Dicen los expertos que estamos en el tiempo 4.0 o lo que es lo mismo, en el tiempo en que la gestión de la información, la globalización y la deslocalización ocupan un lugar central en las relaciones sociales y económicas.
Hablamos de la industria 4.0, de la inteligencia artificial, de la normalización de procesos, incluso de la automatización de la toma de determinadas decisiones, identificación y corrección de riesgos de manera autónoma, de biometría… de manera que pudiera parecer que las máquinas, los algoritmos, están sustituyendo a las personas.
Y sin embargo nosotros seguimos siendo -cada vez más- el foco capaz de iluminar el futuro, que no será de las máquinas sino nuestro.
En realidad las máquinas nunca sustituyen a las personas, sino los procesos que esas personas realizan y a los que no aportan valor diferencial. Habitualmente, son procesos repetitivos imprescindibles para configurar el producto o servicio en desarrollo, pero neutros para la percepción de calidad diferencial del producto final salvo en la garantía de servicio y, eso sí, mayor eficiencia. El departamento de Recursos Humanos en una empresa es fundamental para elevar la cualificación y el compromiso de los empleados, pero la confección de la nómina o el pago de los seguros sociales, por ejemplo, son procesos que no aportan valor diferencial: Se tienen que hacer bien y a tiempo, pero solo aparecen en negativo, si se producen errores. Son procesos, por tanto, que se pueden y se deben automatizar para garantizar su aplicación correcta y eficiente (el mejor proceso es el que no se nota).
Pero son las personas las que programan las máquinas, las que analizan los datos que suministran y las que toman las decisiones en situaciones de incertidumbre, que son las que determinan el éxito o el fracaso de las empresas. Compatible, sin duda, con la inteligencia artificial que, en definitiva, lo que hace es tomar decisiones como consecuencia de haber suministrado al sistema un montón de información y de decisiones adecuadas en múltiples situaciones, que hacen que el sistema repita esas decisiones en situaciones similares. Son decisiones, para la máquina, en situaciones de certidumbre, que es el único ámbito en que se desenvuelve hasta ahora. Los programas de ajedrez, por ejemplo, son una buena imagen de esa “inteligencia”, que obviamente es mucho más amplia.
Lo que sí aporta esta época 4.0 es conectividad y por tanto globalización. El mundo no se reduce a nuestra pequeña parcela próxima, a nuestro entorno controlado. Conocemos lo que ocurre en cualquier parte del mundo en tiempo real, y podemos comprar, vender, relacionarnos online con personas y empresas de cualquier lugar, en cualquier momento.
En estas condiciones, un reto fundamental de las empresas es la captación y retención del talento, especialmente del talento digital, que en España ha sufrido de manera importante durante estos últimos años de crisis en que la falta de oportunidades obligaba a muchos jóvenes a emprender proyectos lejos de nuestras fronteras porque, en general, nuestros jóvenes si tienen ya instalados los chips global y digital.
Al respecto, quisiera destacar dos noticias recientes que inciden en este problema: por una parte el informe de INECA correspondiente al segundo trimestre 2018, que apunta a que en nuestra provincia esa sangría de pérdida de talento sigue sin taponarse correctamente y, en el lado opuesto, la puesta en marcha en Alicante del Distrito Digital que, en palabras del presidente de la Generalitat Valenciana, “nace como el gran polo de atracción de empresas para la creación del gran ecosistema innovador desde Alicante para la Comunitat; un auténtico vivero de iniciativas especializadas en digitalización, inteligencia artificial y creatividad cultural basada en las TIC”, que ya empieza a tomar forma y definir un camino muy importante para el relanzamiento de Alicante como polo de innovación no solo de la Comunidad Valenciana, sino como referencia global.
Este es el camino, nunca mejor dicho puesto que lo que define la tecnología es un camino por el que tenemos que transitar, fuera del cual las posibilidades de sobrevivir son muy escasas, y nunca un destino. Una de aquellas condiciones “sine qua non”, sin las cuales no es posible alcanzar los resultados pretendidos.