Expedición a la trastienda de los proyectos culturales: de programar el montaje de una carpa a encargar una paella, de recoger a artistas del aeropuerto a asegurarte de que los focos instalados son los correctos
VALÈNCIA. Adivina, adivinanza, ¿qué tienen en común los baños portátiles, un pedido de 125 sillas, la cerveza fría, un permiso de rodaje en la calle, llevar a una banda a comer paella y la instalación eléctrica de un escenario? Pues que todos estos asuntos corren a cargo de un segmento mágico en las iniciativas culturales llamado ‘producción’. En esas tierras de la fantasía logística, los documentos Excel reinan con puño de hierro y lo mismo toca encargar vallas, recoger a artistas del aeropuerto o conseguir un ventilador. ¡Ah! Y siempre faltan botellas de agua. Tú no lo sabes, pero cada concierto, obra de teatro o mesa redonda a la que has acudido a lo largo de tu existencia se ha materializado gracias a quienes se dedican a este oficio, silenciosos duendes de los eventos que se aseguran de que las cosas sucedan como están previstas. Emprendemos una expedición a su mundo.
Cuando preguntamos a profesionales de estas cartografías, brotan varias palabras clave: ‘multitarea’, ‘adrenalina’ y ‘apagar fuegos’ son algunas de las más repetidas. Al aparato, Clara Gorría, quien, tras años chapoteando en producción de artes escénicas, ha pasado a gestionar acciones de marca: “Para llevar a cabo un proyecto artístico hacen falta muchas tareas prosaicas. Surge una necesidad y tú tienes un plazo limitado y unos recursos concretos para cubrirla. Eres una conseguidora de deseos ajenos”. “Yo digo que soy solucionadora de problemas – resume Lucía Zuloaga, responsable de producción en Producciones Baltimore, la empresa detrás de citas como Low Festival o Fuzzville!!!– Este trabajo consiste en aterrizar las ideas, ponerlas en práctica. Y para eso hay que pensar en todo lo que no se ve, pero tiene que existir. Cada festival es una aventura nueva”.
En el mismo plano, Iris Stella, de Pro21 (empresa centrada en eventos musicales y artes escénicas que incluye en su carta platos combinados como Pops Marítims y o Nits al Castell de Xàtiva), define este empleo como ser “la canguro de todo el mundo. Es mucha presión porque tienes que asegurarte de que no hay complicaciones, pero también aprendes un montón de distintos ámbitos”. Por su parte, Rosella Reig, que peina los vientos del sector editorial, lo describe como “el reto de diseñar, construir y materializar desde cero ferias y festivales literarios”.
Poder ir poniéndose y quitándose a buen ritmo la gorra de solicitar subvenciones, la de cortar calles para filmar o la de asegurarse de que todo el equipo tiene su bocadillo implica convertirse tanto un maestro de la versatilidad como en un camaleón de la organización. “Tienes que ser muy previsora para adelantarte a los problemas que puedan aparecer. En un rodaje, a menudo eres la primera que llegas y la última que te vas, porque tienes que encargarte de montar, pero también de desmontar. Es importante diferenciar entre proyectos con mucho presupuesto en los que es posible contar con personal especializado en las diferentes tareas y otros en los que producción acaba convertida en un comodín”, desgrana Teresa Lluch, especializada en la trastienda audiovisual.
También en el ámbito de la imagen en movimiento desarrollaba hasta hace poco su carrera Andrea, una ayudante de producción que prefiere no dar su apellido: “al estar atendiendo a asuntos tan diferentes a la vez, es imprescindible hacer listas. Debes llevar un control de todo lo que has hecho, lo que estás haciendo y lo que te queda por hacer, pero también prepararte para lo inesperado”.
Y hablando de organización, Quique Medina y Vicent Molins, de Agencia Districte (el ciclo de conciertos en parques Serial Parc o las actuaciones en La Pérgola de La Marina son algunas de las iniciativas que alberga su zurrón), ponen el acento en el 'antes de', en esas fases de costura laboriosa y con poco oropel que preceden a cada intervención. “Hay una dedicación previa muy importante que empieza el día mismo en el que la acción se imagina, ahí comienzas a reflexionar sobre cómo y dónde lo vas a hacer, qué permisos debes pedir… Todo se materializa en el evento, pero llevas meses preparándolo.”, comenta Medina. En la misma línea, su compañero destaca la importancia de plantear “una primera fase más romántica de conceptualizar por qué queremos hacerlo y qué sentido tiene en la ciudad y otra más empresarial de investigar cómo puede ser rentable y sostenible… Si eso se ha hecho bien, la puesta en marcha resulta más sencilla”.
Por su parte, Reig pone el foco en la no siempre sencilla labor de lidiar con otros seres humanos en un entorno en el que el imprevisto es la norma y explica que en cada proyecto “te haces un máster en gestión emocional y resolución de conflictos desde la excelencia y en el menor tiempo posible. Es importante saber programar un desmontaje, pero también no herir sensibilidades”.
Ejercer de duendecillo omnipotente de la industria cultural implica ser invisible para el común de los mortales. La producción es una de esas tareas puñeteras que solo se perciben cuando salen mal. “Ante la audiencia tiene que ser invisible para no romper la magia. Cuando estás viendo una pieza de artes escénicas no tienes que pensar en cuánto han costado las bombillas, debes sumergirte en la obra”, indica Gorría. “Si todo sale bien, este trabajo no se ve, parece que hayan venido unas hadas y mágicamente hayan organizado un rodaje. Pero si hay algún error, todo el mundo señala a producción”, resume Lluch.
En este sentido, Medina reconoce que “hasta que acaba cada concierto no respiras porque estás viendo cosas que el resto no ve. Todo está ocurriendo a la vez. Si falla algo, y siempre falla algo, tu labor es que el público no se dé cuenta. Para producir tienes que tener un carácter especial. Es como una droga, si te gusta, siempre quieres más. Cuando imaginas algo, consigues que todo funcione y ves a la audiencia feliz, resulta muy satisfactorio, pero anímicamente te genera una montaña rusa de emociones con la que tienes que aprender a convivir”.
No parece descabellado pensar que cada profesional de la producción desarrolla en su desempeño cotidiano sus propias filias y fobias hacia ciertas vertientes de un oficio poliédrico, de un tiovivo de las aristas creativas como el que estamos diseccionando.
Comenzamos por los néctares del oficio, los momentos preferidos, las inyecciones de dopamina. Tenemos instantes de todos los sabores. Abre fuego Gorría, quien selecciona “el momento de abrir puertas: cuando arranca un proyecto en el que has cuidado cada detalle y, de repente, se convierte en una experiencia colectiva para el público”. Fuera caretas, Andrea se desvela aquí como uno de esos especímenes devotos de las tablas de Excel y los códigos de colores: “lo mejor es poder ir tachando las tareas cumplidas”.
Zuloaga por su parte, se queda con el mundo del cable y el camión: “mi parte favorita es planificar y poner en marcha todas las infraestructuras: baños, hierros, casetas… Es un aspecto que está algo denostado, a mucha gente no le gusta o le tienen miedo”. En un costado completamente distinto se sitúa Molins: “a mí que me apasiona la ciudad como marco de jueco, me fascina poder transformar sus espacios, darles otras vidas a algunos de sus rincones”.
Repasadas las bondades, nos vamos al flanco de las animadversiones. Queremos saber cuáles son los monstruos del pantano de esta ocupación. Reig lo tiene claro: “a veces se confunde con tareas más dirigidas al servicio personal de alguien, con el de la figura de ‘chica para todo’, con todas las connotaciones que esto implica”. En ese mismo cancionero se apoya Iris Stella, para quien la sombra del oficio la encarnan “quienes creen que están por encima del resto de empleados. Tienes que hacerles entender que somos todos iguales, desde el personal de limpieza hasta el artista que se sube al escenario. Es una cadena y todos somos eslabones que merecen la misma consideración”. Otro fantasma que azota a quienes pican en esta mina cultural es esa mole imperturbable que es la burocracia. “Te quedas alucinado de las trabas administrativas existentes y lo mucho que dificultan sacar adelante ciertas iniciativas en el espacio público”, sostiene Medina.
Como habrán podido adivinar nuestros lectores más avispados, un oficio que lleva en su ADN jornadas interminables y multitasking continuo, desemboca a menudo en “un estrés constante y falta de desconexión durante tus descansos. Llegas a cada de una larguísima jornada de rodaje y, o bien aún tienes que seguir trabajando por tu cuenta, o cualquier persona te llama a cualquier hora para hacerte alguna consulta o pedirte que soluciones algo; es muy común que otros miembros del equipo no respeten tu tiempo libre”, comenta Andrea.
Claro, si hablamos de empleo cultural en el siglo XXI, tarde o temprano asoma sus patitas infernales el moscardón de la precariedad, común denominador de tantas bambalinas de la industria. Así lo relata Gorría: “tenemos mucha autoexigencia y nos sentimos los responsables últimos de todo lo que suceda. Y eso se traduce en que a menudo nos sacrificamos demasiado para conseguir que el proyecto se haga realidad, aunque las condiciones laborales sean muy malas y los recursos que nos ofrecen para cumplir los objetivos resulten a todas luces insuficientes. Al final todo sale, pero, a veces, me gustaría decir: así no es posible funcionar, que no salga”. Por esa misma vereda camina Lluch “acabas en una tarifa plana de horas en la que curras y curras sin fin. Además, algunas iniciativas abusan de la figura del voluntario ilusionado en vez de generar puestos remunerados”.
“Para mí es impensable que no haya turnos de trabajo, me parece una falta de profesionalidad y visión creer que una sola persona pueda estar 24 horas disponible –señala Zuloaga–. Al mismo tiempo, como responsable de producción, soy consciente de que en la inauguración de un festival voy a tener que hacer jornadas larguísimas para asegurarme de que todo va rodado antes de irme a dormir. O de que la semana previa a un evento voy a estar completamente entregada al trabajo. Es una ocupación muy vocacional, pero lucho para que no sea incompatible con mi vida personal”. Al parecer, los duendes, como el resto de criaturas de los bosques culturales, también necesitan dormir y estar de vez en cuando con sus seres queridos.
Lanzarse a las aguas tumultuosas de la producción puede resultar abrumador para un recién llegado. Así que, antes de abandonar las tierras de la producción y poner rumbo a otros horizontes creativos, hemos pedido a los profesionales del sector que disparen algunos trucos para dominar el oficio. Aquí van:
Clara Gorría: “Confiar en tu intuición y llevar siempre bridas en el bolsillo”.
Andrea: “Tener claro que es un oficio muy absorbente y que tienes que tener mucho control”.
Iris Stella: “Apuntarlo todo, en papel o en un grupo de WhatsApp contigo misma, porque si no se te va a olvidar algo seguro. También aprender a establecer tus prioridades”.
Rosella Reig: “Zapatillas cómodas”.
Lucía Zuloaga: “Rodearte de un buen equipo. Conforme pasa el tiempo, descubres lo importante que es trabajar con gente con la que estás a gusto”.
Quique Medina y Vicent Molins: “Tener la ideación muy clara: no hacer un concierto porque sí, sino con la voluntad de generar un contenido enmarcado en un lugar y un momento concretos”.
Teresa Lluch: “Estar alerta y adelantarte a cualquier situación”.