VALÈNCIA. Empezamos con el plan de ruta urbana...
Siempre es interesante tomar la temperatura a la creación contemporánea valenciana y para ello suelo suelo acudir- creo que es la tercera ocasión- al emplazamiento que nos hace el consorcio de museos para que conozcamos las últimas obras adquiridas por la Generalitat Valenciana en la última campaña. Como siempre, y como no puede ser de otra forma, hay obras verdaderamente interesantes y otras que me interesan menos o nada. En el arte contemporáneo hay demasiada autocomplacencia, y creo que sin hacer una enmienda a la totalidad pues no participo de esa corriente negacionista de la creación contemporánea, es necesario y sano poder decir libremente que algo nos gusta o no nos dice absolutamente nada sin beligerancias o afiliaciones. Es tan libre y legítimo el papel del artista que se expresa, sea cual sea su lenguaje, como el espectador que abraza o rechaza su obra. E incluso cuestionar en el caso que nos ocupa la adquisición de una obra o al menos no entender criterios empleados puesto que se hace con dinero de todos.
Lo que más me ha gustado, y aplaudo efusivamente que su obra forme parte del patrimonio valenciano un buen grupo de creaciones son la siempre conmovedora e inquietante Ángeles Marco, un auténtico referente, con una “Escalera-Rampa” de 1985, dos obras de Sergio Barrera “Antigesto” que precisamente tienen en su austeridad cromática toda su fuerza; la atractiva y nívea frialdad de las sugerentes esculturas en cerámica de Juan Ortí que admiten tantas perspectivas de disfrute por lo que representan; la impresionante fuerza telúrica de la pieza del también ceramista Vicente Ortí; la excelente figuración del artista de Petrer, Jesús Herrera, que nos da la bienvenida con un homenaje a la pintura ecuestre; la irreprochable elegancia cromática de Roberto Moyá y su abstracción próxima a las vanguardias históricas; las inquietantes y magníficas fotografías de Juan Fabuel o el virtuosismo al servicio del concepto (y no al revés, como tiene que ser), de la artista de Almansa, Nuria Riaza.
En nuestra ruta un aliciente va a ser el contraste entre las paradas. El museo al otro lado del puente de la Trinidad acoge, además de su extraordinaria colección permanente, una excelente muestra comisariada por el director del museo Pablo González bajo el título “Creer a través de los ojos”. Se trata de una muestra de 44 obras del propio museo, de las cuales 35 han sido “rescatadas” de los almacenes, lo cual es especialmente interesante porque algunas de estas, casi ignotas para los ojos no expertos, merecen, sin duda, a la vista de su calidad, estar en la colección permanente, si el espacio lo permite. El XVII es el siglo del naturalismo realista en València, corriente que se mantendrá a lo largo de toda la centuria y hasta principios de la siguiente y que pretende de alguna forma engañar al ojo con toda la verosimilitud de la que los artistas eran capaces, recurriendo a la pintura del natural y empleando modelos de personas escogidas de la calle para, incluso, “retratar” figuras de carácter divinos como el caso de muchos santos.
Obras de Orrente, los Ribalta, los March (fabuloso San Pablo) o Espinosa junto con otros autores menos habituales como Conchillos. Los bodegones “trampantojos” de la realidad están presentes con Yepes y Vicente Victoria, e incluso, para dejar constancia de la concreta influencia italiana, un par de espectaculares cuadros de discípulo y amigo personal de Caravaggio Mario Minniti que no me suena que se expongan en la colección permanente y lo piden a gritos. La muestra gira en torno a tres conceptos básico: la imagen reliquia, la imagen prodigio y la imagen como verdadero retrato durante todo el XVII frente a otras escuelas de influencia flamenca y veneciana. Juan Conchillos. Pintar del natural fue una tónica de los pinores así los santos son tan reales como los personajes retratados y que realmente existieron
Comisariada por Vicente Pla, la extensa exposición dedicada a Pinazo lo hace en esta ocasión trayéndonos a un pintor de muchedumbres que se hacen con el espacio público urbano: fiestas populares, salidas de la iglesia, carnavales o reuniones familiares al pie de la casa. A mí es el Pinazo que mas me fascina. Un Pinazo de gran modernidad, libre, anti-académicoa, con pincelada nerviosa, veloz, pero, a la vez de una precisión dibujística asombrosa. Una exposición para dejarse llevar y disfrutarla de verdad. Imprescindible, igualmente, es la exposición dedicada a Renau y comisariada por los conservadores del IVAM Joan Ramon Escrivá y Josep Salvador titulada “Los exilios de Renau”.
La obra del gran cartelista valenciano parte de un hecho indiscutible para él: la capacidad del arte para cambiar la sociedad. La muestra se centra en sus períodos creativos que se desarrollan en sus dos exilios: México y Berlín oriental que se suceden sin desde el año 1939 y hasta 1982. Para esta importante muestra, el IVAM recurre a los fondos de la impresionante colección que atesora el instituto proveniente de tres depósitos que la fundación del artista ha puesto en manos del museo. Renau siempre nos impresiona. Una verdadera suerte contar con tan importantes fondos de dos artistas esenciales que pertenecen a dos mundos completamente distintos del siglo XX pero que comparten modernidad.
Seguimos intramuros para en la Fundación Bancaja encontrarnos con tres de los grandes escultores de la segunda mitad del siglo XX: Chillida, Oteiza y Cardells. Por un lado una muestra nos trae a dos espíritus tan geniales como antagónicos en su relación personal, lo que hace que el título sea toda una paradoja: Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, quizás por esa etapa en la que sí que forjaron una relación personal. Según se nos dice y habrá que creerlo, se trata de una exposición inédita al reunir a estos dos artistas a la vez. Difícil elegir la forma de esculpir el vacío de Oteiza o de llenar el espacio con la rotundidad de Chillida.
No creo que esta exposición hubiese sido posible en vida de ambos “monstruos”, así que se hace expresa mención de que la muestra ha contado con la aprobación y colaboración de las dos fundaciones que custodian el legado de ambos: la Fundación Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku. La muestra sigue un criterio cronológico desde 1948 al retornar a España Oteiza desde Hispanoamérica y Chillida marcha París iniciándose un periodo de reconocimiento internacional de ambos con importantes galardones en las prestigiosas bienales de Sao Paulo y Venecia. Las obras que se exponen provienen de las más importantes instituciones públicas y privadas españolas como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo de Bellas Artes de Bilbao, IVAM, Museo Guggenheim Bilbao, Colección Iberdrola, Fundación “la Caixa” y otras muchas colecciones.
En cuanto a Joan Cardells, se trata, en este caso, un artista cuyo talento está muy por encima de su reconocimiento. La del arte es una historia plagada de injusticias en la que sobrevuelan misteriosas circunstancias que hacen que unos caigan en el lado del éxito y reconocimiento público y otros deban estar reivindicándose de forma permanente. Una muestra antológica comisariada por Boye Llorens, muy amplia, de un trabajo que se desarrolla en la segunda mitad del siglo XX pero que se adentra en el XXI y para la que ha sido fundamental la colaboración de la familia con aportación de obra inédita y colecciones privadas valencianas y públicas como el IVAM, el Reina Sofía.