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del derecho y del revés / OPINIÓN

Valorar la profesión de abogado

17/07/2022 - 

Dice el viejo tango que "veinte años no es nada", porque efectivamente en muchas ocasiones el tiempo se nos pasa volando. Es la trampa de la vida, como dice siempre mi padre.

Esta semana he celebrado con mis compañeros en el Colegio de la Abogacía de Alicante mis primeros veinticinco años como abogada inscrita en el mismo, en un acto solemne que tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad de Alicante, que está justamente en el mismo edificio de la Facultad de Derecho. Todo quedaba en casa. A pesar de que yo no estudiara en esas aulas la carrera, sino en Madrid, donde me inicié algunos años antes como abogada en el Colegio de la capital, donde juré ante Martí Mingarro con la toga, como doctoranda que soy en Derecho Civil por la UA me he sentido como en casa en ese entorno. Fue un acto relativamente ágil, a pesar de los numerosos compañeros convocados y como corresponde, porque somos de los años del “baby boom”. Coincidí en el acto con algunos compañeros que son amigos, como Mónica Carrasco, Iván Sempere o Paco Domene, otros muchos conocidos como el vicedecano, Ignacio Gally, un abogado que en su día fue colaborador mío y que me tocó al lado, Joaquín Rodríguez Hurtado, y también con algún que otro contrario. Todo eran buenas palabras, como es lógico. Sin embargo, también hubo su momento reivindicativo en el acto, como considero que procede y les paso a comentar.

El compañero José Llobregat, delegado de Villena, que intervino con un discurso brillante en representación de todos los homenajeados, como nos llamó el decano, Fernando Candela, expresó con contundencia que debemos defender la profesión. No puedo estar más de acuerdo con él. A lo largo de estos años he podido observar cómo la imagen de los abogados ante la gente caía en picado. Pasamos de ser profesionales a quienes se les tenía cierta consideración y respeto a, en muchos casos, seres invisibles, cuando no somos objeto de burla en chistes que nos comparan, por ejemplo, con los tiburones, e incluso somos ninguneados por el último mono de los juzgados con demasiada frecuencia. En este sentido, es posible que los Colegios de Abogados no intervengan más porque nosotros tampoco denunciamos las situaciones en las que no se nos trata con el respeto que merecemos, lo primero como personas y lo segundo como agentes de la Justicia -con mayúsculas-, que somos, en representación de nuestros clientes, los justiciables. Somos absolutamente imprescindibles y además letrados, que significa, según la RAE, como primera acepción, "sabio, docto o instruido". Y si somos instruidos, especialmente los que peinamos canas, aunque las disimulemos, debemos reivindicar un trato acorde con ello, aunque estemos en pleno siglo XXI y el trato entre las personas se halla, como es lógico, allanado con el tiempo. Como diría el juez de Menores Calatayud, "somos todos iguales, pero unos más iguales que otros".

Por otra parte, los abogados tenemos un trabajo apasionante, que consiste no solo en defender los asuntos que nos encomiendan, empleando para ello toda nuestra sapiencia, sino también en hacer de confesores a la par que de psicólogos de nuestros clientes, calmando su ansiedad y eligiendo cuidadosamente, según el caso, qué información les puede venir bien conocer en cada momento. Somos negociadores natos, puesto que desde el primer momento tenemos que emplearnos a fondo para conseguir acuerdos. Somos estudiantes perpetuos y ay de aquel que no estudie, porque será un mal abogado y las pasará canutas; las leyes están en permanente cambio y hemos de estar siempre al día. Somos emprendedores, porque la mayoría trabajamos por libre y estamos sometidos a los caprichosos vaivenes del mercado. No tenemos horarios, y nos toca trabajar muchas horas y es un trabajo que nunca se da por terminado: cuando acabamos algo, empieza el tema siguiente, que viene pidiendo paso. Vivimos en el sinvivir de los plazos, que no nos dan tregua, salvo los días inhábiles, que alivian, y el bendito mes de agosto -aunque no a todos los compañeros, porque los de Penal siguen pringando, entre otros temas que no paran ni en ese mes. Los homenajeados del viernes pasado somos, en definitiva, los que conseguimos sobrevivir al cabo de los años, unos luchadores natos con vocación de servicio. Por ello pido un respeto, no para mí, sino para todos mis compañeros porque, aunque haya por ahí alguna oveja negra como en todas las familias, lo merecemos y no siempre se nos reconoce ni cobramos lo que correspondería a nuestros desvelos.

Los que hemos llegado hasta aquí al cabo de más de veinticinco años sabemos que el ejercicio profesional es una auténtica locura, que a veces tenemos mucho y otras casi nada -me refiero a dinero y casos, que suelen ir unidos, aunque por desgracia lo primero no implique necesariamente lo segundo.

Hay que dignificar a la imprescindible abogacía. Todos tenemos que trabajar en ello, porque le interesa a toda la ciudadanía: a los abogados, para poder ejercer nuestra profesión con mayor respaldo social y a los demás porque en algún momento de vuestra vida podéis necesitarnos.

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