalles como estos, era bien conocido y generalmente causaba rechazo en los movimientos de izquierda y activistas de toda clase. Ahora todo eso se ha difuminado y se juega con la confusión inevitable del paso del tiempo. Sin embargo, los países del Este también tienen derecho a que su memoria histórica sea conocida y respetada y eso es para lo que sirve Varsovia 83, la película de 160 minutos (se puede ver en partes como una mini-serie) de Jan P. Matuszynski.
Con un estilo similar al exhibido el mismo año por Roman Polanski en su excelente J'accuse (aquí traducido con el anodino título de El oficial y el espía), Matuszynski reconstruye el caso, o más bien, como en la historia de Dreyfuss, el no caso, porque las autoridades movieron sus fichas para que no hubiera un juicio o, en su defecto, un juicio justo.
La hipersensibilidad de las autoridades por un chaval muerto en una comisaría procedía de la abultada represión que había llevado a cabo especialmente en los años setenta. El sindicato Solidaridad -fusión de todos los sindicatos- tenía diez millones de militantes de una fuerza laboral de doce que tenía Polonia. El combustible que animaba sus propuestas era que, con la crisis del petróleo, cuando los países europeos iniciaron su particular declive industrial, el precio de los alimentos se había disparado. El apoyo que recibieron de líderes occidentales como Reagan lo que puso de manifiesto era la hipocresía de estos políticos, no de los sindicalistas, porque la Solidaridad de entonces, otra cosa fue la de los 90 bien purgada, exigía un trabajo justamente remunerado y libertad sindical. Lo mismo que en otros lugares se reprimía con golpes de Estado y dictadores que contaban con el plácet estadounidense.
En este contexto, en 1983, Przemyk, un estudiante, fue detenido por la policía mientras celebraba con sus amigos que se acababa el curso. En la comisaría le patearon de tal manera que le reventaron varios órganos y los intestinos. Murió poco después. Su funeral fue un evento multitudinario y la primera gran manifestación después de la Ley Marcial, prácticamente un autogolpe del presidente Jaruzelski con el fin de evitar un mal mayor, la invasión de la URSS, que estaba a punto de producirse si no era capaz de controlar la actividad de Solidaridad. Durante ese periodo también fueron asesinados decenas de líderes sindicales.
El regreso de las manifestaciones fue lo que inquietó al régimen, por eso actuó con pánico y trató de minimizar las consecuencias del juicio. Pese a todo, es curioso observar en la película que a la dictadura le costó su trabajo manipular sus propias instituciones para llevar el juicio a su terreno. Al mismo tiempo, la pluralidad de la sociedad polaca del momento se refleja de forma muy interesante. La pregunta de un padre comunista a su hijo de si es que acaso piensa "comer poesía" de mayor por sus veleidades literarias y amistades bohemias lo muestra con crudeza. Eran los mismos conflictos intergeneracionales que hubo en Occidente en la sociedad postindustrial.
No es la primera película polaca sobre juicios que llega a nuestras pantallas. Jestem Morderca (Soy un asesino), de Maciej Pieprzyca contaba el caso del Vampiro de Silesia, un asesino en serie en cuyo proceso fue condenado un inocente para dar carpetazo al asunto, evidentemente, sin éxito. No por casualidad, el mejor episodio de la serie Dekalog, en la que Krzysztof Kieslowski explicaba los Diez Mandamientos con historias cotidianas de la Polonia comunista, era el del condenado a muerte en No matarás. Era muy difícil no conmoverse en su resultado final. En Varsovia 83, titulada originalmente No dejes marcas, en polaco, hay menos expresión, la narración está más centrada en el guión que en las emociones subjetivas, pero seguramente su fin sea exponer una serie de hechos para darlos a conocer.
El director no había nacido cuando fue asesinado el estudiante. En las entrevistas del estreno explicó que su generación, que apenas vivió la dictadura, sigue pensando en ese periodo histórico. No es algo distinto a lo que sucede aquí, aunque sí que hay una diferencia sustancial. El origen de esta película es un libro redactado a partir de los archivos del Estado. Con la caída del comunismo, se abrieron de par en par a los ciudadanos. Aquí no podemos decir lo mismo.