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Talk Talk, Mark Hollis y los sonidos del silencio

24/04/2022 - 

En un texto promocional para el último álbum de Talk Talk, Mark Hollis escribió: “Me gusta el sonido y también me gusta el silencio. Pero a veces me gusta más el silencio”. Esto sucedía en 1991. El disco al que acompañaba dicho texto se titulaba Laughing stock y apenas tenía que ver con lo que entendemos música pop. Era una obra solemne, melancólica, en la que los instrumentos y la voz parecían estar haciendo todo lo posible para llegar a los pliegues más íntimos del oyente. No había nada en aquel álbum que pudiera auparlo a lo alto de las listas. Una de sus canciones alcanzaba los siete minutos de duración, otras dos sobrepasaban los nueve. Era como si aquella música buscara acercarse a la quietud, disolverse en el vacío y no ser más que pura y simple emoción. Poco después el grupo dejaría de existir y Hollis iniciaría un retiro que solamente rompió una vez en 18 años, cuando en 1998 publicó su primer disco en solitario, Mark Hollis, otro ejercicio extremo de ascetismo sonoro. Cuando un familiar anunció su muerte en Twitter en febrero de 2019, el silencio se había convertido ya en su gran obra.

Fascinado por su obsesión por alcanzar lo intangible, el periodista Ben Wardle ha escrito A perfect silence, la biografía de un artista que fue transformándose a sí mismo en un enigma. Buscó la quietud y luego se sumergió en ella para siempre. Hollis fue uno de esos bartlebys que pueblan algunos santuarios secretos de la música pop, un creador que, cuando vio en qué consistía la realización de lo que creía que era su sueño, prefirió abandonar ese camino. Talk Talk tuvieron un éxito arrollador en 1984. Canciones como “It’s my life” y “Such a shame” aparecieron en pleno auge de la música sintetizada, en ese momento en el que el tecnopop copaba las listas de éxitos británicas -las discotecas valencianas no escaparon a dicho furor-, instaurando una nueva estirpe de estrellas de cabellos teñidos y camisas inmaculadamente blancas, embajadores de una reelaboración del concepto de masculinidad que se definía a través de la imagen y la música. Dos años después de triunfar, Lee Harris, Paul Webb y Hollis eligieron seguir caminos más complejos. Así y todo, le dieron al gran público una última canción inmortal, “Life’s what you make it”, incluida en The colour of spring. Después comenzó un proceso poco habitual en la industria musical de aquellos años, una peregrinación hacia la perfección creativa que equivalía al suicidio comercial. Para entonces es muy probable que Hollis ya hubiese interiorizado la máxima de Séneca que popularizó Oscar Wilde: el público tiene una necesidad insaciable por conocerlo todo excepto lo que merece la pena.

Cuando The colour of spring se publicó, la música pop anglosajona empezaba a sucumbir a la saturación formal que terminó por caracterizarla durante esos años. Hollis eligió seguir el camino opuesto. Las sesiones de grabación de lo que sería el penúltimo álbum de Talk Talk se convirtieron en un reto extenuante. Más de cincuenta músicos pasaron por el estudio para grabar aportaciones que luego eran minuciosamente seleccionadas, cortadas y sampleadas. Una vez completadas las músicas, Hollis, que ya se había retirado a vivir en medio del campo, comenzó a escribir las letras. Había sido padre, y su hermano Ed, antiguo mánager de la formación punk Eddie & the Hot Rods, que también trabajó con los grupos en los que había estado Mark, se hundía en la adicción a la heroína que terminó matándolo. Cuando apareció, un colaborador de la banda definió Spirit of Eden como un disco hecho por unos individuos que habían decidido huir de nuestro mundo y hacer música con absoluta autonomía. El equipo de la discográfica se llevó las manos a la cabeza al escuchar la obra terminada, no había una sola canción que pudiera lanzarse como sencillo. En la película promocional que dirigió Tim Pope, Hollis apenas se dejaba ver. La estrella del pop estaba difuminándose en su música. Poco después del lanzamiento de Spirit of Eden, Talk Talk y EMI zanjaron su relación contractual. Entonces fueron contratados por Polydor, sello para el cual grabaron Laughing stock. Cuando se publicó, el grupo ya no existía como tal. Hollis se quedó solo. Dicen que disolvió Talk Talk para poder tener una vida junto a su familia.

Gracias a los royalties que le proporcionaron sus primeros éxitos, Hollis se exilió del negocio musical y del mundo en general. En su libro, Wardle ha tratado de desentrañar el enigma en el que acabó transformándose. Y nos descubre que la realidad es que el enigma no era tal. Hollis era un tipo corriente que gustaba de ver partidos de fútbol, comía fish & chips y hacía altos en las sesiones de grabación para no perderse la emisión de un nuevo capítulo de Eastenders, la serie que tenía encandilados a millones de británicos. Cuando murió llevaba años apartado de la música. Nadie sabía nada de él, ni siquiera sus excompañeros de grupo. Su último disco, Mark Hollis, fue una de esas obras que solamente pueden gustarles a unos pocos porque como tal fue concebida. Al igual que los dos últimos discos de Talk Talk, diseñaba un acercamiento al silencio a través del sonido, una especie de bálsamo para sanar heridas incurables. Su autor la terminó y nunca más volvió a hacer música. De todos los renegados con los que podríamos compararle –Scott Walker, David Sylvian-, él fue el que llevó su decisión hasta las últimas consecuencias. Al igual que el pasante Bartleby del relato de Herman Melville, Hollis prefirió no hacer lo que se suponía que debía hacer. En dicho relato, cuando su jefe le pregunta al misterioso escribiente el porqué de su negativa a seguir con su trabajo, Bartleby simplemente contesta: “¿No ve usted la razón?”. Esa razón, inexplicable, flota en cada una de las canciones que Hollis grabó en solitario o durante los últimos tres años de Talk Talk. No puede describirse porque se parece demasiado al silencio.

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