Tan sencillo y tan complicado, así se nos presentan muchas veces los dilemas de la vida, los problemas personales o profesionales. También las soluciones, especialmente cuando vienen de un tercero y pensamos, “qué sencillo es decirlo, pero qué difícil ponerlo en práctica”.
El puente del uno de mayo ha sido una especie de oasis en medio de un desierto repleto de situaciones estresantes e incluso agobiantes, todos pasamos épocas en que tenemos la sensación de que los astros se alinean para lanzarnos todo tipo de situaciones incómodas y sentimos la sobre carga o el peso de no poder con todo, al menos no lograrlo con la celeridad y eficacia deseadas. Siempre que compartes tus preocupaciones en una época de complejidad profesional, personal y también emocional, suele haber una voz bienintencionada que te dice: “después del uno va el dos, calma que todo se arregla”. Y ahí pensamos, fácil es decirlo, pero no tanto realizarlo.
Un buen amigo, hace unas semanas, me propuso hacer una especie de retiro voluntario en algún monasterio de los que hay en España. Nada organizado por ningún movimiento religioso ni grupal. Simplemente me estaba hablando de ir unos días a convivir con monjes y realizar las tareas que ellos realizan. He de reconocer que esta idea había rondado muchas veces por mi cabeza, pero nunca, por diferentes motivos, había llegado a materializarlo. Y también he de indicar que la motivación con que mi amigo me lo propuso, era producto de su experiencia tras ver el documental ‘Libres’ que está arrasando en las salas de cine de toda España, donde como explican algunas carteleras online relatan: “El protagonista de Libres está cansando de la vida habitual, estresante y sin descanso, y decide comenzar a vivir dentro de un monasterio en pleno siglo XXI, buscando una mayor conexión con la naturaleza, con su vida interior, y con su espiritualidad.”
La búsqueda de monasterios que ofrezcan hospederías y donde se pueda realizar vida en comunidad con los monjes no fue sencilla, pero al final logramos encontrar uno, a pocos quilómetros de Madrid, en un paraje natural espectacular y con una historia (como tantos otros monasterios) apasionante y repleto de belleza arquitectónica, pictórica, cultural y por supuesto espiritual. La vida en un lugar así es muy diferente a la vida que llevamos cualquiera de nosotros, pero no porque ellos viven en un mundo antiguo y aislado y nosotros en la modernidad y la conectividad constante. Sino porque ellos viven de una manera sencilla, natural y consciente y nosotros vivimos en el artificio, la apariencia y el ruido, queramos o no.
Curiosamente, una de las lecturas que recomiendan los monjes es un pequeño libro de 44 páginas titulado ‘Simplicidad’, donde su autor John Main explica en 12 breves capítulos como iniciarse en la meditación. Efectivamente al leerlo todo parece obvio y sencillo, pero como bien explica lo más simple es al mismo tiempo lo más complejo. La vida en muchos monasterios y conventos nos sorprende por su grado de silencio, recogimiento y disciplina. Los diversos rezos a lo largo del día marcan la agenda junto a las tareas y funciones propias, muchas de ellas vinculadas al estudio de la teología, la liturgia y la música. Esa vida simple nos parece compleja y sacrificada a los mortales que vivimos enganchados al móvil, las series o el trabajo y necesitamos constantes alertas y avisos para sentirnos vivos.
Como bien explica Main para razonar porqué la meditación (sea espiritual o secular) es algo muy útil y recomendable para nuestro cuerpo, el autor dice: “hoy en día, muchas personas empiezan a meditar para reducir el estrés, superar crisis de pánico o estados de depresión, disminuir la hipertensión, reducir el colesterol, controlar la ira o recuperarse de una adicción. Todos estos beneficios hablan por sí mismos.” Es muy difícil aprender esta práctica y realizarla a diario, es decir, crear un hábito e interiorizarlo en nuestra ajetreada rutina, pero esta lectura y estos días de desconexión me han hecho plantearme esta práctica.
La vida monacal se acerca mucho más a una vida centrada en la persona, su ser, su esencia, su verdad y sus sentimientos frente a la vida moderna que entre todos hemos creado y de la que no pocas veces nos sentimos atrapados. Es muy recomendable que busquemos momentos y espacios de desconexión que realmente son de conexión vital, de pensar y recapacitar para entender nuestro sentido y quizá ver nuestra trascendencia, más allá de nuestra vida mundana y altamente consumista. Recuperé en mi viaje de vuelta la lectura de Modernidad líquida de Bauman y corroboré que probablemente este mundo avanza peligrosamente en una dirección equivocada.