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crítica de cine

'Tres pisos': siempre Moretti

10/12/2021 - 

VALÈNCIA. Nanni Moretti ha consagrado su carrera a radiografiar la sociedad de su país desde un punto de vista, en la mayor parte de los casos el suyo propio, crítico, reivindicativo y al mismo tiempo impregnado de humor y humanidad. 

Ahora, uno de los más grandes cineastas contemporáneos italianos regresa con una obra sobre personajes lastrados por la parálisis emocional, incapaces de hacer frente a sus problemas, profundamente ensimismados y en el fondo, vacíos. 

Tres pisos narra la historia de tres familias que viven en un mismo edificio. Clase burguesa, acomodada, que bajo su halo de perfección esconde un buen puñado de miserias, precisamente lo que le interesa a Moretti escarbar. 

Bajo esa máscara de las apariencias, nos adentramos en la intimidad, en el espacio doméstico de cada una de esas casas, donde ya no hay lugar para la hipocresía y cada uno tiene que lidiar con sus miedos y debilidades. Aunque parezca que no existen puntos en común entre cada uno de estos respectivos microcosmos, sí que hay un nexo poderoso: la maternidad y la paternidad, los temores que acarrea, el peso invisible que supone, el amor infinito y la responsabilidad inabarcable y los traumas que se traspasan. 

En el primer piso encontramos a un joven matrimonio formado por Sara (Elena Lietti) y Lucio (Riccardo Scamarcio), que tienen una hija, Francesca a la que suelen dejar con los vecinos, ya ancianos, porque siempre están demasiado ocupados. La niña se perderá con el hombre que considera como su abuelo, que tiene indicios de demencia senil, y su padre se obsesionará con que ha abusado de ella, aunque no haya ningún indicio al respecto. 

En el segundo piso vive Monica (Alba Rohrwacher), que acaba de tener un bebé, Beatrice. Su marido, Giorgio (Adriano Giannini) está siempre fuera de casa trabajando y pasa el postparto en la más absoluta soledad. Su madre sufría trastornos psicológicos, y la depresión tras el embarazo le hace pensar que ha heredado sus problemas mentales. Vive en un estado de confusión constante entre la realidad y su imaginación. 

Por último, en el ático, un matrimonio del entorno de la jurisprudencia, Dora (Margherita Buy) y Vittorio (Nanni Moretti), que siempre se han mostrado demasiado estrictos con su hijo, Andrea (Alessandro Sperduti) generando en él un sentimiento de rebeldía autodestructor. 

Tres pisos y tres tiempos. Así estructura Moretti la historia y, por lo tanto, la evolución de los personajes. A lo que asistimos a medida que pasan los años es al naufragio de todas esas estructuras familiares que en realidad estaban construidas con alfileres. Moretti enfrenta al espectador a toda una serie de dilemas morales que nos interpelan de muchas maneras. Lo hace de manera reposada, permitiendo que esos problemas se vayan colando por el tejido de la película de forma tan armoniosa como fluida.  

No suele ser habitual que el director se haya basado en un material ajeno, siempre suele ser el artífice de sus películas, pero en esta ocasión parte de la novela del escritor israelí Eshkol Nevo de reciente publicación cuyo tema central es el fracaso. ¿De qué manera fracasamos como padres y madres, como educadores? ¿Cómo fracasamos cómo pareja? ¿Es culpa nuestra o de la sociedad en la que vivimos? Moretti adapta a la realidad italiana los conflictos creados por Nevo, que en esencia son los mismos, especialmente el sentimiento de culpa y la capacidad para gestionar los errores. 

Puede que no sea la mejor película de Nanni Moretti, quizás resulte demasiado convencional para lo que nos tiene acostumbrados, pero en su prosa, en sus imágenes y sobre todo en sus personajes, continúa destilando lucidez y capacidad para incomodar, en este caso sin humor, apelando a las reglas del melodrama más incisivo y al mismo tiempo melancólico. 

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