Qué paradoja. A la mujer se la ha arrumbado tradicionalmente en la cocina. La lumbre ha sido el culmen de sus labores domésticas, la alimentación, junto a la crianza, el bien que procuraba a la humanidad. Salvo cuando ha ido ligada a una contrapartida económica. Entonces, no. Cuando hablamos del liderazgo en negocios gastronómicos, el hombre toma las riendas. Y el delantal.
Desde los abusos físicos y verbales hasta la falta de apoyo financiero, pasando por el paternalismo de sus colegas y el ostracismo de la prensa.
“La primera experiencia de todos con la comida está en el útero materno; y en los años siguientes, a menudo son las mujeres las que cuidan nuestras necesidades culinarias. Sin embargo, en las cocinas de los mejores restaurantes, las féminas prácticamente no juegan un papel”, así reza la sinopsis del documental A Kitchen (R)evolution, presentado por Maya Gallus en la sección Culinary Cinema del pasado Festival de Berlín.
La película indaga en los obstáculos a los que se enfrentan habitualmente las chicas que aspiran a comandar profesionalmente los fogones. Desde los abusos físicos y verbales hasta la falta de apoyo financiero, pasando por el paternalismo de sus colegas y el ostracismo de la prensa.
La mujer también existe
Porque si en los últimos años se ha ensalzado la figura del chef, ha sido desde un punto de vista rock ‘n roll. Las portadas de revistas mensuales y semanales han presentado en portada a hombres en mandil, tocados con bandana o gorro tubular, cubiertos de tatuajes, luciendo una expresión ruda, de apostura hostil.
“Por cada nueve hombres, hay una mujer destacada en los medios. No se escribe sobre nosotras. No existimos. Y si no se nos celebra, seguiremos estando apartadas. Y eso deriva en la escasez de apoyos económicos cuando queremos montar nuestro propio restaurante”, lamenta Amanda Cohen, propietaria del alabado establecimiento vegetariano en el Lower East Side de Manhattan Dirt Candy.