Tono llega a la playa de la Patacona cuando la tarde ya languidece. Este joven de 34 años aparece con un abrigo y la capucha puesta. Va acompañado de su mujer, Andrea, y en cuanto pone un pie en la arena, exclaman: "¡Hay olitas!". Luego miran a izquierda y derecha y se sorprenden de que no haya más que dos o tres personas en toda la playa. El cielo, en el ocaso, se tiñe de un color anaranjado que se burla de todos los filtros de Instagram. Ellos van a su ritmo, sin prisas, y luego Tono contará que eso lo aprendieron durante la pandemia, cuando la vida les obligó a parar y ellos lo recibieron como un regalo, una oportunidad para, al fin, estar en calma, hacer yoga, meditar y leer un libro tan ricamente. "Pero al tercer año resucitamos...".
Tono García Ballester no habla de ellos, claro, sino de su proyecto empresarial, Blue Waves, que colapsó, como casi todo, durante la pandemia y ahora avanza con viento de cola. Blue Waves es un 'surf camp', un campamento de surf que está en Agadir (Marruecos), destino de aficionados de todo el mundo -algo menos de la mitad, desde España- y que ha cogido mucho vuelo gracias a Ryanair, que lo ha conectado con media Europa.
Ellos cogieron el lunes uno de esos vuelos baratos, pasaron tres días en València, vieron al médico y a sus padres, y se volvieron el miércoles a Agadir, donde vive Tono desde hace nueve años. Antes de eso, unos años antes, cuando tenía 18 o 19, su amigo Juanito le enseñó a surfear en el Perelló. "Fue mi maestro y encima me regaló un tabla 'old school' con quillas fijas", recuerda.