cómo puede cambiar el día a día de una monja de clausura en tiempos de covid-19

Madre superiora del Santo Sepulcro: "Nosotras vivimos siempre así, en confinamiento voluntario"

26/04/2020 - 

ALCOY. En la entrada a la casa sagrada, nos recibe una de las hermanas. Estamos en el monasterio del Santo Sepulcro, en la calle Santo Tomás de Alcoy, donde conviven siete de las religiosas dedicadas a la vida contemplativa del Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, nacido hace treinta y dos años en Argentina. Nada más cruzar la puerta, nos entrega unas llaves, las que abrirán la sala donde, seguidamente, nos reuniremos con la superiora. "La hermana con la que te acabas de encontrar justo llega del óptico", ríe María del Monte Carmelo, la popularmente conocida como 'Virgen del Carmen', alias religioso de Cristina Anabel Martínez, una joven argentina de apenas 33 años al frente de esta prolongación de su familia, la que el Verbo Encarnado instauró en la ciudad en 2017.

Junto a ella, dos argentinas más, una de Ecuador, a la espera de que llegue la segunda del mismo país, de Guinea Ecuatorial, y dos españolas, una de Madrid, y otra de Zaragoza. Todas comparten, además de la vocación, la misma nomenclatura, esto es, llevar el nombre de María, acompañado de un lugar donde la Virgen se haya aparecido, como 'Arca de la Alianza', en el caso de otra hermana. "Una puede proponer su nombre, por alguna devoción particular a la Biblia, pero lo escoge la superiora, al final. El día en que a una se lo cambian no lo sabe, es como sorpresa". Y lo llevará, de por vida, como una misión, eso sí, desde dentro. Casi un acto de rebeldía, por tanto, el salir al médico en cualquiera de sus modalidades, y más en estos días de enclaustramiento exigido, menos estricto en otros perfiles religiosos próximos a ellas, en la misma ciudad, como el de las Carmelitas Vedruna o los Salesianos, también agrupados en comunidades. Incluso este pequeño lujo las monjas de clausura lo llevan con absoluta normalidad y tranquilidad, hasta el punto de sentirnos un poco extraterrestres con tanto avituallamiento. La fe, en definitiva, acepta todo con esa especie de resiliencia, admirable, de cierta manera. "¿Si nos lavamos las manos? Sí, pero vaya, como siempre, antes de comer", bromea en cierto modo Cristina. En su día a día habitual, las hermanas apenas tienen ese contacto con el exterior -a veces asisten también a alguna formación-, ya que ni siquiera salen a hacer la compra. "No es que podamos salir a pasear a la plaza", recuerda. Y es que, como ella misma reconoce, nos sacan cierta ventaja. "Nuestra vida no ha cambiado, en realidad, porque vivimos todo el tiempo así, con un confinamiento voluntario, en nuestro caso, desde que elegimos vivir solo para Dios", explica. 

"Tenemos prevista una open house al monasterio para este verano, cuando pase todo, si Dios quiere"

"A veces se piensa que la obediencia quita la libertad; y no es así, porque sabemos que Dios nunca va a pedirnos algo superior a nuestras fuerzas", insiste. Junto a este, practican el voto de la pobreza y el de la castidad. Austeridad total, pero con cierto respiro. "De todas maneras, el monasterio es bastante grande, tiene tres plantas. No tenemos jardín pero hay una terraza que está preciosa con las flores que la hermana se encarga de cuidar". María del Monte Carmelo entró a formar parte de la vida religiosa en 2007; hizo los votos perpetuos en 2015 y es contemplativa desde 2011. Llegó a este convento hace un par de años, donde primero habían estado las Agustinas Descalzas, y después las Carmelitas. "Cuando pasan estas cosas hay que pensar qué es lo que Dios nos pide, sabemos que permite esto por algo, tenemos que sacarle fruto espiritual, que se dice, si no el confinamiento se vuelve muy pesado". Para ella, la lección es obvia. "Tenemos que dedicarle más tiempo a la vida interior porque, si no, vivimos muy derramados", insiste. Hasta el monasterio del Santo Sepulcro ha llegado también el gran dilema que marea al ser humano desde que comenzó la pandemia, aunque de una manera más liviana, como argumenta Cristina: "¿Volveremos a la vida anterior? Lo estamos hablando mucho con las hermanas. En nuestro apartamiento del mundo, como cualquier persona que se ha acercado a la vida religiosa sabe que no todo termina en esta vida, confía en la eternidad". En este sentido, le preguntamos por las guerras y la hambruna, problemas que azotan al mundo desde hace mucho tiempo y para los que no parece existir fecha de caducidad ni tampoco una preocupación tal como la ha habido en esta pandemia, en un cinismo y doble moral que asustan. "Siempre están las debilidades, porque todos estamos dañados por el pecado original, también nosotras somos pecadoras y tenemos defectos". Sigue. "Las guerras van a continuar, igual que las faltas de consecuencia, hasta que nosotros no nos trabajemos y purifiquemos nuestro pecado". Y añade: "Todo esto nos tiene que llevar a ser mejores y a que no seamos los mismos, que todo esto tenga un sentido, como el mismo pecado, y el querer acercarnos más a los sacramentos, ahora que no podemos".  

Por lo que, por esta última razón, también ellas se han visto forzadas a buscar alternativas a esa falta presencial de conexión con Dios. Y aquí es donde entra la función en esta cuarentena de las monjas de clausura, sumada a la oración por las almas y algunas consultas que atienden normalmente a personas más allegadas. "En la capilla de la Adoración Perpetua, cada hora, los 365 días del año, hay un sacerdote rezando ante el Santísimo Sacramento. Ahora, con esto de que la gente no puede salir de su casa, nosotras vamos cubriendo esos turnos", asegura. Por tanto, su día a día sí ha cambiado, aunque sea de una manera menos extrema al del resto de la sociedad. Lo sostiene con más argumentos. "Nosotros siempre hemos sabido combinar esta vida contemplativa con un cierto acercamiento a la gente pero ahora, por ejemplo, no podemos compartir las fiestas que hacíamos después de las misas", lamenta. Después de pasar una Semana Santa un tanto "particular" -en su caso, se sirven del Whatsapp y el Skype para comunicarse con su familia, o recibir noticias "seleccionadas" del exterior, por ejemplo, acerca de la evolución del Covid-19-, también por el período religioso -en Pascua se les permite mayor "recreación", aunque es un tiempo de silencio-, la rutina ha vuelto a tomar las riendas. Su día se divide según las horas litúrgicas. "A las ocho y media rezamos Laudes; a las diez de la mañana, Tercia. Después está el trabajo de la casa, la limpieza, cada día una hermana hace la cocina, otra que arregla las cosas para la Eucaristía. Es nuestro modo de trabajar, de ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente". A las doce las hermanas siguen con la Sexta, y el Regina Coeli, para finalizar con una comida en comunidad, volviendo a reunirse a la noche. "Claro, nos reímos, hablamos de las cosas que nos han pasado", detalla la superiora. "Hay gente que se piensa que nos aburrimos, la verdad es que nos falta tiempo", asegura, ya que realizan estudios y trabajos manuales, además.

Y es que la modernidad también ha llamado a la puerta de esta casa de Dios, que seguramente tendrá que aplazar la open house que se había previsto. "Tenemos pendiente, como hemos hecho en el resto de nuestros monasterios, llevar a cabo una jornada de puertas abiertas del Santo Sepulcro cuando pase esto, tal vez en verano, si Dios quiere". Y es que asegura que la vida compartida con el resto de hermanas es "normal", con la diferencia de que inciden en valores como el silencio, la oración y la penitencia. "Nuestra vida comunitaria es muy intensa, muy fuerte, ¡estamos viviendo todo el tiempo siete mujeres dentro de una casa!", ríe. La rama femenina de esta familia religiosa ha logrado hacerse con los cinco continentes desde que arrancó en 1988. "Uno experimenta que las cosas, el mundo, no le puede saciar, hay un deseo más grande, de eternidad". Aunque con muchas "renuncias y dudas", como afirma la madre superiora del monasterio de Alcoy, pero con un objetivo: reforzar su labor de religiosas y acercarla a la de los sacerdotes. "No, no; en ese sentido, nosotras tenemos muy claro que las cosas han de seguir como están, nos dedicamos a la atención de las almas, pero no podemos hacer lo que ellos realizan", asegura con contundencia. Y ahora, sobre todo, poniendo en el punto de mira las almas que ya no están. "Rezando por ellas porque sabemos que la pérdida de un ser querido es muy difícil de llevar", apunta. "Las rejas son un símbolo de nuestra separación del mundo, pero en ningún caso no por no querer saber o entender; todo lo contrario". Y acaba. "Aunque hay gente que no lo comprenda, sabemos que, si nosotras nos dedicamos a lo que Dios nos pide, nunca nos faltará de nada aquí dentro". Aunque, en su caso, su labor como misioneras, exenta del voto de estabilidad, podrá ser requerida en cualquier otro punto del planeta, siempre respetando, eso sí, el confinamiento voluntario infinito. 

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