MURCIA. A mí me pasa como a Kiko Amat, autor del prólogo del libro que me dispongo a recomendar, me ocurre que también crecí en una cultura en la que daba por sentados a los Beatles. Eran famosos cuando nací y formaron parte de la banda sonora incidental de mi infancia igual que Los Bravos o Camilo Sesto. Luego fui adolescente y descubrí la música que realmente me interpelaba, y allí, en el extremo opuesto, estaban los Beatles. Los veía emocionalmente ligados a una generación de gente mayor que yo y sobre todo, me resultaban muy inocentes comparados con Sex Pistols o con Patti Smith.
A partir del punk ya no todo se podía calibrar usando a los Beatles como unidad de medida; ahora se reconocía la existencia de otro pilar fundamental, The Velvet Underground. Aunque no me atrajeran, nunca me pareció que los Beatles tuvieran nada malo. Lo malo eran sus evangelistas. En España hubo unos cuantos, algunos de ellos con mucho predicamento. Era gente a la que todo le parecía ridículo comparado con los puñeteros Beatles. Escucharlos te hacía detestar al cuarteto. Hablaban de ellos pontificando. Y si tú les decías que solamente conocías “Helter Skelter” porque la habían versionado Siouxsie & The Banshees, te miraban con desdén. Yo entonces estaba pleno de arrogancia adolescente, lo sé, pero los interlocutores de los que hablo ya habían terminado la carrera o tenían un trabajo. Eran mayores, condescendientes y muy pesados.
1,2,3, 4... Los Beatles marcando el tiempo (Contra) es algo así como la historia de los Beatles como nunca antes te la habían contado. Naturalmente, cumplir con semejante objetivo estaba complicado, porque de los Beatles se ha escrito hasta la saciedad desde el momento en que sus fans empezaron a chillar al verlos. Pero su autor, Craig Brown, lo ha conseguido y yo se lo agradezco infinitamente. Cuanto más mayor me hago, menos dispuesto estoy a tragarme libros sobre música exentos de intención narrativa, gracia, originalidad. Me da igual si los escribe un especialista o los firma un músico que aprovecha la ocasión para hacer terapia en voz alta. Por eso me postro y hago reverencias ante Brown.
Al leerlo, me sigue pasando lo mismo que describe Amat en el texto que invita a leer esta historia. Celebro muchísimo que el autor se haya saltado los trozos aburridos –esas descripciones de canciones y discos que generan ansiedad porque se preocupan más por abarcar que por explicar- y se haya tomado la molestia , cito a Amat, “de examinar lo humano, lo excitante, lo curioso o lo flipante. Y no sólo eso, sino que consigue, a base de ampliar la ventana, trascender el objetivo inicial para contemplar un campo de estudio mucho más extenso”. Pues de eso se trata. Si vas a contar la historia del grupo de pop más importante de la historia sesenta años después de que este se convirtiera en un hito, hipnotízanos con el relato. Muéstranos a las personas. Explícanos los porqués. Haz que me guste el grupo, que me apetezca escuchar The White Album. Porque de libros escritos por expertos que solamente interesan a otros expertos ya vamos sobrados, y de memorias y autobiografías autoindulgentes, también.
El enfoque de Brown atrapa desde el primer capítulo. Brian Epstein y su ayudante, Alistair Taylor ven actuar a un nuevo grupo que les parece horroroso y fabuloso a la vez. Mucho más adelante le preguntarán a Epstein qué tenían ellos que no tuviesen los demás. Su respuesta: “Una naturalidad asombrosa; son incapaces de ser antinaturales. En privado son normales, espontáneos, sinceros... Son ellos mismos todo el rato y ante cualquiera, sea quien sea”. Sin duda, ahí estaba el secreto y de eso nos habla Brown a lo largo de las más de seiscientas páginas de un libro tan seductor como asombroso. Evidentemente, los Beatles escribían grandes canciones, pero fue la unión de sus personalidades lo que seguramente hizo que trascendieran lo estrictamente musical. Esas cuatro personalidades tan dispares son perfectamente descritas por Brown a través de anécdotas que colocan en primer plano otros aspectos de sus protagonistas.
Si decide explicar la génesis de “Hey Jude”·, lo hace a través de la empatía de McCartney hacia Julian, el hijo mayor de Lennon, con el cual este nunca supo relacionarse. Cuando McCartney se entera de que Lennon piensa divorciarse de su mujer, lo primero que piensa es cómo afectará esto a su hijo. Y se le ocurre un verso que dice “Hey Jules, don’t make it bad / Take a sad song and make it better” (ey Jules –diminutivo de Julian-, no te preocupes / coge una canción triste y mejórala). También nos explica cómo George Martin, casi por accidente, descubre el porqué de la histeria que desataba el grupo. No hay nada más fácil que gritar y gritar es algo contagioso.
Los Beatles provocaron un terremoto cultural. Por su culpa, la familia real británica, Marlene Dietrich y Noël Coward descubrieron que los tiempos estaban cambiando de verdad. Otros jovenzuelos como Cher y Bruce Springsteen vieron en ellos una luz que los iluminó. Y un admirador algo más mayor, y muy perturbado, Charles Manson, se valió del influjo del cuarteto para alcanzar la inmortalidad. 1,2,3,4... Los Beatles marcando el tiempo está plagado de momentos deliciosos. Como cuando Dylan conoce al grupo durante un tenso encuentro en un hotel. Suena entonces el teléfono y Dylan atiende diciendo: “Aquí la beatlemanía”.
Escrito cronológicamente, pero sin privarse de dar saltos en el tiempo, el texto va explicando el auge y decadencia de una banda que, dada la envergadura de todo lo que generaron -un negocio millonario que fue también una revolución social a nivel mundial-, estaba condenada a no durar. Brown es novelista y saber colocar bien su mirada valiéndose de recursos variopintos. Administra muy bien la documentación que posee, pero en lugar de abrumar, ilustra y a la vez, divierte. Se vale de todo tipo de recursos narrativos, sorprende, engancha.
La parte final, la que explica cómo su imperio empieza a derrumbarse una vez pierden a Epstein, su tutor, es sumamente ilustrativa. La estela de parásitos y vividores que acompañaba a la banda era de escándalo. Entre ellos destaca un jeta llamado Magic Alex que les proponía invertir en empresas tan absurdas que bien podrían haber inspirado varios sketches de Monty Python. Brown no oculta su antipatía por Yoko Ono. La describe con mucha mordacidad y algunos de los momentos más divertidos del libro –y hay bastantes- son a costa de ella.
Al margen de su valía como artista y de la importancia de su legado musical, queda claro que su presencia no colaboró a mejorar las relaciones entre los cuatro músicos. De Linda McCartney apenas se habla, y esta no es la única omisión llamativa del libro, pero a pesar de eso, la manera en que todo está contado es apasionante. Uno de los momentos clave de 1,2,3, 4... Los Beatles marcando el tiempo es cuando George Harrison y Patty Boyd van a San Francisco y descubren en sus propias carnes la cara oculta del hipismo. O cuando Lennon se lía a golpes con un locutor que le insinúa que se acostó con Brian Epstein. Hay muchos momentos sublimes, y quizá también alguno que no lo es tanto, pero es cierto, este es un libro de música que apenas contiene trozos aburridos.