El refrán “de tal palo tal astilla” bien se podría aplicar a este horno cuyos orígenes, además, llevan a otros dos hornos, uno regentado por Vicente y Francisca, y otro, en la calle Santo Tomás, regentado por Cipriano y Vicenta. Sí, porque la historia del horno Cifre Solaz, ubicado en la Avenida Campanar número 5, se remonta a esos dos pequeños hornos y a la historia de amor que surgió en las fiestas del gremio entre Vicente y Vicenta, hijos de ambos matrimonios respectivamente. Historia que siguió los pasos familiares, pues se quedaron con el horno Cifre Solaz e inculcaron ese amor por el oficio a sus tres hijos: Vicente Alberto, Juan Carlos y Olga. Así, Vicente les transmitió los secretos del pan mientras que Vicenta hizo lo propio con los pasteles y pastas.
Un romanticismo por el oficio que Vicente Alberto dice no compartir, aunque luego hable con cariño de sus recuerdos de infancia y reconozca que el trabajo como hornero le ha permitido realizarse en otras cosas —y grandes viajes—. “No te voy a mentir, a mí nunca me ha gustado trabajar en un horno, pero cuando tenía dieciocho años, en 1978, la situación del negocio era complicada y tuve que dejarme los estudios de Arquitectura”, comenta. Aunque mucho antes ya había comenzado en el oficio, pues a los doce años ayudaba a su padre a repartir el pan en las casas —“siempre llegaba a clase con harina en la ropa”, recuerda—.