De la abuela Pura me habla su nieto Sergi. Ella fue quien le enseñó todo (o casi todo) lo que sabe sobre el pescado: cómo utilizarlo, a limpiarlo, su aprovechamiento, las recetas. Las manos de Sergi no huelen a pescadería sino a tinta, a papel, a imprenta, porque Sergi Martínez Peris ha trabajado toda su vida en una editorial, junto a sus hermanos y su padre. La pescadera fue la abuela Pura, la madre de su padre. La abuela Pura vendía pescado en el mercado municipal de Alzira, en los años 30 del siglo XX ya salía a la plaza. Cuando el padre de Sergi tenía 8 o 10 años, allá por 1940 y pico, su madre lo enviaba a que hiciera el reparto por el pueblo. Aunque no la he conocido puedo hacerme una idea de cómo fue la abuela Pura. “Era una mujer fuerte, muy activa, ese tipo de personas que no para —empieza a contarme Sergi—. Tuvo tres hijos y una hija. Enviudó dos veces. De Alzira se fue a vivir a Campohermoso. Era una mujer cariñosa, pero con carácter, a veces mal carácter. Algunos años de nuestra infancia, mis hermanos y yo veraneábamos en su casa. Cuando decía “es hora de dormir” hasta las moscas se dormían”. Las abuelas son como la energía, no se destruyen, se transforman. Y Sergi se encarga, a través de las palabras, de que eso sea así.
Sergi vive en una casa en el campo. Llueve cuando quedamos para charlar. Llueve tanto y ha llovido tanto en estas últimas semanas que nos acordamos de los ingleses y de los noruegos, cómo se puede uno acostumbrar a la lluvia persistente. Quizá no sea para tanto. Porque nos mojamos cuando su hija Noa se mete en el jardín para enseñarnos una camada de gatitos recién nacidos; y no pasa nada. Nos mojamos cuando salimos a ver cómo ha quedado la caravana en la que él y su familia viajarán a partir de ahora; y no pasa nada. Porque nos asomamos a la terraza, el último lugar para guarecerse antes de la lluvia, y siento unas ganas enormes de salir afuera, a la humedad y al verde oscuro de la naturaleza; y no me pasaría nada.
Enseguida llegamos a la mesa. Sergi y Nuria la han servido con platos de sardinas, mojama, tomate valenciano y almendras, copas y vino, un Gewürztraminer del Somontano. Comemos sardinas y hablamos de sardinas. A Sergi le encantan, da igual cómo estén preparadas: abiertas y rebozadas, asadas, en arròs a banda, en coca. Fue su abuela quien le enseñó la mejor manera de limpiarlas, “en un barreño es mucho mejor que en el fregadero bajo el grifo. Ponemos agua y con los dedos vamos despegando las escamas, de manera que van cayendo al fondo del recipiente. Luego quitamos la cabeza y las tripas”. No hay duda de que hacerlo así es mejor que las escamas se cuelen por el desagüe. Un inconveniente menos. El otro inconveniente que se le achaca a las sardinas es el olor que se queda en la casa, especialmente al asarlas. Para eso, utilizar el extractor y abrir la ventana, ¿o es que vamos a tener tantos tiquismiquis? “Asar sardinas tiene algo ancestral, prehistórico, es comer con los dedos, ensuciarse las manos. De lo que no hay que olvidarse es de tener pan y miga de pan cerca, por si nos tragamos una espina sin querer”.