tribuna / OPINIÓN

Un oficio en las sombras

24/09/2019 - 

Cuando ya no exista definitivamente el cine, ¿quién preservará la memoria del esplendor sobre las pantallas de Elche? ¿Quién recordará la gloria de las imágenes? ¿Quién, la decepción, que la hubo también?

¿Alguien recordará que el cine favorito de muchos ilicitanos fue el Capitolio, entre otras cosas, porque sus butacas estaban dispuestas de forma distinta al Alcázar y por eso se veía y se oía mejor? ¿Qué los estrenos, por tanto, eran para ese cine y no para el Ideal, de la misma empresa exhibidora, porque éste estaba al pasar el río? ¿Quién sabrá que durante un tiempo, para entrar al cine Capitolio, era perentorio llevar chaqueta y corbata? ¿Quién, que el cine Victoria recibió las butacas del cine Ideal al final de sus días como cine de verano? ¿Ya nadie sabrá que un empresario recomendó al dueño del cine Avenida que lo dedicara a almacén de patatas porque estaba lejos del centro? ¿Volverán a la memoria las palabras del obispo Barrachina al arquitecto Serrano Peral sobre la sobria fachada del cine Paz, más parecida a las nuevas iglesias que se levantaban en los años 60?

¿Caerá en el olvido cómo llegaban las películas, en rollos de celuloide y que era necesario montarlas previamente? ¿Se recordará que fue un adelanto que se dedicaran dos máquinas para proyectar y las lámparas que sustituyeron al carbón? ¿Quedará alguien que sepa tratar con las particularidades de cada distribuidora? ¿Quién recordará como una noche de verano se encendió una luz entre las palmeras para ser proyectada sobre una pantalla y celebrar con juventud y alevosía el cine independiente? ¿Qué el Festival se hizo Internacional tras consolidarse entre la industria española? ¿Y quién recordará que esa proyección inicial de cortometrajes en super-8 pasó a ser en 16 mm y luego en 35 mm para acabar siendo un soporte que cabe en un bolsillo o que viaja por redes de fibra? ¿Quién nos recordará como espectadores entrando al Cineclub Luis Buñuel?

Sólo hay una persona que lo pueda responder todo porque estuvo allí, conoció los cines de la época dorada del cine en Elche y encendió cada verano el proyector del Festival, sólo una persona aunque otras lo recopilarán y lo escribirán para que las futuras generaciones sepan cómo se veía cine alguna vez aquí. Es Antonio Blas Molina Bertomeu, que empezó en el Ideal a la edad de 18 años, apadrinado por Adolfo Martínez y Francisco Trigueros, del Cineclub Septim-Art, que se fusionaría luego con el Luis Buñuel. En su tarea cineclubista Jaime Brotons reconocería su disciplina laboral y su pericia con el proyector, encomendándole desde la obra cultural de la Caja de Alicante y Murcia la tarea del cine móvil para llevar la historia del cine a los escolares de Elche, Crevillent o Santa Pola, multitud de películas entre las que destacó el film de Gudie Lawaetz sobre el Misteri, al que ayudó a proyectar en su estreno en el Capitolio. Antonio sería el alma de la sede que abrió la Caja del Mediterráneo en la Glorieta en 1991, tras pasar en 1986 a formar parte estable de la Obra Social con Carlos Picazo y a convertirse en una pieza clave del Festival Internacional de Cine Independiente en su etapa de crecimiento y estabilidad con José Jurado y María Dolores Piñero.

Jubilado desde hace unos meses, forma parte de la Junta Directiva del Cineclub, donde mantiene su fidelidad a la luz del proyector, ese haz que sale por la pequeña obertura en la parte más alta del cine, a la que se asomó de niño para averiguar de dónde venían los caballos y los vaqueros. Felizmente quedó atrapado para siempre en las sombras de un oficio único, y feliz ha seguido en la cabina, poniendo la película que hacemos semanalmente desde hace 45 años, un privilegio en estos tiempos, en los que parece que el cine está en constante desaparición. Nos siguen siendo útiles él, el cine, su oficio, ser un proyeccionista al que tanto le debe el Cineclub que arranca ahora nueva temporada.

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