vals para hormigas / OPINIÓN

Símbolos de alicantinidad

3/07/2019 - 

El pasado día 28, los medios de comunicación recibíamos un aviso de parte del gabinete de Alcaldía. El alcalde, Luis Barcala, iba a informar sobre “un tema de gran interés para la ciudad”. Al final, resultó que, en efecto, era un asunto trascendente para, como alguien apuntó en el chat de Whatsapp de comunicados del Ayuntamiento, una ciudad que ya no existe, en la que las calles estaban apenas asfaltadas, la Explanada era gris, la Montanyeta se podía escalar para recoger arcilla tras la lluvia, los tranvías todavía usaban trole y servían de aventura para los críos que se sentían Tom Sawyer, el mercado aún era una extensión de los campos de cultivo más cercano y en la playa había balnearios y casetas donde se guardaba la ropa y el decoro. La noticia de hace una semana y de hace seis décadas era que las Clarisas abandonaban la Santa Faz y el monasterio pasaba a manos de las Monjas de la Sangre. Alicante, esa ciudad en la que el pasado se borra con retroexcavadora y sin escrúpulos, volvía por un momento a la postal de una España en la que los más pequeños tenían rasguños en las pantorrillas, los adultos se buscaban las lentejas como podían y los mayores guardaban luto. Y en la que la Iglesia aún dictaba los valores y las leyes.

Es cierto que la Santa Faz, más como festividad y romería que como reliquia, es un elemento aglutinador de la alicantinidad. Como lo es el Hércules CF y las Hogueras. Al menos, para una porción, mayor o menor, de la ciudadanía. Ninguno de estos elementos nos sirve para llamar la atención fuera de las fronteras provinciales, pero sí suponen un fuerte vínculo para lo que Julio Cortázar definía como patiotismo. La Santa Faz no es el Rocío de Huelva, el Hércules no levanta las simpatías de un Sporting de Gijón, pongamos por caso, ni las Hogueras despiertan la atracción de las Fallas, por no ir muy lejos, ni en materia ni en espacio. Pero sirven para cohesionar un orgullo de pertenencia que algunos no tenemos. Y para, por lo visto, colocar una noticia sobre algo que no nos pertenece, ya que el Obispado inmatriculó el Monasterio, por encima de otros asuntos que sí nos atañen, como la creación de empleo, el medio ambiente o la limpieza de las calles. Que en aquella España del primer párrafo sí estaban impolutas, según recuerdan mis padres de su niñez.

Trato de pensar en un elemento que de verdad pueda definirnos, no como habitantes de una ciudad más o menos afortunada, sino como integrantes de la Humanidad. Sin duda, la gastronomía, y más concretamente el arroz, sí es un reclamo para patos y turistas que emigren de un lado a otro en busca de algo diferente y de calidad. En la ciudad, pero también en la provincia, tan atomizada y vecinal. Pero, en lo que a mí respecta, lo que de verdad puede representarnos es el Mediterráneo que compartimos con tantas orillas. En otros países, puede que encontremos reliquias del paño de la Verónica, desde luego que existirán equipos de fútbol y no es tan sencillo darnos de narices con un monumento de cartón piedra. Pero solo servirán para que los alicantinos de verdad, no como yo, un irlandés deslocalizado, establezcan comparaciones en las que siempre domine el sentimiento propio. Pero cualquier graznido de gaviota, en cualquier lugar extraño, nos evocará el hogar. Somos gente de mar, sabemos leer las olas y desmadejar la gama de azules. Miramos el mar como las personas de secano miran las montañas. Cualquier noticia relacionada con el cuidado de nuestro Mediterráneo sí debería ser “de gran interés para la ciudad”. Pero no sé si le prestamos la atención adecuada. 

@Faroimpostor

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