VALÈNCIA. Vuelve Thor y lo hace tomando la delantera a sus compañeros de Marvel con su cuarto capítulo individual, de nuevo a las órdenes de Taika Waititi, encargado de insuflar una nueva vida a la saga. En anterior capítulo Thor: Ragnarok, el director demostró tomar el pulso al personaje gracias a una mezcla explosiva de aventuras, humor, psicodelia y espectáculo al mismo tiempo desmitificador y megalómano. Ahora, en Thor: Love and Thunder repite la jugada, su apuesta es similar a la hora de aunar un espíritu sinfónico a nivel visual, unas dosis de humor macarra y ese tono de tragedia shakespeariana que lleva arrastrando el protagonista desde su primera película dirigida por Kenneth Brannagh. Pero si algo la diferencia de sus predecesoras es precisamente esa combinación a la que hace referencia el título: amor y trueno, o lo que es lo mismo, romance y furia mitológica.
La película comienza tras los acontecimientos que tuvieron lugar en Vengadores: Endgame. Thor lo ha perdido todo, incluso su autoestima, está deprimido y se une a los Guardianes de la galaxia en sus aventuras espaciales. Ya no tiene motivaciones, ha ganado kilos, medita y piensa en los errores que cometió en el pasado, así como en aquellos seres queridos que se fueron. Pero basta una llamada para que vuelva a desplegar su fuerza de siempre, aunque su orgullo masculino se encuentre herido.
Esta crisis existencial todavía se pondrá más de manifiesto cuando aparezca su exnovia Jane Foster convertida en una versión femenina de Thor y con su querido martillo, ahora a su servicio. Sin embargo, tanto las rencillas como sus sentimientos hacia ella tendrán que apartarse por el momento, ya que hay una amenaza que los requiere de inmediato, la aparición de Gorr, dispuesto a acabar con todas las deidades después de comprobar que su fe en ellas no ha servido para nada tras la muerte de su hija.
El carnicero de los dioses, que así lo llaman, encarnado por Christian Bale, tiene motivaciones reales para cumplir su cometido, es un villano con el que se puede empatizar porque ha sufrido el dolor, la pérdida y la decepción de sus creencias. Un gran antagonista que se sustenta tras el vacío y en la desolación, pero que todavía alberga amor en algún lado recóndito de su corazón. Su rabia se desatará contra Asgard y sus infantes, a los que secuestrará para tender una trampa a Thor y sus compañeros. Y ahí empieza el despliegue, la lucha contra el malo, pero también contra los fantasmas de cada uno de los personajes. Todo a medio camino entre la guasa y lo trascendental.
Taika Waititi tiene la habilidad en convertir cualquier relato medianamente comprensible en un auténtico espectáculo psicotrónico. Por el camino encontraremos cabras gigantes voladoras y chillonas, a un Zeus decadente interpretado por Russell Crowe, a Matt Damon interpretando a Loki en un teatrillo para niños y muchas otras cosas demenciales que se agrupan sin mucho orden, pero con mucho concierto. El director sabe lo que quiere hacer con todo ese batiburrillo de ideas en el que todo cabe y encuentra su espacio adecuado. Tiene mucho mérito aunar tanto desfase con un control tan medido en materia narrativa y que todas las piezas encajen en su lugar correcto.
Thor: Love and Thunder despliega energía rocanrrolera. Está impregnada del espíritu de los años ochenta, de su estética hard, de sus canciones, con los Guns n’Roses a la cabeza, con esos himnos que marcaron a una generación, pero adaptada a los nuevos tiempos en un viaje que aúna diversión y emoción a partes iguales. Que no se toma demasiado en serio, pero que termina tocando la fibra sensible. Es una película libre en todos los sentidos, desde su estilo anárquico a las numerosas referencias LGTBI, lo que la convierte en una de las películas más arriesgadas dentro del universo Marvel.