La ausencia de dirección del Teatro Principal parece que se ha convertido en el único tema crítico del Teatro y no desde la adquisición parcial de la Generalitat en 2018, sino desde casi su compra hace cuarenta años. En los últimos ocho años de designaciones por concurso, hemos visto que muchas designaciones directas han sido brillantes, como la de Calixto Bieito, Àlex Rigola, Natalia Menéndez, o Laila Ripoll, entre otros. Aquí hemos visto casos de igual éxito y prestigio, como Josep Vicent o Pepe Ferrándiz. Pero todos estos nombramientos han sido en instituciones consolidadas funcionalmente, dotadas de un presupuesto que garantice no estar expuestos a recurrir a un rendimiento económico compensatorio que pudiera condicionar objetivos culturales. El Teatro Principal cuenta con unos fondos públicos de 360.000 euros desde 2018. Al Teatro Principal de València le dedican 3 millones, y al Principal de Castellón, 1,5 millones. Más comentarios son innecesarios.
Pasados estos años, tengo la convicción de que el éxito del Teatro Principal proviene de la suma de la singladura de todas sus direcciones. Finalmente, todos hemos apreciado que hay que sumar lo que los anteriores dejaron como patrimonio, así que todos llevamos un legado que atendemos en más o menos medida. Yo quiero agradecer que, desde mi marcha, la programación del Teatro haya mantenido la mayor parte de aquel estilo, una que nos corresponde hoy a todos los directores. Si usted lee el programa hoy, encontrará mucho de lo que se creó entonces, como los Premios y la Residencia Estruch, el Coro del Teatro Principal, la residencia Chapí…, el Festival Internacional de Teatro Clásico… También la programación escolar y la asociación con otros eventos externos. Lo que hasta 2015 era impensable, es hoy un clásico. Además, se ha sumado una oferta de teatro en inglés y una convocatoria de coproducción con compañía local. Esto demuestra que la gestión cultural no hay dueños, no genera derechos. Pero eso tampoco quita para que, como exdirector, agradezca tanto al exconcejal Antonio Manresa como a la actual directora en funciones María Dolores Padilla que mantuvieran todo lo que entonces inicié de la nada junto al concejal Dani Simón, y que parece que empieza a dar resultados, según los últimos datos. Lo bueno se hace siempre esperar; lo malo cae de golpe.
Padilla podría haber utilizado la carta de jubilación hace ya tiempo, se ha ganado un merecido descanso y disfrutar de la vida. Sin embargo, sigue trabajando casi en las mismas condiciones: el Teatro Principal tiene déficit desde 1999, asómbrense. En lugar de cambiar las interminables horas en el Teatro por paseos por la playa, Padilla sigue. Me parece un flaco favor ponerla ante el cañón de luz. No deberíamos olvidar que el puesto de trabajo de Padilla está en el Teatro, por lo que ha dado muestras de total discreción, como es menester, que diría mi madre. Quizá si a Padilla le preguntaran mientras practica su swing, contestaría que las condenas son revisables, pero no al alza, sino a la baja. Por tanto, no reclamemos a este nuevo gobierno un solo un nombramiento ni por concurso ni a dedo ni por inteligencia artificial, sino instémosle a la pendiente transformación del Teatro, una transformación profundamente estructural que atañe a todas sus dimensiones, pero, como siempre, a su viabilidad.
Me llama poderosamente la atención, pues, que se personalice tanto el asunto del Principal en su dirección y no se aborde lo mollar. Me llama la atención que no haya ninguna voz aún que haya profundizado en la verdadera cuestión: seguimos teniendo el único teatro que no es público en España y posiblemente en Europa. València y Castellón cuentan con hasta siete veces más dotación de fondos públicos, fondos que ha mantenido la Conselleria de Barrera en estos presupuestos, por cierto. Me extraña, pues, que no se esté presionando el botón adecuado: el de Carlos Mazón, ese que puede hacer que la Generalitat culmine el proceso de adquisición que inició Ximo Puig comprando la parte del Banc Sabadell y que Ayuntamiento y Generalitat inicien una nueva etapa con una figura jurídica adecuada y segura a los tiempos, que se profesionalicen las responsabilidades del Teatro, que se saquen de la precariedad a aquellos trabajadores que continúen siendo fijos discontinuos, que estemos a la altura de la inversión pública de cualquier otro teatro valenciano, que se produzca la profunda reequipación tecnológica según el mandato de la Unión Europea, que se dimensione por fin el papel del Teatro Principal en la sociedad alicantina; que haya precios asequibles y en consonancia al resto de la provincia: democratización del acceso a la cultura. La dirección no es algo que pueda esperar, es que es algo que debe esperar porque las variables de asistencia y resultado económico no van a transformar lo que es crítico: un plan de consolidación a otros cuarenta años de una institución históricamente precarizada. Hablando en plata: no pongamos el carro delante de los caballos.
La dirección va tras la resolución de necesidades y la configuración de lo que el ente cultural más preciado por los alicantinos ha de ser como institución, bien cultural y entidad de exhibición y producción de artes escénicas. Para ello, es preciso que los dos propietarios públicos y el privado decidan ponerse en marcha. Necesitamos que Mazón acabe lo que Puig empezó. Estoy seguro de que en todo eso colaboraremos quienes fuimos directores, si nos necesitan. Ese será el mejor reconocimiento a la labor que tuvimos una vez la fortuna de desempeñar.