Ha llegado el tiempo después. Las jornadas en las que Ciudadanos ya no contará con Albert Rivera. Aquel lunes, que ya parece lejano, nada más producirse la dimisión, agarré una pulsera del partido y me la puse en la muñeca, más orgulloso que nunca de estas siglas. Sí, puede que nos hayamos pegado un batacazo monumental, pero la actitud de su ex líder, es ejemplar. ¿Cuántas veces se había escuchado conjugar el verbo dimitir en la boca de un político español? Ya les digo yo que en pocas ocasiones…
A lo que estábamos acostumbrados los españoles, era a que un dirigente permaneciera en la poltrona pese a todas las circunstancias, por muy funestas que estas fueran. Ministros reprobados tres veces por el Congreso que no dimiten… Políticos corruptos que pretenden continuar guardando lo que han saqueado en su caja fuerte institucional… Líderes partidistas que pese a haber salido escaldados de una cita electoral, no se echan a un lado para que otro ocupe su lugar… En España, la poltrona, los sillones del poder, son demasiado muñidos, tan cómodos, que pocos traseros se atreven a levantarse de ellos. Uno de estos valientes y responsables es Albert Rivera, que ha demostrado responsabilidad y honradez al no aferrarse al cargo y al poder cuando podría haberlo hecho.
Pero del mismo modo que reconozco la valía política y moral de Rivera, también hay que ser críticos, porque si el líder no hubiera cometido errores, un servidor no estaría escribiendo estas líneas. La ley de Murphy dice, que si algo puede ser mal, saldrá mal, y en este caso, -me refiero a la campaña electoral de Ciudadanos-, no ha sido una excepción. Desde el vídeo en el que una consejera del Gobierno de Andalucía desvariaba haciendo un comentario sobre la mortadela sin venir a cuento, pasando por la grabación en la que Rivera le enseñaba a toda España el perro de un desconocido para la inmensa mayoría de los españoles, como si fuera un miembro de reconocido prestigio de su ejecutiva, y terminando por un debate electoral en el que Albert no era ni la sombra de lo que fue en abril, terminaron de confirmar lo que estaba escrito: la leche de Ciudadanos en las elecciones.
Unos comicios en los que además de presentarnos tras una más que mejorable campaña -que parecía haber sido orquestada por un doce chimpancés y el célebre perro Lucas-, hemos pagado los bandazos ideológicos. En la misma semana en la que había escuchado a Albert Rivera in situ y en primera persona, decir que no seríamos un obstáculo para la formación de gobierno y que pactaremos si fuera necesario con el PSOE, leí una entrevista a Inés Arrimadas en la que la pupila del exlíder renegaba de una futurible alianza con los socialistas. ¿En qué quedamos? Si un militante como un servidor siente estupor con estas modificaciones improvisadas y alevosíacas del discurso, cómo no se iban a escandalizar los votantes… Lo que nos ha hecho conseguir los peores resultados de nuestra historia no ha sido la derechización -de hecho estoy convencido de que podríamos haber fagocitado al PP si no nos hubiéramos radicalizado tanto en la sesión de investidura y si Rivera no hubiera estado durante todo agosto sin aparecer por los medios-, sino las incoherencias de nuestro mensaje.
Nos ha faltado la valentía y la contundencia que tenemos para ir a Alsasua y Barcelona cuando nadie se atrevía a pisar sus calles. Hemos carecido también de cierto arrojo en momentos puntuales -como en la investidura fantasma de Inés Arrimadas en Cataluña, en la que deberíamos haber dado la cara y sacar rédito de ser la fuerza más votada en la región-, que nos ha sobrado en otras circunstancias, como en la sesión de investidura de Sánchez en la que Albert Rivera -y hoy lo ha vuelto a hacer Juan Carlos Girauta desde la pantalla de su dispositivo-, se refirió como a “la banda” a los socios del Presidente de Gobierno. Un radicalismo y falta de decoro que superó incluso a los arrebatos exacerbados de Vox. Ciudadanos, en su ahínco de merendarse al partido de Pablo Casado, sobrepasó los límites de la disciplina y el papel de Rivera como hombre de Estado quedó en entredicho al plantar al Presidente en funciones hasta en tres ocasiones. Ni Pablo Casado se atrevió a tal ruin actitud… quizá por eso aprovechó el líder Popular para tejerse un traje de moderado, y así seducir al elector naranja. Los nervios, el ansaa de dar el sorpasso al PP, y seguramente, la autocrítica tardía de Rivera al no escuchar a los insumisos que simpatizaban con un pacto con el PSOE, han sido lo que han hecho de Cs un partido del gallinero del Congreso.
Debemos sacar una enseñanza de lo que ha pasado. Estoy convencido de que a partir de ahora, en este mismo instante en el que escribo las siguientes líneas, todo va a ir para mejor. El tortazo electoral no solo nos va a servir para volver a los orígenes, o homogeneizar el discurso, sino para depurar el partido de los paracaidistas y oportunistas que han venido de otros partidos sólo para pillar cacho u ocupar una poltrona en la que no se les permitió sentarse en otras formaciones. Sólo los valientes de verdad y los fieles a este proyecto, podremos sacarlo adelante. Porque España necesita a Ciudadanos, porque los españoles necesitan a este partido. ¡Viva la libertad!