MUERE NARCISO IBÁÑEZ SERRADOR, AUTOR DE ‘QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO’

“Una venganza de los niños hacia sus mayores enemigos, los adultos”

9/06/2019 - 

ALICANTE. La nostalgia de la infancia y de la juventud son mitos demasiado potentes como para poder rebatirlos con datos y argumentos racionales. El recuerdo de la emoción es un fenómeno  transcendental, frente a la simple lógica de los acontecimientos verificables. Fruto de ello es la solidificación en la memoria colectiva de figuras públicas reconocidas por alguno de sus evidentes méritos, sean estos genuinos o, como en el caso de Chicho Ibáñez Serrador, la traslación al mercado español de formatos que ya habían tenido su prueba-error con éxito en el marco anglosajón, como las Historias para no dormir, versionando Alfred Hitchcock presenta, o el concurso-programa de variedades Un, dos, tres… responda otra vez, su gran consagración, con veinte años en antena, en el que elaboraba para el público hispano un cóctel de los más granado de los quiz shows de la televisión estadounidense.

Una lástima, no porque estos programas no fueran realmente revolucionarios en el contexto televisivo hispano, sino porque su éxito cercenó la que podría haber sido un carrera cinematográfica realmente singular, con impacto internacional. Como él mismo dijo, en un coloquio en el programa Versión española, interpelado por Cayetana Guillén Cuervo, “no se trató de un éxito apabullante, sino de una apabullante estupidez”, que lo mantuvo veinte años ligado al programa de marras, cuando “con cuatro habría sido suficiente”. Esa dedicación exclusiva fue la causa de su exigua producción fílmica, compuesta por sólo dos películas: La residencia (1969), todavía bajo la influencia absoluta del maestro Hitchcock, tanto en los temas como en los desarrollos de guión, las composiciones, el movimiento y la situación de cámara, y ¿Quién puede matar a un niño?, en la que desarrolla una nueva concepción del cine de terror de raíz moralista y metafísica, formalmente influenciada por el cine documental, el cinéma vérité y la televisión norteamericana. El diseño de planos y secuencias de ¿Quién puede matar a un niño? resulta muy familiar al espectador de La casa de la pradera, Starsky y Hutch o MASH.


La tripleta Narciso Ibáñez Serrador como director, Luis Peñafiel como guionista y José Luís Alcaine como director de fotografía, aunque los dos primeros sean la misma persona, desarrolla la novela del autor gijonés Juan José Plans El juego de los niños. Una joven pareja inglesa intenta pasar sus últimas vacaciones tranquilas, antes de ser padres, en un pueblo de la costa mediterránea. Nada más llegar descubren que se encuentran en plena celebración de las fiestas patronales, y que la tranquilidad buscada será imposible en pleno momento álgido del turismo de masas, en unos primeros minutos de metraje de regusto berlanguiano.

Y esta sería la impresión del espectador, si Ibáñez Serrador no le hubiera colocado una trampa desde antes mismo del inicio de la historia. La liberación de Auschwitz, la independencia de la India, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, la guerra civil en Nigeria, 7’30’’ de créditos de apertura apenas legibles -no se puede decir que el arte en el diseño de los títulos de crédito fuera uno de los intereses del productor- que sirven para contextualizar y manipular al espectador, 7’30’’ de cortes de NODO en los que se muestra a los niños como los grandes damnificados de esas cinco contiendas, dando a entender que lo son de cada catástrofe provocada por el hombre.

“El mundo está loco. Lo malo es que los que siempre pagan el pato son los niños. Si hay guerra, los niños. Si hay hambre, los niños”, les dice el atildado dependiente de una tienda de fotografía a la pareja protagonista, tras ver en la televisión el noticiario sobre el final de la Guerra de Vietnam. “Es una especie de venganza de los niños hacia los que son sus mayores enemigos, los adultos”, resumió Chicho Ibáñez Serrador en aquel programa con Cayetana Guillén Cuervo.

Desde la Matanza de los inocentes en el Evangelio de Mateohasta Donald Sutherland volteando al niño de Novecento hasta reventarle la cabeza contra las paredes, la ficción remarca el tabú de la violencia contra los niños, como arquetipos de la ausencia de culpabilidad. ¿Qué pasa cuando los niños pierden la inocencia? ¿Qué pasa cuando los niños se convierten en soldados que matan, que violan? ¿Qué pasa cuando la mirada de un niño es un abismo? Una calita soleada, unos niños jugando alborotados y, de repente, el silencio.

Chicho Ibáñez Serrador será recordado por la Ruperta, por Kiko Ledgard, por Mayra Gómez Kemp, los Tacañones, por Don Cicuta, las preguntas a 25 pesetas y las gafas gigantes de las azafatas, será recordado por las historias de terror al punto de la medianoche, por sus omnipresentes habanos y por su extraña dicción, producto de sus orígenes montevideanos y su permanente y voluntaria intención de ser puente entre el mundo latinoamericano y el español, pero por culpa de todo eso, el mundo del cine perdió la oportunidad de recordarlo por la sugestiva carrera que vislumbraba aquel ¿Quién puede matar a un niño? de 1976.

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