Ha estallado la trama en el caso Azud por la presunta financiación irregular del PSPV y no puedo evitar sorprenderme ante la hipocresía del resto de los partidos. Dejando a un lado las mordidas y concesiones ilegales que se investigan, en lo que respecta a las cuentas orgánicas, ninguna formación política debería sentar cátedra sobre ofrecer una imagen fiel de sus resultados; el Tribunal de Cuentas, de hecho, ha apercibido a los grandes partidos por superar el límite de donaciones permitido en la ley orgánica de financiación de partidos. Siempre digo que he ido a actos políticos con tanta parafernalia, actuaciones y pompa que me despertaba cierta extrañeza que ese dinero procediera de las fuentes amparadas por el ordenamiento. Tengo la sensación de que con la transparencia de sus balances ocurre eso que escribe George Lakoff en No pienses en un elefante sobre los marcos mentales que nos evaden de percibir la realidad; sabemos que hay un animal en la habitación, aunque lo obviamos, sospechamos de la opacidad de sus cuentas, pero preferimos mirar para otro lado.
Todos se escandalizan cuando salta por los aires el castillo de naipes financiero de una estructura piramidal, sin embargo, no ha habido ningún partido que no haya estado bajo sospecha por recibir presuntamente dinero ilícito. Recuerdo la que se lio cuando los medios publicaron que Vox había sido financiado a través de organizaciones ultraconservadoras mediante donaciones de empresarios de este país o por parte de la oposición al régimen iraní. Tampoco olvidar la presunta financiación ilegal de Podemos por parte del régimen de Nicolás Maduro. Inolvidable es aquel “Luis sé fuerte” del presidente a su extesorero y la Caja B del Partido Popular; nunca se supo quién era aquel M. Rajoy al igual que jamás se esclarecerá la identidad de X. Puig en la presunta caja B del PSOE en Azud. Todos los partidos han tenido un Bárcenas en su vida, un contable que se pasó de creativo. Hasta Ciudadanos, ese partido que venía a transformar las reformas del 78 ha sido multado por el Tribunal de Cuentas con 275.000€ en el 2020 por irregularidades en los gastos electorales durante la candidatura de Manuel Valls en las municipales de 2019.
La política, nido de la hipocresía, está llena de sospechas y manipulaciones, empezando por los dirigentes que quieren ostentar una superioridad moral que no tienen y pasando por el ambiente contaminado de populismo. Muchas veces se actúa como si las donaciones económicas de terceros a partidos políticos fueran ilegales, las ilícitas son aquellas que superen los 50.000 € anuales y cumplan las excepciones versadas en la norma. Se persigue al empresario que da dinero a formaciones políticas y también molesta que millonarios como Marcos de Quinto se metan en política; desean que repriman sus tendencias ideológicas y permanezcan asexuados ante cualquier estímulo. En países como Estados Unidos esa relación entre los donantes y los partidos se vive de manera más natural y espontánea; son conocidas las galas organizadas por los candidatos en casas de millonarios para recaudar fondos para sus campañas electorales. Unas donaciones controladas por el Comité Electoral Federal que auditaba que estas no superasen los 2.500 $ por donante, hasta que en 2010 el Tribunal Supremo declaró inconstitucional el límite y a partir de entonces se permitieron las donaciones millonarias. Zafando toda financiación pública, costean sus gastos electorales a través del capital de terceros. Un modelo interesante teniendo en cuenta que el 75% de las cuentas de los partidos en España están nutridas de dinero público. Montante que sirve para sufragar incluso a sus asociaciones como la Fundación Sabino Arana del PNV, que recibió 200.000 € de las arcas del Estado; los españoles financiamos una entidad bautizada con el nombre de un xenófobo que nos odiaba, son de una clase superior, pero cuando se trata de dinero sí que se acuerdan de nosotros.
Todos los partidos políticos tienen algo que esconder en sus cuentas, las cajas fuertes tienen sobre fondos donde ocultan lo que no quieren que veamos; que no sean sensibles a la vista no quiere decir que esas trampas contables no existan. Empezando por las donaciones sospechosas y pasando por los candidatos que en ocasiones tienen que pagar para estar en los primeros puestos en las listas electorales. Todavía tenemos que superar muchas pantallas para conseguir una transparencia real, veracidad en las cuentas que se pone en entredicho cuando determinados partidos políticos al borde de la extinción tienen edificios enteros como sede. Con la que está cayendo no deberíamos subvencionar sus caprichos con dinero público. Debemos evitar que particulares interesados financien a las formaciones esperando recibir prebendas a la vez que libramos de la carga a las arcas del Estado.
Doy gracias a Dios de ser un hombre de letras y librarme de ser el tesorero de un partido político.